Con motivo del estreno de su anterior película El otro lado de la esperanza (2017), en una entrevista realizada por el periodista Nando Salvà, Aki Kaurismäki dijo lo siguiente: “si dentro de cinco años sigo vivo, es posible que haga otra película. Incluso puede que sea la comedia más optimista de toda mi carrera.” Cumpliendo con su palabra y dejando inconclusa su trilogía de los refugiados, el director finlandés lanzó este año su nueva tragicomedia romántica, Hojas de Otoño, ganadora del Premio del Jurado en el festival de Cannes 2023.
Partiendo de una premisa prácticamente idéntica a lo que viene haciendo el director desde los ochenta, la película narra una historia protagonizada por perdedores entrañables sin aspiraciones en un entorno proletario y deprimente; cuyo humor se basa en la nula expresividad de los personajes ante las trágicas situaciones por las que pasan. Este humor seco que es característico del director de cierta forma se renueva en este filme, siendo probablemente el que más cantidad de chistes (como tal) tiene, pero sin dejar de apoyarse sobre las situaciones en sí.
Acá seguimos la historia de Holappa (Jussi Vatanen), un hombre alcohólico que trabaja en un taller, y Ansa (Alma Poysti), una mujer que trabaja de reponedora en un supermercado. Si bien ambos son levemente antisociales, tras encontrarse primero en un karaoke, después en la calle y por último fuera del trabajo de ella, terminan teniendo una cita. A pesar de perder el trabajo varias veces y pasar por diferentes adversidades, nuestros amantes van a intentar tener una relación, haciendo sus vidas menos solitarias.
Es cierto lo que dijo Kaurismäki: que la película sea optimista definitivamente no hace que sea una película alegre a ninguna escala. Durante todo el filme se hace un comentario sobre distintos tipos de “males”. Se juega con la idea de que existen los males que nos provocamos a nosotros mismos, por ejemplo las adicciones de Holappa (citando sus palabras “estoy deprimido porque bebo y bebo porque estoy deprimido”) que lo sabotean constantemente, haciéndolo perder el trabajo dos veces y haciendo peligrar su nuevo vínculo con Ansa.
Al mismo tiempo, de la misma forma que nos muestra como existen problemas auto-infligidos y solucionables, se plantea que la mayoría de problemas van más allá de nosotros. Cuando Holappa intenta cambiar sus hábitos con la bebida es atropellado por un tren, siendo esta una desgracia que le ocurre de la que no fue responsable. Incluso el hecho de tener que ir de trabajo-mal-pago en trabajo-mal-pago y aun así no poder pagar la luz y el agua es un problema sistemático por el que pasan y que no pueden cambiar. Además podemos escuchar en la radio noticias sobre la guerra entre Rusia y Ucrania (cercana a los protagonistas, siendo Finlandia un país fronterizo con Rusia y que no está demasiado lejos de Ucrania); es decir, otro tema preocupante con el que no pueden hacer nada.
La película es deprimente porque muestra cómo no podemos hacer nada para cambiar el mundo (horrible) en el que vivimos, pero a la vez es una película optimista porque muestra cómo los protagonistas se esfuerzan y logran (en cierta medida) encontrar la felicidad superando sus propios problemas. Este contraste genera una especie de sensación de esperanza agridulce que solemos ver en las películas del director.
Otra cosa que amplía este concepto es la estética visual del filme. Usa una paleta de colores bastante saturada y llena de colores vivos, incluso cuando los personajes se encuentran en entornos grisáceos. Es otra forma de desarrollar esa pequeña felicidad individual que pueden encontrar los protagonistas dentro del sistema en el que se encuentran.
Fuera de los colores, la característica principal de la estética es su atemporalidad. En ningún momento vemos celulares, autos o artefactos modernos. Tanto la ropa que usan los personajes como los entornos son temporalmente ambiguos. Si bien es explícito que la película está ambientada en nuestro presente por diferentes aspectos (los protagonistas ven The Dead Don’t Die (Jim Jarmusch, 2019), se menciona el conflicto ruso-ucraniano, una banda toca una canción del 2020) se juega con esta atemporalidad como forma de mostrar que, si bien el filme está representando la realidad actual, su comentario es aplicable al margen del año en el que nos encontremos.
Otro factor memorable en el filme es la música y cómo esta está utilizada. La banda sonora (la mayoría del tiempo) no es incidental o de foso (es deicr, agregada en off por encima de las imágenes), sino que es diegética, (está siendo interpretada en vivo o sonando en alguna radio/rocola que existe físicamente y que los personajes pueden escuchar). De 83 minutos de duración de la película, la mitad incluyen música, que va desde el clásico finlandés Olavi Virta y su “Mambo italiano”, hasta las contemporáneas Maustetytöt (que tienen una aparición), pasando incluso por “Arrabal Amargo” de Carlos Gardel, nuevamente sumando a la atemporalidad del filme.
Hojas de Otoño representa, desde sus singulares formas, la interesante filosofía de vida del ya más que consagrado director finlandés. Desde esta visión bastante deprimente del mundo, y con menos de hora y media de duración, logra contar una historia llena de optimismo y esperanza, dando por resultado lo que gran parte del público está considerando su mejor filme hasta el momento.