Este comentario libre de spoilers corresponde a los primeros cuatro capítulos de la nueva temporada de Twin Peaks, los cuales se hicieron públicos por primera vez el domingo 21 de mayo a través de la cadena televisiva Showtime (los otros se transmitirán uno por semana cada domingo empezando el 4 de junio) . El estreno mundial fue dos días antes, el viernes 19 de mayo en el Ace Hotel de Los Angeles, ambientado para la ocasión. El 25 de mayo, los primeros dos capítulos fueron exhibidos en el Festival de Cannes donde David Lynch, creador, co-guionista y director, fue receptor de un largo aplauso. Lo poco que se ha visto de la serie también fue elogiado efusivamente por fanáticos del cineasta alrededor del mundo. Lejos de ser un híbrido entre su estilo y contenidos como los que se hacen hoy para televisión, la nueva Twin Peaks parece una película dividida en 18 capítulos de una hora sin interferencia ejecutiva, llena de sellos personales e ideas sorprendentes.
Las primera y segunda temporada (1990-1991) sentaron las bases de lo que sería un universo ficcional nunca antes visto en televisión: la comunidad de Twin Peaks, un pueblo en algún lugar de la punta noroeste de Estados Unidos, sufre un sacudón cuando la adolescente más popular es asesinada. Esta premisa podría ser la base de cualquier telenovela melodramática (algo que la serie de hecho referencia y parodia) si no viniera cargada con la singular visión de David Lynch, uno de los grandes artistas estadounidenses de los últimos 50 años (digo “artista” porque primero fue pintor y después director de cine, aunque nunca abandonó lo primero y tampoco se limitó de incursionar en otras artes, como en la música). Junto al novelista y guionista Mark Frost, el dúo creó un lugar lleno de personajes excéntricos y arquetípicos, con escenas y diálogos que siguen siendo de referencia.
Twin Peaks, al igual que Terciopelo azul (1986), se para sobre las pesadillas subterráneas del sueño americano, y toma tanto del folclore local como del inconsciente colectivo via la mente del director. La serie se nutre del pintoresco atractivo de un pueblo humilde rodeado por bosques y montañas, su magia y misterio inherentes, el amor por los diners y los desayunos a la americana, los postres, el café, la belleza clásica y los sintetizadores sentimentales, el lado oscuro del puritanismo, los proyectos secretos del gobierno y la mitología de los indios nativos. Laura Palmer (Sheryl Lee) sería la típica reina de la secundaria si no fuera por su adicción a la cocaína y su larga relación con un espíritu maligno llamado Bob que ha abusado de ella desde los 12 años. El agente especial Dale Cooper (Kyle MacLachlan), enviado por el FBI para resolver el asesinato de Laura, bien podría entrar en el estereotipo del luchador del crimen elite, eficaz e intelectual, que tiene una relación tensa con las autoridades lugareñas, pero en cambio esta encarnación tiene un entusiasmo inextinguible por la vida, usa sobre todo la intuición, ama el Tibet, los árboles, el café y ha sido seleccionado por las fuerzas sobrenaturales que buscan equilibrar la situación cósmica como principal receptor de sus mensajes (el otro gran recepor es el tronco que lleva como bebé en brazos una atípica viuda llamada Margaret (Catherine Coulson), conocida por el apodo Log Lady, la señora del tronco).
Los nuevos episodios de Twin Peaks se ubican en el tiempo 25 años después, cumpliendo la promesa que Laura Palmer le hizo al agente Cooper en uno de sus incursiones oníricas a la Logia Negra (Black Lodge), lugar donde viven o transitan personas y espíritus asociados de alguna manera al mal. Esa ominosa línea de diálogo, “te veré en 25 años”, que aparece en el último episodio de la segunda temporada, sumaba una incógnita más a las tantas que había y tal vez tenía el propósito de continuar su existencia en las suposiciones del espectador, que en aquel entonces (1991) se despedía abruptamente del programa para siempre. Sin embargo, el cumplimiento de la fecha fue lo que hizo que Mark Frost invitara a David Lynch a reunirse en un restorán y discutir la idea de volver a la serie. El show original había sido muy popular hasta que se reveló la identidad del asesino de Laura Palmer. Lynch ha contado que su plan era continuar la intriga indefinidamente, pero los ejecutivos lo apresuraron. Lo que sigue de la segunda temporada después de ese intenso episodio, como es sabido, carece del peso de todo lo que vino antes y para muchos divaga o repite, lo que no quiere decir que esté completamente exento de grandes momentos. El año pasado Lynch ya filmaba la tercera temporada con el presupuesto adecuado y un contrato que le otorgaba control total (todos los episodios son dirigidos y co-escritos por él). Por lo tanto, la nueva temporada de Twin Peaks es Lynch puro, sin diluir, y no solo mantiene las líneas estilísticas de sus películas más recientes, Mulholland Drive (2001) e Inland Empire (2006), sino que marca un retorno a la simplicidad y a las técnicas más rústicas de sus primeros trabajos.
