La película de la semana no es siempre un acontecimiento feliz, como en este caso. La crítica de El Renacido (2015) culmina el Todos Contra Iñarritu que publicamos la semana pasada.
Existen ya excelentes críticas sobre la última película de Iñárritu, que vale la pena leer por sus bien intuitivos argumentos sobre lo engañoso de esta película (http://goo.gl/O64nnx y http://goo.gl/EyCllp) Pero intentémoslo una vez más.
Primero que nada: estamos frente a una obra ideológicamente perversa, de narrativa vacía y que además peca de un ignorar estético. Un personaje perdido en medio de la nada y un relato sobre la supervivencia, es un argumento ya conocido para el mundo del cine. El espíritu de aventura y la representación de toda hazaña que ella impulse existen desde los comienzos del hombre cuando éste decidió pintarse enfrentando a un bisonte, por ejemplo. Pero estar en el medio de la nada no implica no tener noción de en qué tiempo y espacio narrativo nos encontramos. Las aventuras que delinean las peripecias de los personajes siempre tuvieron un por qué, o por lo menos esa siempre fue la gracia de armar un personaje; colocarlo en un lugar a su tono y encontrarle una razón, por ejemplo, para sobrevivir. Pero para The Revenant no hay argumento que valga.
Un explorador -de quién sabe qué época- oscila entre dos pretensiones de código; ser un titán clásico enceguecido por la venganza, y al mismo tiempo un colono de comienzos de la Época Moderna que adopta a un hijo indio. La historia de amor con la madre de ese niño ha ablandado su corazón y entonces, además, se vuelve un guerrero sensible.
Si al personaje no se lo puede identificar en su primer estado de explorador perdido, menos se puede pretender identificarlo en torno a sus reflexiones sensibles. Por lo que el problema no está en la interacción de lenguajes. No es en lo que se ve, es en lo que significa (contra esta idea pueden ver un video muy ingrato que alguien hizo comparando Tarkovsky con ésta película de Iñárritu) Perder la noción del código estético que está siendo usado y reservar un harén de símbolos que flotan sin rumbo es, a esta altura, una tomada de pelo. Los lugares comunes no tienen la fuerza necesaria para tapar vacíos narrativos. Esta película no es larga por el tiempo real que dura. Es larga porque es un relato en movimiento que no logra capturar el tiempo. Estira el suceso con flashes de excesos y un recurso de efecto que no responde a la historia, y que no tiene gracia.
Hollywood no está volviendo a sus aventuras clásicas ni a sus gloriosos westerns. Tarzán nunca anduvo con vueltas para subirse a la liana y a un vaquero del lejano oeste jamás se lo filmó bajando del caballo de la misma forma que a Vin Diesel bajando de un auto en Rápido y Furioso. El rostro de DiCaprio se ve precioso con la nieve cristalizada, los indios rematan todas sus ideas con frases que vemos en dulces imágenes en Facebook todos los días, y por si hacía falta que nos diésemos cuenta que el explorador la estaba pasando realmente mal y con mucho frío, destripa a un caballo blanco para poder meterse dentro. Un poco de oda al morbo nunca viene mal en tiempos de pop.
The Revenant es una obra que además tiene como único sostén explicitarlo todo. Sí. Los personajes se presentan contando historias pasadas y el salvajismo de su condición se evidencia a través de oraciones sobre la muerte en carteles a la entrada de los distintos campamentos. Y hay más. Nosotros ya lo sabíamos, pero igual Hugh Glass -el protagonista- escribe en la nieve “Fitzgerald mató a mi hijo”, así que también se explicita el asunto que lo tiene revirado, y como broche de oro también el final necesita ser explicado: el explorador caminó quién sabe cuántos kilómetros superando todos los obstáculos gracias a la sed de venganza, y en el momento de matar al villano que asesinó a toda su razón de ser, una voz le recuerda que la venganza es cosa de dios y no de uno, por lo que deja ir al hombre (aunque lo mate a tres metros otro grupo cuyo representante es un Cacique pero, ojo, uno que en realidad convive con unos del ejército francés que son muy violentos)
Si aún así nada detiene la admiración por la escena del ataque sexual por parte de la osa, por lo menos hay que decir que The Revenant en todo caso no es nada que ya no se haya visto. Por más que sus intenciones y esfuerzos de realización apuntan a compararla con Aguirre y la Ira de Dios de Herzog, nada tienen que ver. Y el de The Revenant es otro tipo de amaneramiento. Más bien habría que compararla con las películas de Mel Gibson como Apocalypto, La pasión de Cristo o 10.000 a.c de Roland Emmerich. Una forma de abordar historias que suceden durante hechos históricos icónicos, los cuales reconocemos por la simbología estereotipada que se lleva a la pantalla. En definitiva es una película sobre colonos porque nos lo dijeron, básicamente porque pusieron a un personaje que en vez de hierro en su pechera lleva cuero, tiene el rostro pintado con formas geométricas, y en sus palabras reclama por el oro y la plata. Claro, es un indio. Pero esta forma vaga de resolver la ambientación histórica devela personajes que no pertenecen a ese tiempo. Podemos percibir la falta de microondas si viven en campamentos sobre tierra de nadie, pero los personajes se comportan de manera contemporánea porque los conflictos y cómo se relacionan con ellos adoptan un tinte melodramático donde todo es terrible, pero en realidad al fin de cuentas no sabemos muy bien por qué.
The Revenant se engloba en una tendencia altanera que no tiene nada para contar. Solo nos queda por pensar si es que realmente estar a la deriva significa caminar y caminar sobre una Patagonia Argentina pintada al mejor estilo National Geographic. Y decirle a Iñárritu que sí, es cierto, los árboles de fuertes raíces soportan fuertes vientos, pero no así los personajes vacíos y las historias flacas.