Casi cuatro años desde el estreno de El Irlandes, una pandemia que paró a toda la industria cinematográfica, varios atrasos de rodaje debido a cambios de decisiones en la producción, muchas fechas de estreno anunciadas que luego fueron postergadas y una imagen que rondó en el internet por más de dos años a tal punto de convertirse en un meme andante… Pero por fin, después de tanta espera, lo nuevo de Martin Scorsese llegó al lugar al que pertenece: el cine, tanto por su condición cinematográfica, como por ser una obra titánica.
Son inicios de los años ’20 en Estados Unidos, y en unos territorios de Oklahoma pertenecientes a la tribu india Osage se descubre petróleo. Esas familias, desplazadas de la sociedad, pasaron a ser ricas de la noche a la mañana, pero también empezaron a ser asesinadas de la noche a la mañana. Estos hechos serán presenciados por Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio), un veterano de la primera guerra mundial que vuelve a EE.UU para vivir con su tío William “King” Hale (Robert De Niro) y termina formando una relación con Mollie Kyle (Lily Gladstone), una Osage perteneciente a las tantas familias adineradas que empezaron a ser asesinadas.
Para entender una película como Los Asesinos de la Luna hay que saber dos cosas. La primera es la decisión que tomó Scorsese de no seguir el punto de vista del libro policial de David Grann, que cuenta los hechos desde el lado de los investigadores, sino que decidió adoptar la perspectiva de los perpetradores. La segunda es la razón de por qué alguien como Martin Scorsese decidió narrar esta historia: porque si vemos Silencio y El Irlandes, no hace falta ser un genio para darse cuenta de que el cineasta ya empezó a reflexionar sobre su propia figura, haciéndose más preguntas que antes y remarcando el paso del tiempo. En Silencio lo hacía reformulando con sabiduría las ideas acerca de la religión que trató en sus anteriores películas; en El Irlandes con aquel tercer acto devastador y ese último plano de igual o más magnitud que toda la película. Ambas, sin querer, terminan preparando a Los Asesinos de la Luna y su idea respecto a la memoria.
La forma en la que arranca Los Asesinos de la Luna puede desconcertar bastante, no solo por las imágenes a modo de documental que mete Scorsese, sino también por iniciar de una forma que no corresponde a lo que veremos en lo que queda de película. Sin embargo, además de tener sentido cuando se llega al final, es un inicio que resume una de las ideas fundamentales de la película. Ahí vemos un ritual Osage donde se entierra a una pipa, todo esto mientras el chamán del ritual habla sobre cómo las tradiciones Osage van a dejar de existir ante una sociedad blanca que educara a sus hijos de otra forma y con otro idioma. Después de ese ritual pasamos al descubrimiento del petróleo, que cual fruto prohibido en el jardín del edén, los Osage terminaran probando para darle fin a la tradición y abrirle paso a la modernidad.
Acto seguido Scorsese nos introduce a Ernest en un vagón repleto de personas. El tren esta vez no sólo sirve como símbolo de la modernidad del género western, sino que también nos aclara luego con un travelling a través de la estación cómo aquellas tierras llenas de espiritualidad fueron reemplazadas por el capitalismo más salvaje. Después Ernest viaja a la casa de su tío William “King” Hale, un personaje el cual es interesante pensarlo como una combinación de dos de las encarnaciones más fidedignas del diablo en la historia de la ficción. El primero es Gavin Elster, de Vertigo. Un viejo conocido del protagonista que le propone llevar a cabo un plan relacionado a una mujer (plan con motivos siniestros ocultos). Y el segundo es el conde Drácula. El patrón de una región que está interesado en conseguir unas tierras, que siente aversión hacia los símbolos sagrados y de paso le encanta beber sangre (que en este caso es en realidad petróleo).
