La Forma del Agua (2017) funciona. Sus secuencias bien montadas, vistosas y elegantes, lo inducen a uno a sumergirse sin mucho esfuerzo en un cuento romántico y fabuloso, con toques de ciencia ficción y clasicismo, como si el cruce entre una película de J.J.Abrams y Amelie fuese posible. Se destaca la actuación de Michael Shannon, despegado en la interpretación de un malvado militar del servicio secreto norteamericano en época de Guerra Fría: machista y paranoico. También funciona la protagonista muda, interpretada por Sally Hawkins, quizá con deslices de histrionismo, pero transitando ese medio camino entre carnalidad e idilio propio de las estrellas clásicas, así como el vecino interpretado por el entrañable Richard Jenkins, siempre eficiente. Y, claro, el co-protagónico del pez/hombre, hecho a medio camino entre los efectos digitales y de vestuario/maquillaje, lo que la da una frescura retro, manifiesto respeto hacia el cine de ficción fantástico del Hollywood clásico. Una trama “atrapante”, con giros más o menos inteligentes, nada que lo deje a uno pasmado, pero que sí evitan el desagradable deseo de querer abandonar la sala. O sea, sí, La Forma del Agua es entretenida y “está bien hecha”. La fotografía es preciosa.
Mi problema (sí, es mío y si no quiere contagiarse deje de leer acá) es que no puedo evitar notar que la película me está queriendo decir algo, y como me lo dice tan explícitamente, me termina resultando molesto y superficial. Quiero decir, es muy claro el intento de reflexionar sobre cómo EE.UU y su cultura han tratado al otro oprimido: a la muda, al extranjero, a la negra, al gay (sí, a todos). Hay buenas ideas al hacerlo, como por ejemplo el discurso en lenguaje de señas, subtitulado, que juega como palazo a la tradición xenofóbica de rechazar el cine en su idioma original. Hay también una reconversión interesante del otro monstruoso en fuerza milagrosa, que culmina en una línea bastante chota del Shannon, pero ta. Está la idea final, de que evolucionamos al acercarnos al otro, que nos hace más fuertes, nos rejuvenece, nos sana. Hay buenas cosas.
Pero siento que el abordaje en el fondo no deja de ser superficial. Es como si Guillermo Del Toro confundiera vestir la imagen, llenarla de detalles y preciosismos con darle un sentido profundo a su historia. Sus películas son siempre muy “vistosas”, con trabajos de luz y de arte meticulosos, pero en última instancia los sucesos de la trama son tomados menos como drama y más como oportunidad narrativa para justificar volantazos de guión. Hay dos ejemplos muy claros. Por un lado la intimidad sexual del personaje de Shannon y su sub-trama familiar, que se tratan como un vistazo apenas, sin mucha incidencia en la historia principal, abriendo una puerta que merecía más desarrollo o ninguno en absoluto y así mantener al personaje en su maliciosa unidimensionalidad. Pasa lo mismo con el vecino, cuya sexualidad es más bien un recurso narrativo para volverlo cómplice de la protagonista, antes que un conflicto en sí mismo. Claro, es preferible esto antes que el viejo mainstream habitado por caucásicos heterosexuales heroicos. Y también es preferible esto -que en última instancia nunca se la tira tan de trascendente- como los otros mexicanos oscarizados, Iñarritu y Cuarón.
Pero hay formas y formas, y la de Del Toro, en este y casi todos los casos (se salvan las Hellboy), es de las que me resultan menos atractivas: una forma vistosa, eficiente y funcional, pero que no aborda más que superficialmente los temas que trata.
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Título original: The Shape of Water | Año: 2017 | Duración: 119 min. | País: Estados Unidos | Dirección: Guillermo del Toro | Guión: Guillermo del Toro, Vanessa Taylor | Música: Alexandre Desplat | Fotografía: Dan Laustsen | Elenco: Sally Hawkins, Doug Jones, Michael Shannon, Octavia Spencer, Richard Jenkins, Michael Stuhlbarg, Lauren Lee Smith, David Hewlett, Nick Searcy, Morgan Kelly, Dru Viergever, Maxine Grossman, Amanda Smith, Cyndy Day, Dave Reachill | Productora: Bull Productions / Fox Searchlight | Prespuesto: US$ 19.400.000