De haber nacido cien años después, Erich von Stroheim tal vez podría haber tenido más éxito con su magnum opus Avaricia (1924), uno de los filmicidios más legendarios de la historia del cine. La versión más larga de la película que hoy tenemos dura 4 horas y se trata de una reconstrucción con ayuda del guión original, compuesta por la versión mutilada que sobrevivió de aquellos años, más algunos fotogramas de escenas perdidas e intervenciones de un narrador que lee fragmentos de la novela original. El “no” inflexible de Thalberg para el pedido de Stroheim de estrenar la épica recién terminada en dos partes fue la palabra mágica que finalmente destruyó la épica norteamericana de 10 horas. La tercera temporada de Twin Peaks, por su parte, tiene 18 episodios, y bien podría ser una película adaptada para ser vista en 18 partes. Varias puestas en escena pertenencen indudablemente a la televisión (el uso de la cámara hace casi toda la diferencia), mientras que ciertas secuencias tendrían un feliz destino en la pantalla grande.
En el contexto del debate entre Pedro Almodóvar y Will Smith (ni a Lynch se le hubiera ocurrido esto) que tuvo lugar en la última edición del Festival de Cannes sobre la validez de las producciones de Netflix en el circuito de premios cinematográficos, Twin Peaks violenta aun más los márgenes estipulados entre qué es cine y qué no. El director ha dicho en entrevistas que el cine-arte está muerto; ya no hay, como cuando él estrenó su primera película, Eraserhead (1977), salas de cine donde las películas under, de culto o de muy bajo presupuesto, tuvieran su circulación, con un público más o menos fiel a la propuesta. La cantidad de material audiovisual presentado en todas partes del mundo y el número increíble de festivales donde pueden ser exhibidos (sin que hablar de YouTube y Vimeo) tal vez sea un indicador de que el art house cambió sus lugares ritualísticos y sancionado por la crítica para tener una existencia más libre y, por consiguiente, más difusa. Acá en Uruguay, donde Cinemateca sigue viva después de tantos años y roces con la muerte, cuesta un poco sentir la urgencia de las palabras de Lynch, pero hay que tener en contexto que en Estados Unidos (como en cierta medida aquí también) han cerrado una larga lista de cines independientes y casas de exhibición. Los multiplex (equivalentes a nuestro Movie Center) siguen arrasando los remanentes de un movimiento cultural bastante importante que primero vio el cambio violento a proyección digital y el trabajo de proyeccionistas de larga trayectoria hechos a un lado. Extraña como es la vida, fue Mel Brooks, el actor, guionista y director responsable de las grandes comedias El joven Frankenstein y Locuras en el Oeste (ambas estrenadas en 1974) la persona a la que David Lynch le debe su más importante ascenso de carrera. Brooks contrató a Lynch para dirigir El hombre elefante (1980) después de quedar fascinado con la pesadilla en blanco y negro que es su debut, Eraserhead (1977). Quién sabe si el joven Lynch hubiera tenido la misma suerte hoy en día o si sus esfuerzos se hubieran pedido en la vastedad de material publicado online hora por hora y en el espeso tránsito de estrenos globales. Oportunidades seguro no faltan. La existencia de los primeros cuatro episodios de Twin Peaks –tan personales y espesos como lo más potente de su obra– en el mundo de la televisión comercial ya es contra-argumento suficiente.
