Desde este sábado 1º de junio y durante todos los sábados del mes, el Cine Universitario (Canelones 1280) recibe nuevamente a la Asociación de Críticos de Cine del Uruguay para una nueva entrega del DALE AL TRACKING, el ciclo que recopila diversas películas de los 70, 80 y 90 y que ya se ha convertido en un clásico, en esta oportunidad repasando uno de los subgéneros más escabrosos dentro del terror: el body horror. El nombre del ciclo es una referencia al tracking, proceso con el que se ajustaba el cabezal de reproducción giratorio de la videocasetera a fin de evitar que la imagen se viera difusa, proceso que obviamente fue desapareciendo a medida que se encontraron formas más sofisticadas de ver cine en casa.
En esta oportunidad, las películas a exhibirse son:
· Sábado 1 – The Thing (John Carpenter, 1982) – presentada por Diego Faraone
· Sábado 8 – Hellraiser (Clive Barker, 1987) – presentada por Sergio Moreira
· Sábado 15 – Society (Brian Yuzna, 1989) – presentada por Agustín Acevedo Kanopa
· Sábado 22 – Dead and buried (Gary Sherman, 1981) – presentada por Carlos Acevedo
· Sábado 29 – The Fly (David Cronenberg, 1986) – presentada por Juan Recuero
Desde la mismísima concepción del monstruo el cine de horror ha estado obsesionado con el cuerpo. Ya fuera con la idea de la creación de vida a partir de la conjunción de partes muertas (como en Frankenstein, de James Whale), las deformaciones corporales en los espectáculos de feria (Freaks de Todd Browning), o la idea de contagio doblemente encabalgada entre el terror de la peste y los resabios pasionales del romanticismo (la larga saga de Drácula que parte del Nosferatu de Murnau para tomar una multiplicidad eterna de reversiones), los límites del cuerpo, ya sea en el uncanny valley que lo separa de lo robótico, en los puntos grises entre lo humano y lo animal y en el potencial de podredumbre y destrucción de la muerte siempre fue algo que marcó la agenda de uno de los géneros más perdurables del cine.
En toda esta primera camada de películas lo corporal iba sujeto a una fuerte carga filosófica (por ejemplo, volviendo a Frankenstein, el pecado prometeico de querer arrebatarle a Dios la exclusividad en el diseño del humano y los límites claros entre la vida y la muerte). Sin embargo, en la medida que el horror como género empieza a pulir sus aristas y firmar pactos mefistofélicos con su público hay algo que comienza a percibirse: hay, más allá de las metáforas que inspiran a las películas, algo inherentemente fascinante, horroroso y placentero en el registro de las transformaciones corporales. Primero con Jekyll & Mr. Hyde y después en la saga del Hombre Lobo, las escenas en que se registran las mutaciones se convierten en el momento más esperado del film. Hay algo que vibra en el interior del espectador al ver como la piel se tapiza de pelos, cómo la boca se estira hasta convertirse en hocico y cómo, con el dolor de un desgarro, los dedos se transforman en garras.
Hay en todo este registro una especie de llamado originario, entre asqueroso y sensual, que se configura como el monstruo encerrado en el ático del inconsciente del cine de horror. A lo largo de la historia este monstruo dejará de sólo hacerse presente en pasos que se sienten en el techo para ser invitado a la mesa del comedor: el cine, adquiriendo cada vez más consciencia de sí mismo y su medio, como así también incorporando una serie de recursos técnicos que le permitirá lograr cada vez más monstruosidades, empieza a abrazar este costado textural, fisiológico del cuerpo mutante y/o destrozado. Tanto en las ya mencionadas transformaciones como en el retrato cada vez más gráfico de la violencia (dando lugar al gore y el splatter), las alteraciones sobre el cuerpo dejan de ser un residuo gozoso para convertirse en el centro de muchos films. Este ciclo intenta hacer una muestra de estas obras, comúnmente agrupadas bajo el término “Body Horror”, que si bien vienen de una larga tradición -como la mencionada más arriba- terminan de adquirir su forma completa a fines de los setenta, mediados de los ochenta. Fiel a la imaginería que ha marcado el estilo de Dale al tracking, los cinco films que conforman el ciclo siguen la senda de las películas ochentosas que cosecharon su fama en las funciones nocturnas y el cineclubismo de vhs, pero su selección trata de abarcar distintos aspectos de ese tan amplio campo del Body Horror.
El ciclo comienza y termina con dos reversiones que superaron a su material original: The Thing (1982, John Carpenter) y The Fly (1986, David Cronenberg). Ambas toman un elemento de lo corporal que existía en sus predecesoras y lo extienden hasta límites insospechados, con The Thing dando rienda suelta a los efectos prácticos para hablar sobre lo parasitario y los límites de las identidades y The Fly como parte de ese sistema semántico de Cronenberg, donde la mutación y decaimiento de lo anatómico adquiere una dimensión tan política como sexual (en realidad cualquier película del canadiense podría haber estado en este ciclo, pero consideramos a ésta como la que más se adapta a la imaginería de Dale al tracking). Hellraiser (1987, Clive Barker), por su parte, en lo gráfico de sus torturas y destrucciones de lo corporal (y esa lenta transformación de lo desollado/muscular hacia lo más epidérmico) tiene todo un costado de masoquista y extremo que tiende tentáculos con las prácticas y políticas BDSM. Society (1989, Brian Yuzna), por su parte, por fuera de la limítrofe búsqueda entre lo tanático y lo placentero, se presta a una cuestión más festiva y autoparódica de la destrucción de lo corporal, como comentario de clase de los ricos devorándose a los pobres. Finalmente Dead & Buried (1981, Gary Sherman) es, comparándola a estas otras, más cauta en su metaforización, pero además de también estar dominada por un aura mórbida que se retroalimenta con el ambiente oscuro y depresivo del pueblo pesquero donde todo ocurre, se ofrece como una joya escondida, ideal para dar a conocer en Dale al tracking.
Son cinco películas que hablan de cosas bien distintas pero que tienen como protagonista esta especie de zoom sobre un cuerpo que de golpe es desnaturalizado, fraccionado, deformado y que puede generar en nosotros efectos tan dispares como arcadas, escalofríos, erizamiento, risa y calentura.
(Texto: Agustín Acevedo Kanopa)