Hace poco, en una entrevista publicada por el semanario Brecha, el cantante/novelista/artista plástico Dani Umpi dijo lo siguiente cuando se le preguntó sobre la idea de “glamour”: “La otra vez había una nota que decía que lo que yo hacía era de gays chetos, y en realidad es todo lo mismo. Todos los gays son pobres, y los que son un poco chetos aspiran a otra cosa. El análisis de clase atravesado por lo gay es bastante peligroso, porque la situación es otra. A mí me rechina eso, porque es más estigmatizante para el gay y porque el hetero también quiere ser cheto. Está bien visto el ascenso, el laburar y después gastarte todo en Punta del Este, nadie le dice nada a un hetero. En cambio si sos gay, pobre, y te gusta la electrónica, es un problema”.
Pensé mucho en eso viendo Yo soy Simón, la cual narra la historia de Simón (obvio), un chico de 17 años, a punto de terminar la secundaria, metido firmemente adentro del closet, enamorado de un alguien al cual solo conoce a través de mails (o sea, enamorado de un concepto antes que de una persona), y que, por culpa de un nerd maligno que lo chantajea con revelar su identidad sexual (los nerds son bastante malos en Yo soy Simón, o al menos son seres que motivan sospecha y algo de escarnio), termina mintiéndole a sus amigos y -tonta pobre tonta-, se enreda en aventuras un poco antes de llegar a su happy end. Básicamente una comedia romántica adolescente protagonizada por un chico gay y vendida como una novedad gigante dentro del cine mainstream. No lo es por varias razones, entre otras porque su conflicto principal (la salida del armario) ya fue visto ochenta millones de veces. Pero, como dice Mirtha Legrand, el público se renueva, así que hay que repetirse, y en todo caso, ese no es el mayor de los problemas de la película.
¿Cuál es el problema entonces? Partiendo de lo que dice la Umpi, el tema de no perdonarle lo cheto a lo gay. O más bien, partir de la base que lo gay siempre es cheto. “El puto es peronista, el gay es gorila”, un viejo slogan que todavía debe tener algo de sentido. Los personajes de Yo Soy Simón tienen mucha plata, viven vidas acomodadas, son bellos y apolíneos. Esto no debería de sorprender a nadie. Antes que un film gay (aunque este sea el punto por el cual se este vendiendo la película como algo importante), se trata de una comedia romántica teen. Y esas, salvo en contadas ocasiones, también están protagonizadas por “modelitos”. No está de más decirlo, en aquellas dónde los personajes no tienen plata, el conflicto, justamente, es que NO tienen plata (por ejemplo La Chica de Rosa o la más reciente Lady Bird). “Ausencia total de consciencia social” le recordaba el editor literario a Marisa Paredes en La Flor de Mi Secreto como uno de los requisitos que sus novelas rosas debían cumplir sí o sí para poder ser publicadas. Los personajes de comedia suelen tener plata y ser lindos, y nadie, en ningún lado los critica por eso. Pero a la hora de tratarse de homosexuales, la sangre llegaría al río. ¿En qué sentido deberían ser diferentes? ¿En que sentido la mirada crítica tendría que señalar esa falta de conciencia social cuando no lo hace con los demás? Lo mismo a la hora de analizar las características de sus personajes: nadie señala lo estereotípico porque está asumido como una de las reglas del juego.
Claro, el problema es que Yo Soy Simón ni siquiera es buena como comedia adolescente. Su puesta en escena es chata y conservadora (lo cual, en última instancia, la vuelve coherente con su visión del mundo), su trama es de lo más predecible a pesar de todos los volantazos que toma y sus personajes no tienen ningún tipo de carisma. No está ni cerca de ser tan graciosa o reveladora como Chicas Pesadas, o ni eso, no se acerca siquiera al mismo rango de ingenio autoconsciente de Easy A. Cito esas dos porque ahí también hay adolescentes gays, aunque en ambas sean personajes secundarios. Esa era nuestra visibilidad hasta hace relativamente poco. Ser el accesorio favorito para la protagonista femenina (aunque Demian de Chicas Pesadas es una chica pesada en sí misma, con una vida propia y sin ningún inconveniente en que le salgan arcoíris de la cola). Otra de las visibilidades era ser lo que me gusta llamar la “marica sórdida”. Los encuentros homosexuales tenían que estar filmados como si un filtro de violación se pusiera enfrente y al final nos moríamos (preferentemente por un ataque homofóbico, aunque complicaciones con el SIDA no nos venía nada mal tampoco) para que la audiencia (hetero) aprenda la lección que está mal discriminar aunque funcionemos como un bichito que no terminan de entender.
