UN GOYA PARA CHICHO

El uruguayo-español Narciso Ibáñez Serrador recibió el Goya de Honor 2019

La Academia de Cine de España reconoció al productor, escritor, realizador, guionista y actor Narciso Ibáñez Serrador con el Premio Goya de Honor 2019, el pasado 14 de enero, al tiempo que dieron a conocer, esa misma noche, sus nominados de la pasada temporada cinematográfica. A sus 83 años, “Chicho” se hizo presente en silla de ruedas acompañado por sus hijos y fue recibido con mucho afecto por los presentes. “Por abrir el camino a toda una generación de cineastas españoles y por su excepcional contribución al cine de género”, señaló el colectivo al entregarle el honor. El genial e inquieto creador ganó su popularidad a partir de su influencia en la televisión española, donde fue un destacado presentador de películas. Sin embargo, hoy podemos reconocerlo también por su aporte al cine logrado con apenas dos filmes para la pantalla grande: La residencia (1969) y ¿Quién puede matar a un niño? (1976).

Javier Fesser, director de Campeones (2018), una de las favoritas en la entrega de premios, dijo sobre el homenajeado: “Para quienes no fueron a ninguna escuela de cine, Chicho ha sido el mejor maestro”. El internacional Juan Pablo Bayona por su parte ironizo: “Es un creador que me traumatizó cuando era niño y me fue muy bien”. Quien resumió muy bien el significado de Ibáñez Serrador fue el cineasta Isaki Lacuesta al decir: “Yo crecí con su televisión, y como espectador no nos percatábamos de ese talento. Hubo un momento que Chicho nos rodeaba por todos lados: en la televisión más comercial y popular, en la independiente y en el audiovisual más underground”; y concluyó “lo que dábamos por normal en aquellos tiempos televisivos, en realidad era extraordinario”.

Desde hace décadas que las ceremonias de premiación y festivales de todo el mundo apelan a premios honoríficos o también llamados “a la trayectoria” para enmendar y subsanar olvidos, filias y fobias para con diversos artistas. En esta oportunidad se revaloriza de forma merecida el aporte al séptimo arte del polifacético creador nacido en Montevideo en 1935. Porque sí, “Chicho” es uruguayo, su madre lo trajo al mundo un 4 de julio de 1935 en Montevideo, en medio de una de las tantas giras teatrales de sus progenitores.

Hijo y nieto de actores

Chicho es el único hijo de los actores Narciso Ibáñez Menta y Pepita Serrador, con quienes desde niño recorrió España y Portugal en giras teatrales y con quienes llegó también a América del Sur. Repetía de esta forma la experiencia de su padre, que desde muy pequeño viajaba con los abuelos en la trashumancia actoral por Europa y las Américas bajo el nombre de Narcisín.

Nacido y criado entre guiones, ensayos y actores no era difícil adivinar un futuro artístico en el pequeño Narciso. Luego de un debut más bien anecdótico como actor infantil durante sus primeros años en América, vuelve a España y en 1949 debuta como actor con la obra teatral Filomena Marturano de Eduardo de Filippo. A los pocos años pasaría a la dirección, en 1953 pone en escena la obra El zoo de cristal de Tennessee Williams y en 1957 dirige la primera obra escrita por él mismo, Obsesión, que firmaría al igual que toda su producción literaria, bajo el alias de Luis Peñafiel.

Televisión

De vuelta en Argentina, aprovecha la gran carrera actoral de su padre, Ibáñez Menta, y comienza a trabajar como guionista para miniseries y películas para la televisión de nuestro país vecino. Su innegable talento lo llevo a trabajar de forma regular con los mejores actores en varias producciones de aquel momento. Entre 1958 y 1962 firma innumerables trabajos entre los que destacan especialmente Obras maestras del terror (1960), dirigida por Enrique Carreras, en donde adapta cuentos de Edgar Allan Poe.

Chicho trabajando en la televisión argentina.

De regreso a España, en 1963, comienza a trabajar en Televisión Española (RTVE) en la adaptación de clásicos de la literatura mundial para un programa por episodios. Al darse cuenta que la gente respondía especialmente bien a la temática de terror y suspenso, se puso en marcha lo que sería su primer gran éxito ibérico, Historias para no dormir. Era una serie de capítulos independientes, algunos basados en cuantos clásicos de terror y fantasía de autores especialistas en el género, junto a otros de su propia autoría. Además de dirigir los capítulos, Serrador se ocupaba de la producción y de la adaptación de los cuentos bajo el mencionado seudónimo. Con uno de esos capítulos fue premiado en el Festival de Televisión de Montecarlo en 1967. Luego le siguieron éxitos sucesivos en televisión, que le abrieron puertas y le otorgaron cada vez mayor influencia.

