“Al principio me descolocó el blanco y negro”, oí a alguien decir después de ver Los modernos, “pero después me acostumbré”. Otra persona, también de veinte y tantos, tuvo un lapso mental acerca de si la película había sido en blanco y negro o en color. Hicieron comentarios sobre la música de Gardel, el uso de discos de vinilo, la taza de los Beatles y los posters de películas “viejas”, objetos que les habían hecho dudar apenas, en ocasiones, en qué época transcurría la película. El consenso era, sin embargo, que había sido muy divertida y los temas que trataba, relevantes, que era difícil no sentirse identificado con alguno de los dilemas o las emociones presentadas, directa o indirectamente. La hibridación que había sorprendido a los espectadores al principio más tarde se transformó para ellos en uno de los méritos más grandes del film: tener un pie en lo tradicional y otro en lo contemporáneo, ser un “drama sexual” cómico que investiga los conflictos de sus personajes y el fenómeno mismo de la creación artística en la sociedad moderna, un cine ambicioso y sexy, a la vez coreografiado y espontáneo, con preocupaciones de siempre y de hoy.
Dirigida, producida y editada por Marcela Matta y Mauro Sarser, la película sigue a Fausto (Mauro Sarser) y Clara (Noelia Campo), treintañeros que trabajan en el campo audiovisual, él como freelancer y ella en un canal de televisión. La pareja, sin embargo, está en la etapa en que la convivencia es un partido de ajedrez y la menor molestia causa de discusión. Clara es una madre divorciada que siempre tiene problemas con su ex marido cuando le llega el momento de cuidar a los niños y Fausto reclama que quiere un vínculo libre de esas cargas. La pelea que termina la relación es inminente y no está exenta de arrepentimientos: ambos saben que todavía se quieren pero una parte de ellos se rehúsa a ceder. Un tanto de desgaste, otro tanto de orgullo. Entonces llegan los intentos, más o menos exitosos, de encarar la soltería.
Como muchas películas de Woody Allen, –difícil no recordarlas al momento de ver los créditos y escuchar los numerosos diálogos– los personajes tratan de armonizar una vida artística con su realidad cotidiana y sus formas de ser. Fausto quiere hacer documentales, algo que comparte con Clara y que los une más allá de la ruptura. Martín (Federico Guerra), amigo de Fausto, tiene una idea de corto o largometraje boyando en su cabeza que siempre menciona cuando su novia Paula (María Paz Rodríguez) habla de compromisos. Fernanda (Marie Hélène Wyaux), es actriz y dramaturga. Ana (Stefania Tortorella), fotógrafa independiente. Carlos Reherman hace una aparición y el presentador de los programas de debate (Gerardo Bleier) está escribiendo una novela. Toda esta esfera artística, todos estos proyectos o anhelos personales, conviven en tensión entre otras ansiedades de nuestra cultura, como la libertad sexual, la fragilidad de la monogamia, las fantasías, el individualismo, el espacio personal, la maduración, la vocación y los sacrificios; la vida más el arte y el arte de vivir, siempre en riesgo de irse por las ramas, de explotar el efecto y no encontrar la sustancia, de no ser concretado.
La vitalidad con que Los modernos trata sus temas es producto del cuidado y la audacia: cuidado, por ejemplo, a la hora de trabajar la fotografía en blanco y negro (Germán Luongo) con un sólido entendimiento del lenguaje audiovisual, audacia en tanto celebra el eterno brillo de lo clásico sin tener miedo a abarcar temas controversiales. Geográficamente, respira aires de bar, librerías, teatros, museos, rambla Barrio Sur y apartamentos para dos, teñidos de un viejo encanto rioplatense, de una herencia tanguera que sin embargo no es nostálgica. La banda sonora, que hace uso extenso de la engañosa simpleza del primer preludio de El clave bien temperado de Bach, cumple múltiples propósitos, como dar perspectiva a las disyuntivas de los personajes e incluso determinar ritmos dentro de la narrativa. El ojo curioso de la cámara, voyeur, nunca pierde de vista el panorama humano. Hay mucho para celebrar en Los modernos, película que le propone a su público una mirada compleja y universalista sobre lo local.
La vitalidad también proviene de los diálogos y las actuaciones. Los modernos fluye narrativamente ya que sus creadores, además de prestarle especial atención a la estructura dramática y al timing cómico, buscan una naturalidad performática que remite a la experiencia de quedarse hablando con un amigo hasta la madrugada, naturalidad que a su vez se transforma en lirismo cuando las circunstancias lo requieren. Los actores hablan como lo harían en la vida cotidiana, lo que da la ilusión de ligereza, de no actuar, lo que hace que los crescendos dramáticos y los momentos más poéticos florezcan orgánicamente. El artificio es evidente pero nunca se antepone a la verdad. La actuación merecidamente elogiada de Noelia Campo personifica el variado espectro de colores emocionales que sustentan el interés.
Descrita por sus autores como un “alegato en contra de la postmodernidad” (la clave para la discusión la da el presentador de televisión), la película tiene una mirada a la vez crítica y compasiva. Sus personajes buscan conciliar de forma auténtica las cosas más fundamentales de la vida humana, como tener un hijo, con el vivir en una sociedad confundida por su lugar en la historia y donde todo tiende a bastardizarse para apelar a lo más básico y estar en una vidriera. Los dos posters que Fausto tiene en su apartamento, de Brazil (1985) y Noche de estreno (1977), la primera una distopía satírica, la otra un drama que transcurre en el mundo teatral, dan la pauta de un film que sale al escenario de la modernidad para representar escenas del imaginario colectivo y auto-reflexionarse. Fausto, haciendo caso de algunos aspectos del héroe de Goethe, es el gran indagador sin pretensiones morales, el que participa para observar.
En un tiempo donde la autenticidad suele perderse en el ruido del espectáculo, en los rituales de una moda, Los modernos no ofrece respuestas pero sí plantea con claridad sus preguntas, desafiando lo que constituye ser una película uruguaya, suplando una brisa fresca que invita a ser sentida más de una vez para aclimatarse en su verano monocromático entretenido y profundamente humano.
Buen artículo! Describe muy bien la película. Aunque discrepo con lo último, para mí entender sí ofrece algunas respuestas. Si bien amé la película, se la recomendé a todo el mundo y la vería dos veces más, el final fue de alguna manera lo único con lo cual no me identifiqué. Esperaba que al menos una de las tres parejas no terminara formando parte de la norma y diera lugar a un diferente final posible, aunque sea en el imaginario. Pero es sólo una opinión formada a raíz de sentimientos personales con respecto al tema. Una excelente película!!!
Muy bueno!
Mas que critica hiciste una reseña edulcorada de esta película sin dar ningún desacierto de la misma, ya sea la excesiva duración o las actuaciones paupérrimas en algunos encuentros que se dan de manera fortuita entre los personajes. Estos encuentros no se los creen nadie.