LONGLEGS: COLECCIONISTA DE ALMAS (2024): (NO) ESCALERA AL INFIERNO

Unos teasers misteriosos publicados en internet, imágenes con criptogramas difíciles de descifrar, un adelanto donde se hablaba de cómo la actriz Maika Monroe al ver por primera vez al actor Nicolas Cage en su papel de Longlegs (al cual también nunca se le mostró de rostro entero) le había aumentado el pulso cardiaco, unas críticas excelentes que la ponían al nivel de El Silencio de los Inocentes y un montón de cosas más que recalcarían lo mismo. La campaña de Longlegs: Coleccionista de Almas sin lugar a dudas ha sido una de las mejores en años recientes. No por recurrir a las nuevas obsesiones del mundo digital de forma ingeniosa (que también), sino porque a la hora de vender una película con ese calibre, uno bajaría sus expectativas e iría al cine con más cautela, para evitar salir decepcionado -más aun teniendo en cuenta el historial del director detrás-. Todo para que al final, a uno no le quede otra que salir de la sala, reconocerse intelectualmente y decirle de forma imaginaria al director estadounidense: me ganaste.

Una policía novata del FBI -con un punto de poderes clarividentes- llamada Lee Harker (Maika Monroe) tiene que investigar unos crímenes que a lo largo de tres décadas han estado sucediendo, crímenes atroces sin resolver y en los que el asesino ha dejado notas con criptogramas que aún están por esclarecerse. Una investigación que empieza a retorcerse no solo por la naturaleza terriblemente macabra de los hechos, sino que también por sus connotaciones (al parecer, satánicas), el involucramiento de un “alguien” que puede ser un monstruo, un asesino, las dos cosas o ninguna de las dos, y el cómo a través de la revelación del pasado, la protagonista puede llegar a tener que ver más con él de lo que parece a simple vista.

Longlegs (Osgood Perkins, 2024)

Si bien ahora pasó de ser un director de “nicho” a ser más reconocido (a tal punto de que ya el año que viene tendremos el estreno de su nueva película, El Mono), no es raro que un director como Osgood Perkins haya dirigido una película como Longlegs, tanto en historia como en forma, ya que sí había una seña característica tanto en Soy la Cosa Bella Que Vive en esta Casa y Gretel y Hansel: Un Siniestro Cuento de Hadas, es que es un director que le pone una particular atención a la atmósfera, siendo esta lo que genera el verdadero terror más que el horror mismo que se presenta en la pantalla. Pero también es cierto que aún le faltaba algo, ese algo que lograra generar una sensación de estar viendo algo verdaderamente hipnotizante a la vez que terrorífico -de hecho, la segunda película mencionada utiliza la atmósfera como una simple respuesta estilística al terror que puso de moda la enorme La Bruja-, cosa que en Longlegs el director al fin consigue.

En Longlegs, Perkins pone al servicio del relato una puesta en escena muy marcada. Grandes angulares, mucha profundidad de campo, objetos centrados en el plano e incluso la utilización del formato 4:3 para mini-relatos ocurridos en el pasado, varias de estas cosas que podrían parecer a primera vista caprichos estilísticos son utilizadas en pos del relato y aumentar ya su buen nivel. Solo hay que ver el plano inicial para darse cuenta de esto: pasamos a través de un fundido del color rojo (anotación aparte, quizás sea la película de terror que mejor utiliza los fundidos en un largo tiempo) al punto de vista de un acompañante, no sabemos quién es la persona que está manejando, todo esto hasta que el auto para y la cámara procede hacer un zoom hacia una casa. Teniendo en cuenta todo lo que ocurre a medida que avanza la cinta, esto no es casualidad.

Ya que ante todo Longlegs es un relato del mal. No solo uno expresado desde la forma, donde en todo momento un aura de terror domina el plano/ambiente, sino en sus ideas, explorando la más básica y característica del mismo, la imitación como forma de escondite. Yendo por el lado de la imitación, está más que claro, Longlegs, como si de Mefistófeles se tratara, en pos de servir a su gobernante Satanás decide imitar cosas cotidianas, cosas que solo el bien puede dar luz debido a que lo que trae el mal es la imitación perversa de estas. Una monja que viene a hacer “el deber de Dios”, unos muñecos que empujan el límite del llamado valle inquietante e incluso la apariencia del mismo Longlegs, una especie de Marc Bolan demacrado y que puede encajar en unos 90s donde el pánico satánico dominaba los medios.