Llegada al cine

Era sin dudas, el momento ideal para comenzar a preparar su primera película filmada especialmente para el cine, La Residencia (1969). Fue el propio “Chicho” quien se encargó del libreto adaptando una novela de Juan Tebar. Entrenado en el arte de asustar con imágenes, el creador de Historias para no dormir confirmó con el film la solvencia narrativa ya mostrada en la televisión. La realización contó con una gran producción y elenco internacional, lo que se tradujo en una espectacular ambientación con reminiscencias góticas. Su estreno se convirtió de inmediato en un éxito de taquilla sin precedentes, llevando a más de 3 millones de espectadores al cine. Aún hoy en día sigue siendo una de las películas más vistas en la historia del cine en España. La Residencia conoció tres versiones distintas, una para el mercado de los Estados Unidos de 94 minutos, la versión estrenada en cines españoles de 99 minutos y posteriormente se editó en VHS un nuevo corte, con 105 minutos de duración.

En su momento a nivel internacional no pasó demasiado con la película, pero con los años se convirtió en una cinta de culto con seguidores en todo el mundo. Vista hoy se puede apreciar mejor una de sus cualidades más importantes: el arraigo a las reglas del cine de género y el consecuente propósito de inquietar al espectador desde el primer minuto hasta el último. Es una película tremendamente honesta.

Chicho Ibañez Serrador y equipo durante el rodaje de La Residencia (1970) / foto: Antonio Luengo

Pero además de una gran cinta de género, se convirtió en una pieza clave para mantener vigente cierto clasicismo en momentos de mucha experimentación. Es una especie de amalgama entre varias corrientes clásicas del terror, tamizados por un filtro muy personal, que le aporta una crudeza y un humor irreverente que va más allá de las formas.

Se destaca más aún si es puesto en contexto. Eran épocas del “cine quinqui”, un grupo de películas que al estilo de una crónica, repasaban las andanzas de infantes juveniles que se convirtieron en marginales celebres gracias a la crónica roja, con un estilo de rodajes crudos, en las calles de la ciudad, con actores no profesionales y desprolijidades técnicas. Realizaciones urgentes, que lograban un mayor realismo, pero eran muy distintas a los objetivos de Chicho.

Luego de realizar una serie de telefilmes junto a su padre, vuelve al cine y dirige la obra maestra ¿Quién puede matar a un niño? (1976). La idea tenía varios años, cuando revisando historias para una de las tantas series, Juan José Plans, le comenta una historia sobre niños que pensaba novelar. Interesado por la idea, Chicho le dice que la historia tiene madera para convertirse en largometraje. Plans concluye la novela que tuvo por título El juego de los niños y al poco tiempo Luis Peñafiel adapta el libreto. En esta oportunidad el director se aleja del clasicismo y prolijidad técnica de La Residencia y opta por un registro realista, con un vértigo fruto de la cámara en mano y una fotografía luminosa. Rodada bajo el sol furioso del verano mediterráneo, elabora marcados claroscuros que dan por momentos encuadres en interiores bellísimos, como también juega con la sobreexposición de la cinta generando una perfecta sensación de extrañamiento. De esta manera el horror se manifiesta en contraste dentro de un paisaje paradisiaco. Estas decisiones claves de puesta en escena construyen una atmosfera opresiva e inquietante, el clima ideal para dar funcionamiento a una trama bastante simple: una pareja de turistas ingleses de veraneo deciden visitar una tranquila isla, que a la postre sabremos está poblada íntegramente por niños muy particulares. Lo que hace Ibáñez Serrador es utilizar ese lenguaje crudo y realista, para aplicarlo a una pesadillesca y alucinante historia, que gana fuerza con ese contraste. También se ha señalado con total justicia, el aporte de la música compuesta por Waldo de los Ríos, que con una melodía en apariencia simple contribuye con el pulso in crescendo hacia el clímax definitivo.

 

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Lo que más conspiro contra la película fue la decisión de estrenarla doblada completamente al castellano. El problema es que la pareja de ingleses hablan entre sí en inglés y el resto de los personajes en español; el hombre puede comunicarse en español básico con el resto, pero su esposa no entiende ni palabra, hecho que es vital en la progresión dramática de la historia. Este hecho motivó un profundo enojo en su director, pero los productores mandan. Pese a ello, el poderío visual de la propuesta y el riesgo temático pudieron más.

La película fue bien recibida por buena parte de la crítica, aunque muchos coincidieron en marcar negativamente el comienzo con las imágenes de niños violentados en diversos momentos y lugares del mundo. La taquilla de aquel momento fue importante pero no llegó a los números de La Residencia. Uno de los problemas que tuvo la distribución del film fue la censura, en países como Argentina, Suecia y Francia tuvo varios cortes y en Finlandia se prohibió su exhibición. Sin embargo ganó adeptos en todo el mundo y continúo haciéndolo con los años, logrando un lugar de privilegio en la estantería de los auténticos clásicos de culto.

