La continuidad de realización de películas en Uruguay ha dado lugar a varios debates: que si existe ahora (¡finalmente!) el cine uruguayo; en tal caso, ¿qué demonios es?; que si las películas deberían reflejar un imaginario local, que eso es un disparate y que cada película tiene que ser lo que su realizador quiere que sea… En fin. Todos estos planteos son extra-cinematográficos, es decir, propios de los espectadores, críticos, realizadores, instituciones, pero no de las películas. Quizá el debate más fascinante que aparece ahora que (¡finalmente!) tenemos una cinematografía con continuidad, que la palabra anémica no figura en cada artículo sobre el cine nacional y que los directores comienzan a desarrollar filmografías con tres, cuatro, cinco obras, es ver qué surge de las propias películas. Dejar que las películas hablen por sí solas, o al menos poner las energías en intentar escucharlas.
Viéndolas -la mejor manera de escucharlas- las películas realizadas en Uruguay hacen barullo. Eso es bueno: habla de una diferencia entre las películas, de una variedad, pero sobre todo de una libertad. Cosas tan disimiles como El Noctámbulo y La Vida Útil son posibles en Uruguay, juntas. Esa libertad dio lugar a dos lados, dos concepciones del cine más o menos enfrentadas: el cine como una necesidad personal o una búsqueda autoral y el cine como una herramienta o institución de comunicación masiva. No es algo propio del cine hecho en Uruguay, ni mucho menos, todas las cinematografías se debaten lo mismo. Quizá en Uruguay la polémica se vuelve más encarnizada, más directa, por una cuestión de cercanías; como cuando en un ómnibus le gritan a un músico ambulante que acaba de tocar Roxanne de The Police que toque música uruguaya.
Estoy desvariando un poco. Pero viene al caso, porque Rincón de Darwin, el primer largometraje de Diego ‘Parker’ Fernández viene a colocarse en un lugar paradójico dentro de esta polémica. Salvando las distancias (no sólo temporales), como hace 15 años Álvaro Buela hizo Una Forma de Bailar para recomponer el puente entre espectador y cine uruguayo -afectado un par de años antes por el estreno de El Dirigible de Pablo Dotta– la película de Fernández parece proponer algo similar; algo terapéutico y reconciliador para el espectador local de cine. Su estreno acá antes que en ningún festival, su tagline “No todos los uruguayos somos de la misma especie”, sugieren esa relación cercana al espectador uruguayo. Y la película también.
Hay algo muy específico, concreto, que la película busca comunicar. Nada va mucho “más allá” de eso. Los personajes son más bien una única cosa: Gastón sigue enamorado de su ex-novia y es un geek, Américo está algo deprimido por estar envejeciendo, Beto es un fletero con pasado turbio. Descubrimos cuál es el pasado turbio, a todos les hace bien la experiencia -aunque no sepamos muy bien por qué.
O sí: porque salieron de la ciudad, “bajaron la velocidad”, se detuvieron y convivieron entre ellos. El plano de la ruta en movimiento en la secuencia de créditos, un cambio de foco a las flores después de que la camioneta pasa, los planos de hormigas y bichos, la pequeña fábula de encontrar dos tuercas en medio de la ruta… todo se perfila hacia ese “pararse”. Algo más bien ajeno a lo que realmente parecen ver los personajes. Es algo que los mira desde arriba, como en la aparición del GPS y el corte al contrapicado que los muestra alejarse, mientras Gastón cuenta los kilómetros. Último: cuando los personajes en la camioneta llegan al Rincón de Darwin cruzan un puentecito antiguo y bien conservado. La camioneta pasa pero la cámara se detiene en un paneo lento del río con toda la vegetación en pleno cambio de estación. La camioneta pasa, pero el foco va a las flores. Es la voz de Darwin. Una voz que llega desde el centro de la tierra, el pitch black, a decirnos, “ey, miren que sí, es lindo el Uruguay… y hay cosas especiales ahí”.
¡¿Y saben qué?! Me parece bárbaro que Fernández haya hecho eso. ¡Porque hace al menos 15 años que el cine uruguayo y el espectador uruguayo, una y otra vez, ha querido crear/ver eso! Tocar tan vivamente ese nervio del inconsciente colectivo uruguayo, hacerlo, finalmente hacerlo, satisfacer desde el cine esa neurosis de buscar cosas por las que sentirnos especiales, debería dar por terminada esa búsqueda en el cine nacional y esa necesidad en el espectador. Ojalá.
Recuerdo que Pablo Ferré decía que Nico & Parker, primer cortometraje de Diego Fernández, co-dirigido con Manolo Nieto, era un corto “a venir”. Rincón de Darwin es de cierta forma un largo a venir, la promesa de otra película, mejor, más libre. El final lo promete. Pero antes hacía falta otra cosa. Esto: el último localismo del cine uruguayo: las paces con el espectador de acá.