Volveréis (2024, Jonás Trueba)

“Pero estamos bien, eh”

“Pero estamos bien, eh” repiten muchas veces los protagonistas; porque de eso se trata la película: repetir. Volver. Ya el título lo deja claro: “Volveréis”, conjugado en futuro indicativo en la segunda persona del plural, sugiriendo ese regreso inevitable que, de manera meta, hasta quien escribió el título sabe que va a ocurrir. Volveréis es la segunda película co-escrita por el dúo de Jonás Trueba (quien dirige) e Itsaso Arana (quien protagoniza), y el quinto proyecto en el que trabajan juntos; porque también de eso se trata la película.

Ale (Itsaso Arana) y Alex (Vito Sanz) son pareja y tienen proyectos laborales en común, siendo ella directora de cine y él actor. Después de 14 años de estar juntos toman la decisión conjunta de separarse y, siguiendo una vieja filosofía del padre de Ale (interpretado, sospechosamente, por Fernando Trueba, aclamado director español y padre de Jonás Trueba), organizan una fiesta para celebrarlo con sus seres queridos.

El padre de Ale planteaba que en vez de celebrar bodas habría que festejar las separaciones, dado que cuando dos personas deciden dejar de estar juntas es porque tienen la certeza de que de esa forma van a estar mejor. Partiendo de esa base, la película da inicio a un bucle naturalista de los protagonistas comentándole a todos sus conocidos sobre la decisión que tomaron, hasta llegar al padre de Ale, quien comenta ya no cree (ni recuerda) ese planteo que están siguiendo los protagonistas y acaba dándole a Ale cierta bibliografía, centrándose especialmente en La repetición de Søren Kierkegaard.

Kierkegaard en La repetición menciona: “Por lo que se refiere a las innumerables cosas que puede significar la repetición, diré sencillamente que son tan innumerables que el que intente registrarlas no debe tener el menor temor a repetirse. El profesor Ussing, en sus buenos tiempos, pronunciaba no pocos discursos en la Sociedad del 28 de Mayo. En cierta ocasión una de las expresiones de su discurso no agradó nada a la distinguida concurrencia que le escuchaba. ¿Qué hizo entonces el famoso profesor, que en aquella época era tan decidido y enérgico? Pues muy sencillo, dio un golpe sobre la misma mesa de la presidencia y sin inmutarse repitió lo mismo. En aquella época, pues, el profesor pensaba que sus discursos ganaban con repetirse.”

El profesor Ussing, seguro de lo que estaba diciendo, no dudó en volver a repetir textualmente lo que ya había dicho antes, agregando sólo un golpe en la mesa para dar énfasis a lo afirmado. No era necesario profundizar ampliando su tesis argumentalmente, ya que en ocasiones la repetición en sí misma cumple esa labor de profundización.

Cada vez que Ale y Alex compartían con alguna persona nueva su idea de celebrar su ruptura, estaban menos seguros de querer hacerlo. La película, que podría sentirse repetitiva, explora esta idea de repetir muchas veces lo mismo pero cambiando la forma en la que los personajes lo dicen y, sobre todo, el cómo se sienten al decirlo. Cada vez que se repetía el discurso de manera textual, se ahondaba en lo que el discurso significaba en realidad. La película, peligrando volverse tediosa, repite sin parar un argumento hasta terminar de darle la consistencia que se merece; y yo, peligrando volver tedioso este texto, vuelvo a compartir una cita, esta vez de la filósofa belgo-española contemporánea Chantal Maillard en su libro La compasión difícil:

“Las relaciones entre cada montón de imágenes se describen con fórmulas que las convierten en formas lógicas. En realidad sólo hay estela, proceso. Fotogramas en movimiento. (…) Las imágenes tienen tendencia a repetirse. Cuanto más se repiten más consistencia adquieren. A las imágenes consistentes se les denomina recuerdos. En realidad no hay nadie tras el recuerdo, nadie que recuerde, ningún yo; tan sólo hay reiteración. La inercia de las imágenes, su voluntad de reproducción, esa fuerza, acorde a un esquema. Todo esquema tiende a reproducirse. (…) El presente es el deseo de retroacción que activa el plegado.”

