Si suena extraño que Olivier Peyon (Francia, 1969) eligió la ciudad de Florida para realizar a Una vida lejana, también puede sorprender cómo su película deja respirar lo autóctono sin desligarse de su origen europeo o perder de vista los aspectos más universales de la historia, resultado, tal vez, de su desempeño como director tanto de documentales como de películas narrativas (tiene a su nombre dos largometrajes en cada categoría; el cuarto, un documental, se estrena en Francia en octubre). Fue en una filmación donde convivieron uruguayos y franceses que la actriz argentina de cine, televisión y teatro María Dupláa trajo una tercera bandera al proyecto, interpretando a María, la tía de Felipe (Dylan Cortes), un niño que a temprana edad fue apartado por su padre de su hogar en Francia y llevado a vivir a Uruguay, lugar de residencia de su abuela paterna (Virginia Méndez). Lo que no saben es que un día llegan Mehdi, un asistente social (Ramzy Bédia), y Sylvie, la madre del niño (Isabelle Carré), quien tiene la intención de recuperarlo. Felipe y su tía, sin embargo, creen que ambos padres están muertos. La película se estrenó en Francia en marzo de este año y pasó por varios festivales, entre ellos un gran festival de cine francés en Brasil donde fue exhibida por varias ciudades. Parte del elenco la presentó el viernes 4 de agosto en el Festival Piriápolis de Película. Aprovechamos la estadía de María Dupláa en el hotel Esplendor Cervantes –que con gentileza nos prestó una habitación– para conversar, con humor y soltura, sobre su rol en la película y otros asuntos más generales.
¿Cuál ha sido tu experiencia con la película todo este tiempo previo al estreno en Uruguay el 10 de agosto?
La verdad que ha sido una experiencia hermosa, no solo por la opinión personal que tengo de la película, de la cual estoy muy orgullosa, sino porque a la gente le ha gustado mucho. Los espectadores salen del cine muy emocionados con la historia, las actuaciones, la película en general. Ya eso es suficiente para saber que cumplimos con nuestro trabajo.
¿Cómo fue que terminaste en la película?
Fui de los últimos actores en sumarse porque originalmente buscaron una actriz uruguaya que hablara francés. Hicieron el casting acá en Uruguay y no encontraron a la actriz que estaban buscando, entonces decidieron ir a Buenos Aires. Fue bastante gracioso porque fui convocada y me pasaron las escenas de la película en castellano. Eran cerca de cuatro escenas y una tenía pequeños bocadillos en francés, que estudié por fonética. Cuando llegué, todas las actrices hablaban francés y hacían todas las escenas del casting en el idioma. Yo era la única que no hablaba francés. En esa primera instancia, el proceso fue con la directora de casting y cuando le dije que no hablaba francés no entendía que estaba haciendo yo ahí. Alguien en la línea de producción pensó que yo hablaba y por eso me habían llamado. Así que hice el casting, no tenía nada que perder. Finalmente, al director le gustó mi trabajo, entonces hice un segundo casting con él, pero me dijo que había algunos problemas, no solo porque yo no hablaba el idioma –lo que implicaba modificar escenas– sino porque además ellos buscaban una actriz que tuviera diez años más que yo. Olivier habló con los productores y finalmente modificaron el papel para mí. Cambiaron algunos detalles, como que el padre del niño era argentino y mi personaje antes vivía en Argentina, para estar un poco cubiertos con ciertas cuestiones, como el acento.
¿Cómo te preparaste para el papel? Es un personaje que vive en el interior…
En Argentina yo tengo mucha familia en el interior, entonces conozco bastante como es la interna de la vida en una ciudad pequeña. La preparación más fuerte tuvo que ver con el idioma, porque es difícil tratar de no pensar en lo que estás diciendo y conectar con lo que le pasa al personaje. Además, por cuestiones de producción y de subsidios en Francia, todas las películas financiadas por el estado tienen que tener un 60% de diálogos en francés, y cuando terminó la edición de la película, se dieron cuenta que no llegaban a ese porcentaje, entonces tuve que viajar a Francia a doblarme a mí misma. Ahí tuve que estudiar mucho y preparar el acento; yo hablo un castellano bastante rápido y tenía que hablar el doble de rápido en francés.