En Uruguay, sus películas se estrenaron con importante retraso, La Residencia vio la luz en 1976 en el cine California, gracias a la repercusión de ¿Quién puede matar a un niño?, que por aquí se estrenó recién en 1984, en el cine San José.

Televisión Española

Serrador acompañó muy de cerca el desarrollo de la televisión española, convirtiéndose en un referente; incluso para muchos es el mismísimo inventor de la tele. En breve se convirtió en productor e ideólogo de diversas propuestas, como programas de entretenimiento, de preguntas y respuestas, etc. En este contexto, en 1972 creó el programa Un, dos, tres…responda otra vez, que fue una revolución televisiva y otro éxito instantáneo. España entera desde entonces sabe quién es Chicho. El programa tuvo un inicio a todo ritmo con 6 temporadas seguidas para luego retornar en diversas etapas y es considerado uno de los clásicos de la televisión española. Su alcance fue mundial, el formato se vendió a media Europa, a donde se enviaban los libretos armados por él mismo.

Un adelantado

El set de televisión, y en especial la sala de controles, era el sitio preferido de Serrador: allí se sentía seguro. A su ritmo incansable de trabajo le sumaba un gran ojo para la puesta en escena, siempre rupturista y audaz. Se hizo fama tanto de exigente como de generoso “jefe”, como se le decía en los corredores del canal. Pero si hay una característica que explica muy bien el suceso de sus propuestas, fue el riesgo de innovar, de animarse a cosas que parecían prohibidas. Por ejemplo en la vuelta a la producción de Un, dos, tres… en su momento de mayor audiencia durante el periodo 1982-1988, decide poner a conducir el show a una mujer, Mayra Gómez Kemp, algo inédito y excepcional. Al tiempo vuelve a innovar y crea en 1989 el concurso sobre el reino animal Waku Waku, que en nuestro país se conoció con la conducción de Juan Carlos “Pinocho” Mareco. Cuando si le dijeron que se iba a estrellar fue en 1990, cuando dirige el primer programa sobre sexo en televisión abierta de la mano de la doctora Elena Ochoa: Hablemos de sexo, que se pudo ver también en Uruguay. Contrariamente a lo que se decía, fue otro autentico triunfo que marcó época. Su cualidad de visionario se reafirma cuando en 1995 crea El Semáforo, que consistía en un show donde el público se presentaba a realizar su gracia, cualquiera fuese. Algo muy común y natural desde hace un buen tiempo en la TV mundial, pero no en aquella época. Y otra vez y contra muchos pronósticos, el programa fue un bombazo.

En el set de Historias para No Dormir

Con los años su ritmo de producción bajó sensiblemente, como es natural y su último gran aporte fue la creación de un grupo de películas para la televisión con el título de Películas para no dormir (2006). Para el proyecto reunió a un grupo de realizadores jóvenes afines a su género predilecto, Alex de la Iglesia, Jaume Balaguero, Paco Plaza, Mateo Gil y Enrique Urbizu. Cada uno de ellos realizó un film, a lo que se sumó La culpa, a cargo de Chicho con el que se completan el pack de 6 obras.

Se define como alguien sumamente tímido e introvertido, hecho que se vio reforzado por una enfermedad sufrida de niño que le impedía estar en la calle y jugar con otros niños. Esto lo llevo a convertirse en un ávido lector, en particular de literatura fantástica, lo que explica en gran parte su obra. Pero mientras trabajaba, esencialmente dentro del canal, Chicho se transformaba en el jefe que todo lo hacía. Iba y venía escribiendo y reescribiendo guiones, dando indicaciones aquí y allá, al tiempo que realizaba castings y hablaba, a veces en tono imperativo, con todo aquel que se le cruzara. Tampoco debe extrañar entonces su participación delante de la cámara en innumerables ocasiones como presentador de sus propios ciclos, al estilo Hitchcock, a quien admiraba. Son memorables sus introducciones a las películas que presentaba en el ciclo Mis terrores favoritos, así como también la serie realizada junto a su padre bajo el titulo muy familiar de Narciso Ibáñez Serrador presenta a Narciso Ibáñez Menta.

A pesar de haber pasado apenas su infancia en Uruguay, llama la atención la indiferencia con que la prensa ha tratado la honorífica premiación realizada por los Goya. Más allá de la nacionalidad, Chicho fue una personalidad crucial a la hora de definir lo mejor que tuvo la televisión iberoamericana; algo que todos, como Lacuesta, pensábamos que era normal, pero era extraordinario.

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