Todo en Twin Peaks (y en la obra de Lynch en general) tiene un contraparte alterno o esconde una realidad inquietante donde opera la lógica del inconsciente (“los buhos no son lo que parecen”, le dice un gigante a Cooper en la serie original). La nueva temporada nos lleva directamente al encuentro con el doppelgänger malvado del agente Cooper, la versión de sí mismo que se escapó de la Logia Negra y, a diferencia de él, camina libre por el mundo. El show se abre a otras locaciones, como Nueva York, Dakota del Sur y Las Vegas, presenta viejos personajes actualizados, nuevas caras y actuaciones de gente que falleció poco después de la filmación (Miguel Ferrer como Albert y la ya mencionada Catherine Coulson, la Señora del tronco), situaciones mucho más inquietantes que en las temporadas previas y chistes diferentes, pero sobre todo un cambio de ritmo: el Twin Peaks de los años 90-91 tiene la estructura estándar de una serie dramática televisiva, compuesta de escenas de breve duración que desarrollan los diversos arcos de los personajes. Esta nueva entrega, en cambio, está compuesta más que nada por escenas largas que son como secuencias narrativas. Lynch presenta los sucesos con la sobriedad de una cámara sin pretensión otra que mostrarlos con claridad, duren lo que duren. De ser otra serie, la escena que introduce al Cooper malvado y lo ve entrar a una cabaña perdida donde contrata el servicio de dos jóvenes, podría durar no más dos minutos y probablemente se hubiera ejecutado con la dinámica de una transacción tensa. Lynch, sin embargo, aprovecha la ocasión para mostrarnos un rincón (mejor dicho, un agujero) del mundo hecho a la medida de quienes lo habitan, con un miembro de la familia en silla de ruedas casi sumido en tinieblas y una jefa de casa media proxeneta con un rostro impactante. En la obra del director, el in doors suele ser una dimensión aparte donde los eventos no transcurren de la misma manera que afuera; el espacio doméstico vive su propio tiempo y espacio, y el aire que se respira allí adentro es el humo impregnado de los fuegos que arden o ardieron en la historia del domicilio, los traumas, las tensiones y las fugaces alegrías.
El error está en pensar que el estilo lynchiano es sinónimo de un proceso asociativo y aleatorio, con predilección por las imágenes pesadillezcas. En verdad, su modus operandi artístico emerge en respuesta a realidades duras: gente con vidas miserables y estancadas, embarazos no deseados, escenas de violencia doméstica, prostitución, abuso, los poderosos que chupan la sangre del mundo marginal, las voluntades destructivas. Como meditador diario y persona estrechamente conectada con la imaginación, Lynch trata estos problemas con el mecanismo de los sueños, como una vez lo hicieron las vanguardias de la primera mitad del siglo XX. Su escuela es, entre varias, la surrealista, la que recodifica la vida real, interior y exterior, en tropos inconscientes, muy diferente al ejercicio de la arbitrariedad que vemos tanto en YouTube. La nueva temporada es gran ejemplo de su conocimiento pictórico y manejo de efectos prácticos cinematográficos. En este sentido, se acerca más a Un perro andaluz (1929) que a True Detective (2014), aunque el uso de glitches y otros problemas propios del medio digital también son trucos en la paleta del artista.
Una vez terminada la frustrada experiencia de la segunda temporada, David Lynch realizó Twin Peaks: Fuego camina conmigo en 1992: “No podía dejar el mundo de Twin Peaks. Estaba enamorado con el personaje de Laura Palmer y sus contradicciones: radiante en la superficie, pero muriendo por dentro. Quería verla vivir, moverse y hablar.” En su momento, la película fue abucheada en Cannes, pero ahora es considerada por algunos como de las mejores del director. Verla inmediatamente después de terminar la serie conlleva algo de conflicto porque uno de los papeles principales, el de Donna, tuvo que cambiar de manos (de Lara Flynn Boyle a Moira Kelly). Vista con distancia y enfriada la fiebre de las maratónicas sesiones de seis episodios por día, el filme presenta el mismo universo en una visión mucho más autoral que su contraparte televisivo. Retrata una adolescente en los últimos días de su vida, últimos no tanto por su inminente asesinato sino porque está punto de perder la batalla con las tinieblas que la poseen; Laura es una persona cuando está en el liceo, otra cuando frecuenta el bar Bang Bang de noche; su perdición es la cocaína y es de las pocas anestesias que tiene contra el inmenso dolor que lleva en el vientre por ser abusada tantos años y vivir con una familia protocolarmente angustiante. Preguntado por Inland Empire, Lynch dijo que se trataba de “una mujer en problemas”. Ese podría ser el leit motif de gran parte de su obra. El último bastión de intimidad que tiene Laura, su diario personal, es violado cuando descubre que Bob no solo lo ha leído sino que le ha arrancado páginas. Los diversos poderes locales tratan de intervenir con pistas metafóricas y visiones oníricas, pero el monstruo ya lleva demasiado terreno ganado. La nueva Twin Peaks expande muchas de las claves expuestas en la película. La serie comienza con imágenes de la segunda temporada y se ubica 25 años después frente a un agente Cooper que ha de someterse al proceso de balance cósmico para que su doble reingrese a la Logia Negra y él pueda salir. Mientras tanto, un multimillonario anónimo le paga a un joven universitario para vigilar lo que sucede en una caja de vidrio rodeada de cámaras, en el último piso de un edificio en Nueva York. El joven no sabe qué se supone que debe aparecer allí y nosotros tampoco. Pero como siempre, el poder está implicado, y su aspecto destructivo es uno de los grandes pilares de la pesadilla colectiva, donde peligra constantemente el equilibrio de las diferentes partes del ser.