Este año se estrenó otro film dónde la noticia era: “¡¡Los personajes son gays!!”. En Llámame por tu nombre, un chico de 17 años se enamora y es correspondido por uno de 24. Los personajes viven en una especie de mega-mansión en la campiña italiana y su físico es básicamente el de modelos. El conflicto es mínimo y está más que nada en la cabeza de los personajes y no en el entorno, que parece alentar ese romance que de secreto tiene poco y nada. Hubo un consenso general que Llámame... era una buena película. Lo es incluso para señoras que a priori se crisparían con la mera idea de un homosexual. Esto sucede así en parte porque la sexualidad de los personajes es muy fluída (nunca se dice la palabra gay, o queer en las más de dos horas que dura, y tanto Elio como Oliver tiene relaciones con mujeres antes y después de estar entre ellos). También, probablemente, porque no se ven escenas de sexo (más allá que parte de la estrategia de la película es trabajar con la dilación del deseo y el letargo del juego previo y porque la misma patina qualité que tiene todo el producto le impediría ser explícita). Cuando la ví, pensé que era una buena película para mostrar en un taller de apoyo a padres de adolescentes queer. O sea, Llamáme… es una película de putos para heteros.
Yo Soy Simón es básicamente lo mismo, pero en versión menos Lifes Cinema y más Movie. Está basada en una novela young adult y actúa la chica protagonista de 13 Reasons Why. Buena parte del principio es una catarata de referencias y name dropping que va de M83 a Panic! At the Disco, es decir, referencias en busca de aliados. Ni bien terminó (con aplausos, como también aplaudieron el momento que los dos chicos finalmente se besan) las chicas que conformaban el 80% de la sala llena, se sacaban selfies con la pantalla o filmaban escenas para subir a su historia de Instagram. En última instancia puede parecer positivo que Llámame o Simón existan y sean vistas por mucha gente (podría incluir también en este grupo a Una Mujer Fantástica, diseñada para ser clasificada como”película más necesaria que buena”) y hasta puedo considerar que no soy el público objetivo de este cine, más allá que una parte intrínseca de la necesidad de generar imágenes con homosexuales o lesbianas, es decir, de la visibilidad, sean para el consumo de los mismos homosexuales o lesbianas. Pero se tratan posiblemente de las únicas películas con protagonistas no-heteros que van a estrenarse en un cine comercial este año y su principal interés es congraciarse con una audiencia que no es la propia. Tengo la sospecha de que el estereotipo para que seamos aceptados en el cine cambió. Ahora no tenemos porque ser una cartera -o sea, un accesorio para la protagonista femenina (sino miren los personajes interpretados por Rupert Everett, el “Sydney Poiter de los gays“, en sabias palabras de Todd Haynes)-, ni morir al final como corolario de una moraleja. Solo es necesario tener plata y un físico de gimnasio. De lo contrario, seguirás en los márgenes.
Hay un momento en el cual la película se termina deschavando. Aparece Ethan, un personaje de la misma edad del protagonista y que ha salido del armario hace años. No es un modelo publicitario y se lo muestra completamente amanerado (si están notando un tinte de homofobía internalizada en todo el film, tienen razón. Otro ejemplo: en cierto momento, Simon se imagina su vida por fuera del liceo, ya instalado en la universidad, con una escena musical colorinche, dónde finalmente se siente libre de vivir su sexualidad fuera de cualquier armario. Cuando termina, Simon mira a cámara y dice: “Ok, capaz prefiero algo no taaan gay“). Su vida, se nos sugiere, esta lejos de los parámetros de seguridad de nuestro protagonista. Él también se termina volviendo una nueva especie de estereotipo. O en realidad no tan nuevo: El de la minoría dentro de la minoría que viene a iluminar a nuestro protagonista caucásico y adinerado e informarle de lo obvio, que hay otras vidas por fuera de la suya. Básicamente él siempre funcionará como personaje secundario, una nueva versión de la minoría mágica, puesta ahí solo para servir de consejero y nodriza a nuestro protagonista.
En cierto momento, Simon, borracho, canta Kiss Off de los Violent Femmes en un karaoke, en un intento de acercarse y llamar la atención del chico que le gusta. Una decisión interesante como soborno musical: una canción de pura angustia adolescente, llena de todo el humor corrosivo y la rabia que este cine jamás podrá permitirse. Simon dice: seamos bellos, adinerados y tranquilos.
Título original: Love, Simon | Año: 2018 | Duración: 110 min. | País: Estados Unidos | Dirección: Greg Berlanti| Guión: Elizabeth Berger, Isaac Aptaker, basados en la novela de Becky Albertalli “Simon vs the Homo Sapiens agenda” | Música: Rob Simonsen | Fotografía: John Guleserian | Elenco: Nick Robinson, Katherine Langford, Logan Miller, Alexandra Shipp, Jennifer Garner, Josh Duhamel, Keiynan Londsale, Jorge Lendeborg Jr, Talitha Eliana Bateman | Productora: Fox 2000 Pictures, Temple Hill Productions.