Recientemente ganadora en la Competencia de Cine de Nuevos Realizadores en el 42° Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay, La imatge permanent (“La imagen permanente”, 2023), de Laura Ferrés, es la ópera prima de la directora catalana que ya había llamado la atención del público y de la crítica tras su cortometraje Los desheredados (2017), que obtuvo el premio Goya al mejor cortometraje documental. Esta comedia dramática catalogada como “realismo feísta” es una producción española-francesa que superó en los Goya a filmes como Animal (2023,Sofía Exarchou) o La Estrella Azul (2024, Javier Macipe).
En un pueblo rural en la Andalucía de los setenta, Antonia (Rosario Ortega), una madre adolescente, desaparece poco después de dar a luz. Cincuenta años más tarde en Cataluña, Carmen (María Luengo), una señora insulsa y solitaria que es directora de casting en una agencia de publicidad, se encuentra buscando personas “auténticas” que narren sus recuerdos al cambiar de ciudad. En esta búsqueda Carmen coincide con Antonia, la niña del inicio, quien se encuentra trabajando de vendedora ambulante. A raíz de esto, incluso con sus personalidades contrastantes, desarrollan varios tipos de lazos entre sí.
Si hay algo con lo que juega el filme es con los contrastes. En un inicio se nos plantea una situación rural y se nos acostumbra a estos personajes andaluces de acento muy marcado, en una secuencia que funcionaría perfectamente como un cortometraje independiente, pero de forma drástica la película nos lleva a un entorno urbano en la Cataluña actual, multicultural y multínguo. En esta contraposición geográfica hay un paralelismo con las personalidades prácticamente opuestas de las protagonistas.
Carmen es una señora de mediana edad que vive una vida decente, con un trabajo decente, en un entorno que se presenta como altamente superficial. Como directora de casting se dedica a, de manera fría, ver pasar personas y seleccionarlas para propagandas en las que -y la película juega con esto- se intenta evocar emociones de manera artificial. En este caso, la agencia de publicidad para la que trabaja fue contratada por un político que busca hacer una campaña diferente porque, sostiene, casi todos los partidos de izquierda o derecha, usan los mismos recursos para llegar a la gente. Como chiste meta-cinematográfico se nos muestran propagandas de partidos políticos de la vida real.
Antonia, en cambio, es una señora ya mayor que, a pesar de haberse ido de su pueblo a los 12 años, mantiene su acento intacto. Su trabajo, también en contraposición con el de Carmen, es el de ser vendedora ambulante de perfumes artesanales. Hasta en el hacer dinero, actividad frívola y capitalista, Antonia se presenta como este ser puramente auténtico, viviendo de algo que hace con sus propias manos.
La película utiliza a las protagonistas para explorar las relaciones entre mujeres. Por muy diferentes que sean, ambas se ven reflejadas la una en la otra, por distintos motivos que van revelándose de a poco. En un principio existe esta admiración de parte de Carmen y un cariño de parte de Antonia -que ve en Carmen la hija, del mismo nombre, que dejó abandonada al irse de su pueblo- pero a lo largo del filme ambas logran ser amigas, mantener una relación materno-filial e incluso ser amantes.
Se hace un comentario sobre sororidad y apoyo entre mujeres, con una presencia prácticamente nula de hombres en la trama principal. Todas las figuras masculinas que aparecen representan cierta autoridad (el cura del pueblo, el político, entre otros) y son relevantes sobre las protagonistas pero no sobre la historia que se nos está contando, el foco está en Carmen y Antonia, su relación y exploración conjunta y cómo aprenden la una de la otra.
Otro elemento relevante de la obra tiene que ver con un retrato de la depresión en una mujer. La película tiene un humor seco, un poco absurdo (por las propias palabras de Laura Ferrés en el Q&A, humor inspirado en películas como Whisky (2004) y la filmografía del argentino Martín Rejtman) que se respalda en parte por lo rara que es la protagonista. Carmen es rara y un poco inadaptada socialmente porque está deprimida. Esta depresión de la protagonista no es sobre-dramatizada, se muestra de forma explícita que la protagonista se siente sola y no es feliz y eso se manifiesta en su personalidad insulsa pero entrañable que genera momentos de comedia incómoda a la vez que aporta al drama. No muchas veces se les permite a las mujeres en el cine ser raras, no-hegemónicas y a su vez generarnos empatía.
Para reforzar su juego con la autenticidad, actores y actrices de la película son amateur. Nadie que actúe en el filme había participado nunca en ninguna producción grande hasta el momento y se nota, le suma a ese realismo feísta. Los carteles que anunciaban el proceso de casting decían textualmente “No se requiere experiencia, buscamos gente auténtica”, que es lo mismo que busca Carmen dentro de la ficción. Este hecho es similar a lo que hizo el también español Paco León en su filme Carmina o Revienta (2012), que fue el primer papel de la ahora actriz (y madre del director) Carmina Barrios, y donde también se representa la realidad con cierto pesimismo cómico.
La imagen permanente representa de manera emotiva y cómica la relación entre dos mujeres de entornos y vidas muy diferentes pero que tienen más en común de lo que podrían creer. Al mismo tiempo juega de principio a fin con la idea de la autenticidad y la superficialidad como opuestos recurrentes y relevantes en la vida contemporánea. La película, que sigue paseándose por festivales, ya se estrenó de manera digital en Europa y se espera que pronto llegue a la compra y renta digital en el resto del mundo.