Longlegs (Osgood Perkins, 2024)

Luego tenemos la segunda pata, lo oculto. El cómo se llega a toda esta investigación será a través de elementos ocultistas varios que aparecen no solo como una referencia y ya, sino como representación de un verdadero descenso a los infiernos por parte de un personaje que ya esta en el mismo desde hace un tiempo. No sólo lo decimos por ese desenlace donde la protagonista adquiere una nueva capa, sino porque toda la película desde su arranque juega con lo que no se ve, o mejor dicho, con lo que no quiere ser visto por miedo. Algo que se da desde los diálogos, las acciones que están llevando a cabo los personajes o (devuelta) la forma de filmar.

Que Longlegs utilice el formato 4:3 para marcar una línea paralela pasada está lejos de ser un capricho, no sólo porque sabe cuándo y cómo utilizarlo. En primera sirve para mostrar un tiempo pasado donde lo que ocurre hoy en día ya pasaba desde antes, y después para mostrarnos unas escenas crudas que sirven no solo como una forma de que al igual que Harker nos obsesionemos por lo macabro, sino como una muestra de lo que puede volver a pasar si no se detiene de raíz el problema -además la aparición de las mismas aumenta esa sensación, cumpliendo más la condición de intrusión que de flashback-. Para que al final Perkins relea las dos cosas, las combine y en un gesto cinematográfico enorme como agrandar el encuadre (algo que además lo hace ya en sus títulos de créditos) junto con lo que está mostrando en pantalla, logra cerrar una idea interesante de entendimiento por lo que se anduvo viendo anteriormente.

Perkins en todo momento busca transmitir la presencia del mal, ya no sólo ampliando el plano para mostrar los fondos vacíos donde creemos que puede salir una figura (de hecho eso es lo de menos), sino aprovechando los recursos en todo momento. El zoom como forma de acercar la mirada como obsesión o alejarla cuando algo es demasiado grotesco, cuando el objeto centrado es mirado desde otro ángulo como forma de desestabilización en una conversación o justamente los momentos donde la cámara se desestabiliza y tenemos ya no solo un movimiento en la forma, sino una quebradura en la investigación. También es interesante como utiliza el recurso de mostrar una sombra en los encuadres -cosa que hasta se utilizó como parte del marketing-, nunca abusando de ella y haciendo más y más notoria su presencia a medida que lo es el mal cada vez más expuesto.

Longlegs (Osgood Perkins, 2024)

Es por eso que en este conjunto tan bueno de decisiones correctas choque un poco la revelación de la madre sobre el final, no porque sea mala o injustificada, sino porque está apresurada. En una película que se toma sus tiempos con justa razón es raro ver una idea llegando tan de golpe y sin dejarle tiempo al espectador a que respire. Aunque luego lo logra recompensa no solo con una secuencia de recuerdo muy bien hecha y el gesto cinematográfico anteriormente mencionado, sino también con una escena final incómoda y aterradora como la del cumpleaños. Donde ya el terror viene de antes, Perkins hace gala máxima de su ética cinematográfica a la hora de mostrar el momento más crudo y se cierra todo en una nota alta a su vez que baja, al mostrar cómo si hay algo tan inevitable como el bien, ese es el mal. El tema es que este último siempre está cinco pasos adelante (todo esto sin caer en cinismo sin salida).

Volviendo sobre el inicio, al final a uno no le queda más que agradecer que Longlegs haya tenido una campaña de marketing de ese calibre, porque no solo en pos de no tener expectativas uno encuentra un gran thriller (cosa que hoy en día parece oro), sino que también uno ve como una película que constantemente podría caer en el capricho de la forma, hacer una de más y mil y un males que plagaron y plagan el cine de terror moderno por años, no solo no lo hace, sino que también construye un relato verdaderamente interesante, con esa forma bien utilizada siendo la crema de una torta ya muy buena. Pero entre todos los halagos que se pueden dedicarle a Longlegs, dejo este: cuando ya un Nicolas Cage totalmente desatado y en forma como siempre no es la mejor actuación de la película, sabes que lo que hay en la misma es mucho más grande de lo que aparenta -tanto esa Maika Monroe que va en camino a ser una cara nueva del género, como esa Alicia Witt que se parece más a Margaret White que la propia Margaret White del remake de Carrie del 2013-.

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