¿Y con respecto a interpretar a una tía y especie de madre sustituta?
Lo sentí bastante cercano. Entiendo perfecto el rol de tía porque lo soy, y en mi familia, si alguno de mis sobrinos se quedara sin padre, no dudaría un segundo en hacerme cargo. Con respecto al personaje en sí, lo que más me costó –y por un lado lo que más me atrajo– es que es la única persona que no conoce la verdad. Todos los otros tienen información sobre lo que está pasando, entonces mi personaje es quien tiene el mayor quiebre, porque cree que vive en una realidad y de golpe se da cuenta que le han mentido, que de hecho ella dejó la vida que tenía en otro país y la cambió radicalmente por una mentira. Eso me pareció hermoso del personaje.
¿Qué clima había en la filmación? ¿Cómo fue trabajar con actores de orígenes tan diversos?
Fue fascinante, porque además filmamos bastante contra reloj. La filmación duró menos de un mes, había que hacerlo todo un poco a las apuradas y con un equipo que hablaba tres idiomas. El equipo técnico era uruguayo pero los que estaban a cargo eran franceses. El director, si bien hablaba un poco de español, por momentos no podía transmitir exactamente lo que quería decir, entonces muchas veces él me hablaba a mí en inglés y yo hacía de traductora para los otros actores. El tema del idioma también te quita herramientas a la hora de improvisar. Por ejemplo, en las escenas con Ramsay Bédia, teníamos que decir lo que estaba exactamente en el guión porque yo no podía ponerme a improvisar en francés y a él le costaba bastante el español.
Según nos contó el director, su manera de trabajar fue muy liviana, práctica y siempre en movimiento. El camarógrafo había trabajado mucho en documentales.
La verdad que fue la primera vez que me tocó trabajar a mí de este modo, que el camarógrafo fuera al mismo tiempo el director de fotografía, y que toda la película se filmara con cámara en mano y luz natural. En eso se ahorraba un montón de tiempo. En el cine hay muchos tiempos muertos mientras el equipo prepara el set y ponen las luces, se fijan que funcionen, se encargan de las sombras. Olivier tenía muy claro lo que quería y ya lo había hablado de antemano con todos los actores. Llegamos al set y lo único que se nos marcaba era el recorrido que hacía el personaje. La cámara nos seguía, entonces uno tenía la libertad de no estar pendiente de limitaciones en cuanto al movimiento. Eso lo hizo muy dinámico.
¿Qué te enseñó esta experiencia, sobre todo en cuanto a la dirección de Olivier?
Me enseñó a confiar en mí misma. Si bien él tenía muy claro que era lo que quería y qué esperaba de los personajes, desde el primer minuto se sentó conmigo a leer las escenas y me pidió opiniones. Me dio la libertad de decir todo lo que pensaba, sobre cosas que no me cerraban del todo o que yo sentía que no eran muy propias del personaje. Incluso me abrió el espacio para opinar sobre escenas en las que yo no estaba o personajes que no eran el mío. Nunca me había me había pasado que un director me diera tanta libertad. Me generó mucha confianza a la hora de empezar a filmar porque uno se planta de otro modo, sin inseguridades. El personaje era mío. Como si me dijeran: “confiá en vos que yo confío en vos.” No siempre pasa eso.
Para vos, ¿cuál fue la escena más difícil y por qué?
Cuando mi personaje se entera de la verdad, sin duda. Esa es la escena que me puso más nerviosa, no solo por la revelación y el quiebre, sino porque mi personaje se tenía que subir a una moto e irse, momento que no quedó en la película. Íbamos a practicar pero al final no hubo tiempo para eso, entonces cuando yo terminaba la parte donde rompía en llanto –momento en que las emociones son más fuertes, donde uno tiene que estar en control de lo que pasa– la moto no me arrancaba. Era el elemento sobre el que no tenía ningún control. Esa escena la grabamos once veces. Creo que fue la escena que más se repitió en toda la película.
