En lo que queda de agosto se estrenarán tres películas uruguayas en la Sala B: El molino quemado, Preso y Roslik y el pueblo de las caras sospechosamente rusas. El interior del país y el documental son protagonistas.
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Desde que comenzó la temporada de cine latinoamericano en la Sala B del Auditorio Nelly Goitiño, podemos decir que hay un lugar oficial, donde encontrar los estrenos del cine uruguayo. El 17 de agosto se estrenarán allí el documental de Martín Chamorro, Micaela Domínguez y Cecilia Langwagen: El molino quemado. Continuando la línea documental, el 24 de agosto se estrena Preso, el largometraje debut de Ana Tipa, tras el medio Dos Hitlers (2007). Y a fin de mes, estará Roslik y el pueblo de las caras sospechosamente rusas, el primer largometraje dirigido por Julián Goyoaga. Las películas coinciden, además de ser largos documentales, en que las tres transcurren en pueblos del interior.
El molino quemado trata sobre el lugar homónimo que queda en Nueva Helvecia, Colonia. Construido en 1875, el molino se quemó en 1881. Hay muchas versiones de la causa del incendio: algunos dicen que fue una manera de cobrar el seguro, otros dicen que fue un asesinato ocasionado por el molinero Kunz. La leyenda fue creciendo con el paso de los años y ramificándose cada día más. Los directores ahondan en esa historia y sus detalles, van más allá de la “historia de fantasmas” e investigan acerca de los orígenes de Nueva Helvecia, la vida de los inmigrantes de aquella época y la idiosincrasia actual. Chamorro dice que las vivencias personales de la gente del pueblo, en relación al molino, les parecieron más interesantes que la historia en sí. “El molino sigue vivo y a través de las historias que han pasado de generación en generación los ciudadanos reconstruyen su propia historia; la de un pueblo marcado por la inmigración, la lucha de clases y un pasado de acontecimientos enterrados que hoy quieren salir a la luz”, afirman los directores en una nota en El País.
Preso empezó con el interés de la directora en el vínculo que la gente mantiene con el lugar en el que habita. ¿Cómo nos manejamos en esos espacios que son “nuestros”? ¿Cómo los habitamos? Ana Tipa, conoció a Miguel, un obrero que estaba trabajando en la construcción de una de las cárceles más grandes del país: la Cárcel Departamental de Rivera. Ahondando en la vida personal de Miguel, Tipa quiso explorar cómo un individuo puede ser preso de su propia realidad. El documental indaga en el concepto de prisión de manera metafórica y literal. “La construcción, que es un tema central de la película, representa no sólo el poner ladrillos uno encima del otro para levantar un lugar en el que luego se va a llevar adelante la propia existencia; sino que también representa la construcción de su propia realidad” dice la directora en una entrevista con Ruth Camargo. Según las sinopsis publicadas por la Sala Zitarrosa, la cual fue sede del pre-estreno del documental a inicios de este mes, Miguel alberga un secreto del cual es preso. Debe decidir si develar la verdad a su familia y hacerse cargo de lo que eso conlleva.
Por otro lado, Roslik: y el pueblo de las caras sospechosamente rusas trata sobre Vladimir Roslik: médico hijo de inmigrantes rusos cuyo asesinato fue el último cometido por la dictadura cívico-militar. Roslik nació en San Javier, Río Negro. Cerca del 1913, el pueblo se formó a partir de inmigrantes rusos. La comunidad ruso-uruguaya conserva hasta el día de hoy sus costumbres, y durante la dictadura se convirtió en un foco de sospecha, a raíz de su vínculo con la Unión Soviética. Roslik visitó el terreno soviético en la década del 60, lo cual le valió la acusación de “agente ruso” por parte de los militares. Asesinado en 1984, la película de Goyoaga se construye a partir de entrevistas, material de archivo y animaciones. Explora la vida actual de la familia Roslik, y cómo se sucedió el hecho que conmovió al pueblo de San Javier a finales de la dictadura.