Cita que debe, en este caso, sí o sí verse acompañada de otro fragmento de La repetición: “La esperanza es un vestido nuevo, flamante, sin ningún pliegue ni arruga, pero del que no puedes saber, ya que no te lo has puesto nunca, si te cae o sienta bien. El recuerdo es un vestido desechado que, por muy bello que sea o te parezca, no te puede caer bien, pues ya no corresponde a tu estatura. La repetición es un vestido indestructible que se acomoda perfecta y delicadamente a tu talle, sin presionarte lo más mínimo y sin que, por otra parte, parezca que llevas encima como un saco.”

“El que sólo desea esperar es un pusilánime, el que no quiere más que recordar es un voluptuoso, pero el que desea de veras la repetición es un hombre, y un hombre tanto más profundo cuanto mayor sea la energía que haya puesto en lograr una idea clara de su significado y trascendencia”

Maillard habla de cómo las imágenes, al repetirse, adquieren una consistencia propia, algo que podemos relacionar directamente con el proceso de Ale y Alex. Cada vez que repiten su discurso, ya no se trata solo de repetir las mismas palabras, sino de darle consistencia a lo que en principio parecía difuso o no resuelto. En este sentido, las palabras se convierten en recuerdos y, al igual que las imágenes mencionadas por Maillard, cada repetición de su discurso profundiza el significado que adquieren para ellos.

En cada repetición, no solo se repiten las palabras, sino que se replantean las emociones que las acompañan, sus razones para hacerlo y, sobre todo, el porqué de esa necesidad de volver a hablar sobre algo ya dicho. La repetición se convierte, por tanto, en una herramienta de exploración emocional. Al profundizar en lo repetido, los personajes no se quedan atrapados en una nueva versión del pasado, sino que a través de la repetición se reconfiguran a sí mismos. Cada vez que repiten su discurso, lo que originalmente parecía una declaración simple se convierte en una reflexión más matizada, hasta que al final adquiere el peso y la consistencia necesarios.

A través de la repetición, las imágenes de su relación, de su ruptura, no solo se quedan como recuerdos dispersos. No son esquemas fijos ni fórmulas lógicas; al contrario, lo que antes parecía una inercia emocional se convierte en un movimiento hacia adelante. La repetición no los mantiene atrapados, sino que les permite avanzar hacia una verdadera resolución, un momento de claridad que solo puede alcanzarse a través de ese proceso de redescubrimiento.

Así, como en las palabras de Kierkegaard, la repetición se ajusta perfectamente a su talle. Al principio, la idea de una ruptura celebrada puede parecer una esperanza (el “vestido nuevo”), algo que no se sabe si se adapta a ellos. Pero al repetir y profundizar en el significado de esa decisión, la repetición se convierte en algo que se acomoda perfectamente a lo que necesitan. La decisión que tomen no será un acto impulsivo ni superficial, sino una elección entendida y asumida.

Mientras Kierkegaard defiende la repetición como una forma de adaptar lo vivido a lo presente, Maillard nos muestra cómo el recuerdo se transforma al ser repetido, lo que permite que los personajes no se queden anclados en lo ya dicho, sino que lo revitalicen y lo hagan suyo.

Este dinamismo de la repetición puede también ser visto a través del lente del eterno retorno del que hablaba Nietzsche, que en lugar de concebirse como una condena al repetirse lo mismo una y otra vez, plantea la repetición como una afirmación de la vida. El eterno retorno no es simplemente una reiteración vacía; es una prueba que invita a vivir de tal manera que uno podría aceptar volver a vivir lo mismo infinitamente. En el caso de Ale y Alex, la repetición de su discurso sobre la ruptura, lejos de ser una trampa que los condena a seguir estancados en el mismo punto, les ofrece la posibilidad de afirmar la decisión que sea que acaben tomando.

