Hoy en día, resulta difícil encontrar fenómenos musicales de la magnitud de los que marcaron la industria en décadas pasadas, como los Beatles, los Rolling Stones, Michael Jackson o Madonna. Sin embargo, hace ya catorce años, cinco adolescentes que buscaban una carrera en solitario a través del icónico reality show The X Factor fueron reunidos, inesperadamente, para formar una banda que seguiría “una dirección” que no solo cambiaría sus vidas, sino que también dejaría una huella indeleble en el panorama del pop mundial durante la década de 2010.
Harry Styles, Louis Tomlinson, Niall Horan, Zayn Malik y, ahora tristemente fallecido, Liam Payne, conquistaron al mundo bajo el nombre de “One Direction“. Aunque no lograron alzarse como ganadores en su edición de The X Factor, el impacto que generaron en el público fue innegable. Ese magnetismo se convirtió en una fuerza imparable que los catapultó al estrellato global, consolidándose como una de las boy bands más grandes de la historia. Con tan solo sus primeros dos álbumes de estudio, vendieron más de diez millones de copias y recaudaron cerca de 140 millones de dólares con sus giras mundiales. En esos primeros dos años, One Direction cultivó uno de los fandoms más leales y apasionados de la historia, los “Directioners“, quienes, a través de plataformas como Twitter, Facebook, Tumblr y YouTube, hicieron crecer exponencialmente la popularidad de la banda, convirtiéndolos en íconos contemporáneos de la cultura pop.
Es a través de la conexión con sus seguidores que los cantantes ya no solo son vistos como intérpretes de canciones; se transforman en íconos adorados por millones y, para bien o para mal, en productos del mercado. El auge de los documentales sobre músicos y bandas ha marcado una nueva era en la relación entre artistas y público, permitiendo la posibilidad de un vínculo más profundo y personal. Desde clásicos legendarios como el Truth or Dare (1991) de Madonna o el arrollador The Rolling Stones: Gimme Shelter (1970), hasta éxitos contemporáneos como Miss Americana (2020), explorando el fenómeno de Taylor Swift, estos films han intentado trascender lo meramente e intencionalmente promocional, convirtiéndose en aparentes ventanas íntimas hacia la vida de las estrellas del pop. Y es así como en 2013, tan solo tres años después de su debut, el éxito de One Direction era tan inquebrantable que ya no era suficiente ni la música, ni las giras, ni el merchandising; fue entonces cuando se estrenó This Is Us, un fenómeno cinematográfico que llevó a la banda a todas las grandes pantallas del planeta.
La pregunta es: ¿por qué volver a verlo ahora, once años después?
La respuesta quizás es más emocional que lógica. Con la reciente partida de Liam Payne, This Is Us adquiere una dimensión diferente. No es solo un repaso por los éxitos de una banda juvenil, sino un testimonio visual de una época que marcó a toda una generación. Volver a verlo, ya sea desde el cariño de un fan o la curiosidad de alguien ajeno a ese mundo, tiene un efecto inimaginable. ¿Quién iba a pensar que un documental sobre cinco jóvenes haciendo bromas en la carretera y cantando en estadios llenos algún día se vería bajo la luz del duelo? Pero aquí estamos.
Su director, Morgan Spurlock, ya contaba con una sólida trayectoria en la documentación de grandes fenómenos. Nominado al Premio Óscar en la categoría de Mejor Documental Largometraje, su película Super Size Me (2004) exploró los efectos de la comida rápida en la salud. A través de un audaz experimento, Spurlock registró las consecuencias de consumir productos de McDonald’s tres veces al día, todos los días, durante un mes, ofreciendo una mirada inquietante a los hábitos alimenticios contemporáneos. Pero en This Is Us se alejaba de todo ese enfoque crítico, y presentaba el universo y auge de One Direction de manera optimista y celebratoria, una fiesta. Una narrativa centrada en el vínculo entre los integrantes y sus fans, en lugar de cuestionar las estructuras sociales o de consumo. Un simple propósito: capturar la locura que giraba en torno a estos cinco jóvenes.
La mayoría de estos documentales busca revelarnos el lado más humano de esas celebridades que solemos percibir como inalcanzables y ajenas a nuestras vidas. This Is Us sigue la gira mundial Take Me Home Tour realizada en el año 2013, entrelazando presentaciones exclusivas de la gira con testimonios de los integrantes de la banda y su entorno cercano, quienes nos llevan a través de la construcción de su meteórico ascenso musical. Hay algo profundamente cautivador en los documentales musicales: capturan el pulso de una generación, inmortalizando un momento que para muchos significa mucho más que simples canciones. En el caso de One Direction, este documental encapsula lo que podría considerarse su “época dorada”, un tiempo que se sentía lleno de esperanza y felicidad. Sin embargo, no es un documental que explore los momentos vulnerables o difíciles de los integrantes; en su lugar, está repleto de imágenes de fans enloquecidas gritando los nombres de los integrantes, infaltables bromas entre bastidores, largos viajes en bus y avión por el mundo, y música que, incluso en una escena, llega a ser analizada por un neurocientífico que explica por qué resulta tan adictiva y provoca emociones tan intensas en los adolescentes.
Ha pasado casi una década desde que One Direction lanzó su último álbum. Con el paso de los años, la imagen idealizada que proyectaba el documental sobre la banda ha demostrado ser solo un atractivo envoltorio para una realidad mucho menos amable. Una escena en particular captura esta dualidad: uno de los productores musicales despierta a Zayn Malik para grabar una simple transición necesaria para una canción. Al despertarlo, Zayn le pregunta cuánto tiempo había estado dormido, y el productor le responde que apenas habían pasado 10 minutos. Ese breve, simple y casi incierto momento quizás sea de lo más revelador del documental, mostrando casi invisiblemente la agotadora rutina que los cinco integrantes enfrentaban: conciertos, ensayos, grabaciones, y un escaso descanso en las pocas horas libres del día. Incluso con el diario del lunes, se sabe que el estrés de ese ritmo extenuante fue uno de los factores que desencadenó los problemas de alcoholismo de Liam Payne, alimentados por la soledad y el acceso constante a bares en hoteles de todo el mundo.
Pero a pesar de todo, This Is Us permanece más que nada como una cápsula del tiempo, un recordatorio nostálgico de una época más simple y optimista tanto para los fans como para los propios miembros de la banda. Las risas, los momentos de complicidad y la euforia compartida en los escenarios hacen que el documental aún resuene profundamente en quienes lo vivieron de cerca. Y para aquellas generaciones más jóvenes que no fueron testigos de aquel fenómeno en su apogeo, representa la oportunidad de ver de cerca cómo un grupo de jóvenes con grandes sueños pudo conquistar el mundo. La posibilidad de volver a ver este documental hoy adquiere un peso adicional, no solo por la pérdida de Liam Payne, sino por el contraste entre la luz y las sombras de la fama que cada uno de los miembros ha experimentado desde entonces. En un mundo donde esta notoriedad suele ser fugaz y los ídolos crecen siguiendo sus respectivos caminos, este documental, superficial o no para quien lo considere, se convierte en un testimonio de la conexión profunda entre cinco jóvenes y una generación que encontró en ellos una voz, un sueño y, quizás, un reflejo de sus propias experiencias de crecimiento y descubrimiento.