Grandes obras del cine de terror, que a día de hoy son clásicos, fueron concebidas con presupuestos que hoy consideraríamos ridículos; The Evil Dead (1981), Halloween (1978), La matanza de Texas (1974) o Actividad Paranormal (2007), entre otros ejemplos, son sagas que ahora están más que consolidadas pero que iniciaron siendo producciones pequeñas. En parte gracias a esto es que muchos directores amateur deciden volcar su creatividad y experimentar con filmes de terror.
Generalmente mezcladas en cierta medida con la comedia, todas las semanas se estrenan películas de terror con premisas absurdas, sin buenas actuaciones o efectos especiales pero que sí demuestran estar realizadas con muchas ganas. Algunas usan personajes infantiles y los tornan en asesinos que derraman cómicas cantidades de sangre (The Mean One, Winnie the Pooh: Sangre y Miel), otras recurren a animales en situaciones exageradas (Sharknado, Oso Intoxicado) pero en general los límites los pone la creatividad del creador, habiendo películas como Yoga Hosers (2016), en la que unas jóvenes canadienses accidentalmente descongelan unas salchichas nazis que planean dominar al mundo, o Bubba Ho-Tep (2003), que muestra a un Elvis Presley y un John F. Kennedy que nunca murieron y tienen que luchar contra una momia que se alimenta de las almas de los pacientes del asilo en el que están internados.
Por supuesto, nuestro país no se queda atrás. Tacuaremboense Inmortal (Fabricio Camargo y Jimena Crujeira) es una película estrenada en 2017 en el marco del festival Montevideo Fantástico de la mano de la productora uruguaya IMPAR FILMS, dedicada principalmente a la realización de cortos y largometrajes de terror. La película, rodada entre Tacuarembó y Buenos Aires, se sitúa dentro del terror cómico de slashers (anglicismo para las películas de explotación sobre adolescentes o jóvenes siendo brutalmente asesinados por una persona o ente) para ofrecer una trama entre absurda y sobrenatural en la que el asesino es el fantasma de un famoso compositor de tango.
Thelma (Agustina Zilli), una piba de Tacuarembó, después de una reunión con sus amigos encuentra accidentalmente un cofre enterrado en su jardín y descubre en él varios papeles con inscripciones raras, un extraño pedazo de medallón y una fotografía de Carlos Gardel intervenida con simbología satánica. En esa misma noche, un grupo de tres adolescentes que intentan contactar con un espíritu por medio del juego de la copa acaban invocando al cantante y siendo degollados por su fantasma, quien deja una nota en el lugar del asesinato. Tras ese y varios crímenes más (todos con notas con frases de Gardel) nuestra protagonista se reúne con su amigo Ramiro (Alejandro Teixeira) para llegar al fondo de lo que está sucediendo, encontrándose en el camino con un tipo bastante raro conocido como Efrem (Fabricio Camargo), que tiene experiencia en casos paranormales (y que ya habíamos conocido en las anteriores producciones de IMPAR, Peste en Birra, 2015, y Peste en Tacua, 2016).
Tomarse en serio la película resulta imposible y en eso radica su encanto. Las actuaciones, personajes y diálogos exagerados, sumados a sus efectos especiales de bajo presupuesto logran que, incluso en la primera mitad que es relativamente “seria”, haya una ambientación en cierta medida cómica. A partir de la mitad del segundo acto, con la aparición de Efrem la película abandona cualquier pretensión de solemnidad en favor de una comedia delirante y sobrenatural, dejando de tomarse en serio a sí misma e introduciendo elementos cada vez más fantásticos y ridículos (en el buen sentido) para explicar el porqué de la aparición del fantasmal compositor.
Por medio de las locaciones se aprecia una homogeneidad que sirve para generar cercanía con el espectador. “Tacuarembó” como ciudad es prácticamente un personaje más de la película, y eso es un concepto que se usa tanto para esa estética homogénea como para criticar a la ciudad y su gente. Hay momentos en los que algunos personajes se quejan de las personas de Tacuarembó y sus actitudes respecto a algunas cosas específicas, y es por eso que la elección de Gardel como antagonista no es aleatoria.
El lugar de nacimiento de Carlos Gardel es incierto pero una de las hipótesis más resonadas es la de que nació en Tacuarembó entre 1983 y 1987, y de ahí el apodo dado “Tacuaremboense Inmortal”. La película critica el hecho de que en Tacuarembó aplica el refrán que dice que “nadie es profeta en su tierra”, siendo que empezaron a adjudicarle a Gardel el apodo de “tacuaremboense” cuando ya era un artista exitoso (que hizo toda su carrera en Argentina), pero que a quienes intentan crecer y desarrollarse dentro de la ciudad no le dan bola. Esto es dicho muy explícitamente por Efrem en el tercer acto de la película y también es mostrado durante la investigación de los protagonistas, que son ignorados cuando van a un centro que se supone que se dedica a investigar la historia del departamento.
“Tacuaremboense Inmortal” utiliza la versatilidad del género de terror para explorar temas locales, fusionando el terror cómico con la crítica social en un entorno específico. Se demuestra cómo la creatividad y la pasión pueden trascender las limitaciones presupuestarias, ofrece una experiencia interesante para los aficionados tanto del cine de terror como del cine uruguayo.