Es una producción un poco peculiar para nosotros. La historia tiene lugar en Uruguay pero mezcla fragmentos de la capital y del interior con una mirada muy diferente de lo que usualmente se ve acá. La forma de filmar Montevideo…
Sí, es como una mirada más fresca.
Más fresca y más casual. Hay imágenes icónicas de la ciudad pero su empleo es casi que accidental, sutil. Lo otro peculiar son las nacionalidades: actriz argentina, actores uruguayos, actores franceses, director francés. ¿Descubriste que esta experiencia tuvo un valor particular en relación a lo que uno encuentra en un proyecto exclusivamente nacional?
Filmar fuera de tu país ya te pone en otro lugar. En este caso, no solo se trataba de otro país sino además de una ciudad que yo no conocía, donde la gente está muy predispuesta a ayudar, algo que tampoco es muy común. Nos traían una torta, por ejemplo, o estaban todo el tiempo preguntándonos qué necesitábamos, nos ofrecían su casa. Esa experiencia de por sí fue maravillosa. Además, el no poder comunicarte con otros tan fácil hace busques la manera más simple de que te entiendan o de entender lo que te dicen. Yo era el único elemento argentino de la película, entonces me dio un poco de miedo sentirme sola, pero los actores uruguayos me abrieron los brazos, al igual que el equipo técnico. Más allá del resultado final, la experiencia del rodaje en sí fue muy amena.
O sea que la gente de Florida fue parte del equipo…
Sí, totalmente. De hecho, en la película hay un montón de personajes que son realmente de Florida, gente que vive ahí. En la comunión participó casi todo el pueblo. Los policías eran los policías del lugar. Fueron de veras parte del proyecto, incluso a la hora de elegir la locación. Olivier me contó la anécdota de que cuando estaba haciendo scouting y llegó a Florida, no solo había muchos espacios que a él le servían sino que además el pueblo estaba vacío. Era domingo y no entendía muy bien qué pasaba, hasta que llegó a la plaza de la iglesia. Cuando abrió las puertas de la iglesia, había una comunión, y eso lo tomó como una señal. La comunión de la película se filmó exactamente como él la había visto ese día.
¿Encontraste diferencias o semejanzas, algo que te haya llamado la atención, entre los diferentes actores?
La verdad que no tanto. Ramzy me sorprendió mucho porque él es un actor muy famoso en Francia, pero conocido más que nada por hacer comedia. De hecho, antes de llegar al rodaje lo googlié y me puse a ver videos en YouTube, porque él se hizo conocido subiendo videos cómicos. Esta era la primera película donde él hacía un personaje serio y a todos nosotros, incluso al director, nos tomó por sorpresa. Fue muy fácil trabajar con él. Realmente estaba muy metido en el personaje. Otra cosa que me sorprendió fue Dylan, el niño. Todas las veces que trabajé con chicos abordaba la situación desde un lugar de juego, pero con Dylan no fue así, porque casi que tiene más experiencia que yo. Trabaja desde muy chiquito. Estaba súper concentrado con lo que tenía que hacer y se podía hablar con él como con un adulto acerca de los sentimientos y de lo que le pasaba al personaje. Eso fue muy sorprendente. Con Virginia también nos llevamos muy bien desde el primer día. Cuando hay una química natural siempre se transmite en la pantalla, hay un terreno ganado de por sí. El vínculo entre nosotras hizo el trabajo mucho más fácil, sobre todo a la hora de interpretar madre e hija.
Ahora a cuestiones más generales. ¿Para vos cuáles son las diferencias fundamentales entre trabajar en el teatro y en el cine?