No es casualidad que la reacción de la primera persona a la que le cuentan sea: “Ya está, es así. La vida es así todo el puto rato. El eterno retorno de los cojones, Nietzsche y su puta madre.”

Ahora sí, entrando en la parte más (calificativamente) pretenciosa de la película, el uso de la metaficción amplifica el juego de la repetición. En la primera media hora empieza una parte lúdica: en el montaje van a intercalarse escenas de la película real y de una película ficticia que están rodando los protagonistas, en momentos dejando a la audiencia sin saber realmente qué parte es “real” y que parte es “ficticia” dentro del canon de la película.

Esa película que están grabando es para Ale lo que Volveréis es para Trueba, creando un juego metacinematográfico en el que hay presentes 3 planos de la realidad: la ficción dentro de la ficción, la realidad dentro de la ficción y la realidad en la realidad. Ale es fácilmente perceptible como un self-insert de Jonás Trueba; Ale es una directora de cine (como él) que trabaja activamente con su pareja (como él), sumado al hecho de que, quien interpreta al padre de Ale es el padre real del director, y que, en la película ficticia, el protagonista es Alex (pareja de Ale), mientras que en la película real la protagonista es Itsaso Arana (pareja de Jonás Trueba).

Este desplazamiento constante entre las diferentes capas de la realidad no solo desafía al espectador, sino que también refleja la naturaleza misma de la repetición en la vida de los personajes. Al igual que en el cine, donde los mismos elementos pueden ser revisados y reelaborados, en la vida de Ale y Alex la repetición no es simplemente un regreso a lo anterior, sino una oportunidad para reconfigurar y redefinir su propia historia.

A través de esta estructura, Volveréis no solo juega con la temporalidad y la repetición como un ejercicio intelectual, sino que también pone en evidencia las tensiones inherentes a la creación de una narrativa personal. La película dentro de la película que Ale y Alex están rodando actúa como un reflejo de sus propias vidas, un espacio metaficcional que les permite experimentar y re-experimentar sus emociones en un nivel más profundo. Esta película ficticia es, al igual que la película misma, un ejercicio de autoexploración: los personajes no solo están buscando una forma de cerrar un capítulo en sus vidas, sino también de comprender cómo sus vidas se han ido tejiendo a lo largo del tiempo, con los mismos hilos de repetición que definen su existencia.

Hay una escena en la que, tras un visionado de prueba de la película ficticia, los personajes discuten varios temas: si es demasiado larga, si es repetitiva, si la narrativa es circular o lineal; y al final la película de la que se está hablando realmente es de Volveréis, en una especie de juego de autoconsciencia.

Esta superposición de capas entre la ficción y la realidad no solo es un ejercicio formal, sino que también interpela al espectador. Al igual que los personajes, el público es empujado a cuestionar qué es real y qué es una construcción narrativa, tanto dentro como fuera de la pantalla. Volveréis no solo muestra la dificultad de tomar decisiones definitivas, sino que también recuerda que toda historia se reescribe cada vez que se vuelve a ella.

Volveréis no da respuestas, pero tampoco las necesita. La repetición es la forma en que los personajes, y quizás también la audiencia, acaba por descubrirse, porque a veces solo volviendo a lo mismo una y otra vez es posible encontrar algo nuevo; porque como dice Kierkegaard: “El amor-repetición es en verdad el único dichoso. Porque no entraña, como el del recuerdo, la inquietud de la esperanza, ni la angustiosa fascinación del descubrimiento, ni tampoco la melancolía propia del recuerdo. Lo peculiar del amor-repetición es la deliciosa seguridad del instante.” Ale y Alex decidieron separarse pero la propia dinámica de la película muestra que los vínculos, una vez creados, no se desvanecen con una decisión. Siguen volviendo, no solo a los mismos diálogos y recuerdos, sino también al afecto compartido, a la complicidad que los hace reconocerse en el otro.

“Pero estamos bien, eh” repiten muchas veces los protagonistas, porque de eso se trata la película.

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