Con ya casi un mes en cartelera, La embajada de la luna (2024) es el segundo largometraje de Patricia Méndez Fadol. Esta película documental experimental se sumerge en las historias y simbolismos que rodean a una de las piezas arquitectónicas más características de Montevideo, el Palacio Salvo.
Entrelazando lo poético y lo visual, La embajada de la luna recorre los pasillos del Palacio Salvo y explora las vidas e historias de sus habitantes. Con una puesta en escena de imágenes oníricas, testimonios íntimos y momentos cotidianos, Méndez Fadol construye un mosaico narrativo, una experiencia inmersiva que conecta lo material con lo simbólico.
El Palacio Salvo es presentado como un organismo vivo y no solo por la forma en que sus habitantes interactúan con él. La película hace un interesante retrato de los movimientos internos del edificio que logra generar la impresión de que tiene vida propia. Los movimientos del ascensor, luces que se prenden, luces que se apagan e incluso luces que parpadean hacen creer que el edificio siente, piensa; que el edificio respira.
A eso también hay que sumar el retrato que hace de los moradores del edificio. La narrativa coral que propone, sin protagonistas fijos, desarrolla la pluralidad que es planteada constantemente en la película. En un momento puede verse una charla esporádica de una señora con el portero del edificio, y en otros momentos se adentra en algunos apartamentos para mostrar rutinas, actividades o historias de los habitantes del Palacio.
Al igual que el edificio, el documental se inspira en la estructura de La Divina Comedia y es presentado en forma de “cantos” que buscan responder a una cuestión inicial: “¿Qué es la vida?”; y es acá donde la película pierde. En pantalla se presentan textos sobre-explicativos y trillados que acaban siendo redundantes con lo que ya se había visto o lo que estaba por verse; y en momentos se juega demasiado con conceptos alquímicos y espirituales, que no terminan de explicarse lo suficiente para mantener ese ambiente de incertidumbre que se estuvo generando.
El sistema de cantos es funcional porque refuerza la propuesta de “equilibrio” que plantea la película y ayuda a crear una estructura narrativa atrapante e interesante de seguir; no obstante, tantas explicaciones resultan prescindibles. Ya la introducción, que no es demasiado larga, se vuelve tediosa por tanto texto en pantalla que roza la pretensión y acaba asemejándose a un anuncio publicitario de una sesión espiritista. Es innecesario explicar el significado de cada canto con un texto en pantalla cuando lo mejor del documental es la forma en la que las vidas y testimonios de los habitantes sostienen a la perfección esa estructura planteada.
La embajada de la luna (2024) de Patricia Méndez Fadol es una obra experimental que, a través de una narrativa coral y una estructura inspirada en La Divina Comedia, presenta al Palacio Salvo como un organismo vivo, mientras explora su simbolismo y la vida cotidiana de sus moradores. Sin embargo, su exceso de explicaciones filosóficas y espirituales, aunque aportan contexto, restan impacto a la atmósfera enigmática y sensorial que la película había logrado crear con su propuesta visual.