Este diablo que se viste de agricultor y buena persona, termina convenciendo a su sobrino de que se vincule con una mujer con un modo de vida totalmente opuesto al de ellos. Mollie a diferencia de Ernest cree, sabe más que nadie de los asesinatos que están pasando y aun trata de mantener las tradiciones en su vida. El mejor ejemplo de esto termina siendo la escena de la cena. Más allá de ser una escena que muchos comentaran por el meme que se armó alrededor, en realidad es una escena fantástica debido al choque de visiones que ocurre en la misma. Mollie invita a Ernest a dejar la ventana abierta durante una tormenta: mientras que ella la venera y la invita a entrar para que purifique su casa, Ernest por el contrario solo quiere empezar a beber. Todo esto siendo narrado casi sin diálogos, sólo con imágenes.
A partir del segundo acto es cuando Scorsese cambia la ficha y pasamos de ver lo que era una reversión del western, a una historia que a través del cine negro crea un retrato del mal, del racismo y la codicia. Una historia de lobos que en vez de usar piel de cordero, se sacan los sombreros de cowboy para aparentar ser personas normales. Es ahí cuando vemos como la diabetes de Mollie le pasa factura no solo físicamente, sino también en las decisiones que toma. “Si seguís comiendo azúcar te vas a hacer daño” le dice un médico, que podría también ser un comentario de la relación que tiene con su marido. Ernest pasa de ser un pobre diablo que no sabía qué hacer de su vida, a ser un Scottie Ferguson totalmente consciente y entregado al juego del mal o un Ethan Edwards sin una sobrina a la cual rescatar. Y William se revela por fin como el diablo, en aquella secuencia donde manda a quemar sus cosechas para cobrar un seguro. Engañando a todo un pueblo con el truco más básico del diablo.
Todo esto culmina con la investigación de estos hechos, y con la repetición de varias cosas que vimos en la película. William siguiendo su rol del diablo empieza a engañar a la gente para así salvarse las espaldas, Mollie vuelve a desconfiar de aquellos hombres blancos que invadieron su hogar (basta con mirar las formas en la que Scorsese introduce la casa de Mollie antes y después de su matrimonio) y Ernest en un total desentendimiento con lo sagrado, nunca logra alcanzar la redención y sigue cayendo incluso cuando creemos que no puede caer más bajo. Pero Scorsese no decide terminar su película con Mollie cerrando la puerta frente a un Ernest totalmente desolado, sino que decide hacerlo en un radioteatro donde se estuvo narrando todo lo que vimos. Un radioteatro que culmina con el mismo Martin apareciendo en escena, mirando a cámara y narrando el destino final de Mollie.
Este gesto final, casi comparable al que Steven Spielberg llevó a cabo en La Lista de Schindler, es una reflexión del mismo Scorsese acerca de lo que nos intentó decir con esa puerta entreabierta del final de El Irlandés, donde no solo habla sobre cómo al final el paso del tiempo le llega a cualquiera, sino que nos invita a no olvidar, a evitar caer en lo que decía William Hale y de cómo el poder del cine es tan fuerte que además de pasar en generación por generación, también es imposible de borrar de la historia. Para ahora sí, terminar la película con el plano final más redondo, poético e inolvidable de los últimos años. Al final, si hay algo capaz de vencer al diablo, eso es el cine.
Los Asesinos de la Luna es Pasajeros Profesionales, al ser una película importante en la obra del cineasta y que revisita un género fundacional del cine. Los Asesinos de la Luna es El Irlandes, al ser una historia que nos habla a nosotros, y que está narrada tanto por un maestro en su tiempo de mayor sabiduría, como por sus clásicos colaboradores (la banda sonora de Robertson, la fotografía de Prieto y el montaje de Schoonmaker son igual de excelsas en las dos películas). Y Los Asesinos de la Luna es sobre todo Pandillas de Nueva York, al narrar como toda la violencia en las calles de Taxi Driver, las organizaciones criminales de Buenos Muchachos y la codicia que destruyó a Las Vegas en Casino, son parte del ADN americano. Porque al final, si hay alguien que entendió en todas sus formas a la sociedad estadounidense, los baños de sangre que se cometieron a lo largo de la historia y como ocurrió el nacimiento de una nación, ese es Martin Scorsese.