Los tiempos de preparación de los personajes, más que nada. A mí lo que más me gusta es el cine, pero lo que más hice fue teatro. Desde el principio hice muchísimo teatro…
Por una cuestión de formación…
Claro, yo empecé a estudiar teatro a los trece años y a los trece años ya actuaba en obras. Una de las diferencias entre el teatro y el cine es que si tenés ganas de hacer una obra de teatro, te juntás con tres o cuatro y la hacés. El espacio lo encontrás, lo podés hacer hasta en la calle; en ese sentido el teatro es mucho más libre. El cine, no. Te podés juntar con tres o cuatro que quieran hacer cine pero necesitás una cámara, una luz, un espacio determinado. Las posibilidades se acortan. Fundamentalmente, la diferencia está en las herramientas que necesitás para encarar el proceso. En teatro uno tiene por lo menos tres meses de ensayo y me ha tocado hacer obras donde hemos ensayado a lo mejor ocho meses, entonces la profundización en un personaje es mucho más exhaustiva. Lo otro que tiene el teatro es que vos salís a escena y pase lo que pase, hay que seguir. En el cine tenés más flexibilidad con respecto a eso. Si algo que hiciste no te terminó de gustar, pedís que corten y se vuelve a hacer. A su vez, me pasa muchas veces que me veo en una película y después me digo a mí misma que me hubiese gustado hacerlo de otra forma, con otro tono. En el teatro te podés sacar las ganas todas las veces que quieras, de probar cosas nuevas y ver que funciona más, ponerte a prueba vos mismo y a tu personaje para ver las reacciones del público.
¿Qué actores o actrices te han servido de inspiración? No solo en esta película, sino en general. Ídolos…
No soy de tener muchos ídolos. El fanatismo no me gusta mucho, porque es como poner al otro un lugar de perfección, y me pasa que admiro un montón de actores pero siempre hay alguna película donde no me terminan de convencer, entonces prefiero pensar que son actores, no seres perfectos, y que pueden equivocarse. Si tuviera que nombrar actores que me gustan mucho… Juliette Binoche. La he visto haciendo de todo, pero me encanta sobre todo cuando hace personajes sensibles. Tiene una mirada y una gestualidad muy tranquila, de mucha paz, que transmite un montón. Creo que ella es mi actriz preferida. Y un actor que amo es Daniel Day Lewis, sobre todo que él elija cuándo y qué películas quiere hacer, y que de repente le pinte retirarse.
¿Qué significa para vos ser actriz? ¿Alguna vez te formulaste “qué estoy haciendo, por qué lo hago”?
Creo que lo que más me gusta de ser actriz es tener la posibilidad de no ser solo una persona. Cambiás de personalidad, cambiás de ambiente, cambiás de pareja, cambiás de profesión… Es lo que más me divierte, sentir esa libertad, que hoy soy alguien que nada tiene que ver conmigo, y pasado mañana soy otra persona que quizás es un poco más parecida a mí pero vive en otro lado, tiene otro aspecto y un trabajo diferente. Además, soy muy fantaseosa, y creo que en los actores hay algo que los termina separando de la realidad, porque uno tiene su vida, su pareja, su familia, su casa, pero por otro lado, todos los personajes interpretados se vuelven parte de uno. Por un lado sos quien sos y por otro está esta otra persona que vas construyendo de a pedacitos, los personajes que quedan en el cuerpo, en la sangre y en el corazón.
¿Te gustaría filmar más en Uruguay?
Sí, me encantaría.
¿Qué te ha gustado más del país?
Montevideo es una ciudad divina. Está tan cerca de Buenos Aires y es tanto más tranquila. En algún punto es como respirar un poco de aire fresco. La primera vez que vine por el tema de la película, hacía como quince años que no venía. Salí a caminar por la rambla y no podía creer por qué habían pasado tantos años de aquella vez. También estuvo muy bueno trabajar con un equipo uruguayo que, a pesar de estar en una industria cinematográfica pequeña, es sumamente talentoso.
Es genial que venga gente de afuera, que haya un poco de hibridación.
Claro, se aviva un poco el avispero, y también está buenísimo que se filmen cosas acá para que de afuera vean la calidad que tiene el cine uruguayo, que realmente tiene mucho para crecer. Que se empiece a apreciar más. Tiene un montón de talento no solo técnico sino también artístico. Uruguay se merece muchas más posibilidades de las que tiene.
(Muchas gracias a Priscilla Andrade de Mutante Films por esta oportunidad).