Después de Mal día para pescar (2009) y Mr. Kaplan (2014), Álvaro Brechner vuelve con La noche de 12 años: una película basada en el libro Memorias del calabozo de Mauricio Rosencof, en el cual relata la experiencia de hacinamiento que él, José Mujica y Eleuterio Fernández Huidobro vivieron durante la dictadura cívico-militar uruguaya.
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Hay dos aspectos interesantes, vinculados entre sí, de esta película. El primero sería cómo Brechner maneja el lenguaje cinematográfico para expresar la situación emocional en la que se encuentran los personajes, permitiéndonos generar un vínculo con dicha situación. Y la segunda es cómo, justamente, ese lenguaje puede enmarcarse dentro de un cine comercial que prioriza la empatía sobre otras cosas, y cómo eso es un índice interesante de las distintas formas que tenemos de procesar ciertos traumas.
La película comienza a partir del momento que las fuerzas militares se llevan en secreto a nueve reclusos, exintegrantes del MLN-Tupamaros, y los apartan como parte de un experimento militar. Después de ese momento, nos encontramos casi siempre con los personajes en relación al punto de vista. La mayoría de las escenas están diseñadas visualmente para hacernos sentir lo mismo que sus protagonistas. Hay excepciones en las que nos quedamos con otros personajes, o los vemos de una manera más distanciada para generar humor, como la escena de Huidobro (Alfonso Tort) en el baño. Pero la mayor parte del tiempo estamos con ellos tres: Rosencof (Chino Darín), Huidobro, y Mujica (Antonio de la Torre). Ejemplo de esto son las escenas en las que Mujica siente voces. La cámara en mano, la cercanía, la distancia focal, la distorsión de la imagen, el montaje rápido, el diseño del sonido: todos estos elementos están dispuestos para meternos en su cabeza. Y así en diversas situaciones en las que se busca transmitir la sensación de encierro, hastío, desesperación, esperanza y angustia. El objetivo es contar la historia, la experiencia vital, de unos personajes que estuvieron 12 años de calabozo en calabozo, sometidos a torturas psicológicas y físicas, sin saber qué día era, ni dónde estaban, sin poder hablar con nadie, sin hacer absolutamente nada.
Mi punto es que la empatía visual es un camino para contar la historia, y es uno que está en sintonía con lo que busca y hace el cine comercial: vender muchas entradas. Y, en este caso, vender muchas entradas es algo bueno porque significa que muchas personas verán la película, y así conocerán o ahondarán en una de las tantas historias que tuvieron lugar durante la dictadura. No quedan dudas de que hay muchas formas de encarar un tema tan complejo y sensible como lo es este. Creo que la empatía es un camino inteligente porque es accesible para una mayor cantidad de gente. La verdad es esa: las películas comerciales tienen un público más amplio, y a veces más variado, porque están mejor distribuidas y promocionadas, permanecen más tiempo en cartelera, y tienen un lenguaje visual y sonoro acorde a lo convencional. ¿Una película como La noche de 12 años es la manera más completa y crítica de procesar un trauma nacional? ¿Es una representación que da cuentas de la complejidad del conflicto? No, pero esto no la hace menos válida: Brechner no parece buscar una representación de lo que fue la dictadura, sino un relato de una vivencia que se dio en ese marco. La dictadura es un contexto, no el núcleo de esta historia. No busca ser una sinécdoque de la dictadura, ni reducirla. La noche de 12 años es una de las tantas cosas que se precisan para comprender el pasado. Si bien se necesitan films que reflexionen históricamente sobre la complejidad del trauma, también se necesitan otros que nos hagan empatizar con personajes, que cuenten historias y que lleguen a un público más amplio.
A esto me refiero con priorizar la empatía sobre otras formas de lo cinematográfico. Me refiero a concentrarse, a través de la puesta en escena, en generar un vínculo emocional con los protagonistas. Estar con ellos desde lo visual, y que la imagen nos transmita lo que sienten. Otra cosa podría ser priorizar la reflexión histórica a través de la imagen, o una mirada neutra a la situación, casi una cámara testigo como podría ser la de Haneke en Funny Games (1997). Pero ahí ya estaríamos en otro terreno del cine, y sería una película totalmente diferente. Una cosa no quita la otra: la empatía puede, y espero que así sea, llevar a una reflexión histórica posterior al visionado de la película. Al vincularnos emocionalmente con un personaje quizás podamos hacernos más preguntas sobre la base histórica de lo que acabamos de ver. Creo que La noche de 12 años funciona para pensar al cine como contador de historias. Esta característica suya vendría a ser el aspecto más humano (o humanizante) del cine, si lo despojáramos de todo su costado comercial. Desde los inicios de esta práctica, la gente que hace cine busca dejar algo: un chiste, una anécdota, una impresión. Cada vez más el cine fue convirtiéndose en algo narrativo, a pesar de que existiesen otras formas del mismo. Sea cual fuese la razón de dicha conversión, las películas son una manera de contarle algo a otra persona. El cine es nuestra nueva forma de relato oral. Historias que van de boca en boca. Escenas que se traspasan, que se procesan y comparten. Y si la forma de hacerlo es utilizando éste u otro lenguaje cinematográfico, o un sistema de distribución comercial, pues bien mientras tanto el objetivo sea compartir algo que vale la pena ser compartido.
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Título: La noche de 12 años. / Duración: 2 h/ Año: 2018 / País: Uruguay / Guión y Dirección: Álvaro Brechner/ Producción: Mariel Besuievsky, Philippe Gompel, Birgit Kmener / Elenco: Alfonso Tort, Anotonio de la Torre, Chino Darín, César Troncoso, Mirella Pascual, Soledad Villamil / Fotografía: Álvaro Ruiz / Música: Juan Cortés.