Luego de la genial El día de la bestia (1997), el joven Álex de la Iglesia se convirtió automáticamente en un director de culto. Pero a excepción de la mayoría de los casos, además de los incondicionales y demás interesados, el director ha cosechado un importante respaldo por parte de la crítica, que más allá de matices, ha ponderado varias de sus obras y aún se mantiene expectante por su trabajo.
Al igual que su admirado, Luis García Berlanga, el director gusta de los repartos nutridos de gente conocida que formen una troupe variopinta de personajes, en la que abundan varios estereotipos de la sociedad y por supuesto no faltan los freaks y marginales tan queridos, por quien reconoce su predilección por el cine de ciencia ficción, con monstruos y mucha sangre.
En esta ocasión se trata de un grupo de personas que se encuentran sorpresivamente como rehenes dentro de un típico bar del centro de Madrid. Dos asesinatos en la puerta del local desatan la paranoia y el miedo. Se encuentran aislados, sin información y en peligro. Todos desconfían de todos y harán cualquier cosa por salvarse. Ésta es una situación que se repite a lo largo de la filmografía del director. El rápido despojo de las personas de sus harapos de civilización para mostrar lo más bestial y primitivo, es una notoria herencia de toda una tradición de cine español, desde el surrealismo de Buñuel hasta el realismo de las primeras obras de Carlos Saura. Si de personas encerradas en un recinto se trata, El ángel exterminador (1962) es su mejor referencia.
El libreto está a cargo del propio de la Iglesia y de su habitual colaborador Jorge Guerricaechevarria. Lejos de sus mejores trabajos, aquí la premisa inicial se desvanece en pos de cuidar el misterio de la causa de las muertes. La misma se adivina demasiado pronto, y los personajes no tienen ni el interés ni la fuerza habitual en esta dupla de escritores. Todo el asunto no tiene el vuelo imaginativo de otras y los diálogos, una especialidad de la casa, no tienen el timing ni el filo de sus trabajos mas inspirados.
Este tipo de propuestas requiere de un guión preciso y por momentos, mecánico, que contemple muy especialmente la precisión de los diálogos que son la principal fuente de datos –demasiados aquí- y de los sucesos de mayor impacto dramático, como las frecuentes y enardecidas discusiones de los protagonistas.
Sin brillos interpretativos, salvo la recientemente fallecida Terele Pavez, que compone a la perfección a una matriarca bien castiza a cargo del lugar, el resto del elenco tiene altibajos y sufren los baches de un guión llamativamente descuidado. El histrionismo de Jordi Ordoñez se pierde en repetidos gags desaforados, y desvanece la fuerza inicial que compone a través de divertidos delirios místicos y citas bíblicas. Para colmo las exigencias de la coproducción España/Argentina, hacen que la película cargue con el lastre del sobrevalorado actor Alejandro Awada, quien en su intento por dar con el acento madrileño bordea el ridículo de manera reiterada.
Una vez más el director someterá a sus personajes a todo tipo de humillaciones producto de la desesperación. El descenso a las profundidades más repulsivas del ser humano, se evidencia en lo físico desde las alcantarillas, y en lo psicológico, con las descarnadas confesiones cruzadas, entre otras cosas.
El aspecto más cuidado del film es sin duda el fotográfico, apoyado en una paleta de colores poco brillosos y una tonalidad de grises que gobierna toda la pantalla. La alta definición y un contraste duro de claroscuros, favorecen la frecuente utilización de planos detalle de rostros sudados, heridas y demás fluidos que funcionan como indicadores de climas y emociones. Es familiar en el director el tinte gore, que desde su aparición con Acción Mutante (1993) ha ido cultivando con suerte dispar.
La estética publicitaria con su permanente golpe de efecto ejemplificada en los reiterados planos picados y contrapicados o en ángulos distorsionados combinados con movimientos de cámara ampulosos, se vuelve pesada y redundante. El cinismo le ha ido ganando al humor negro y a la picardía típicamente española. La desesperanza y el aparente descreimiento en el ser humano han profundizado las formas de su cine, pero no sus ideas ni sus motivaciones. No hay nada nuevo, nada que no haya hecho mejor ya el director de Muertos de risa (1999), que es de las mejores y menos recordadas.
A partir de la muy buena y oscura comedia La Comunidad (2000), ha sido muy irregular el camino para de la Iglesia. Sufrió fracasos de taquilla importantes como 800 balas (2002) o Balada triste de trompeta (2010), y con la crítica no volvió a generar un consenso a favor como el logrado con El día de la bestia.
El Bar posee las características más notables de su responsable, se la reconoce desde lejos como una pieza integrante de su filmografía, pero sin dudas, una pieza menor.
Título original: El bar / Dirección: Álex de la Iglesia / Guión: Álex de la Iglesia, Jorge Guerricaechevarría / País: España / Año: 2017 / Duración: 102 min. / Reparto: Mario Casas, Blanca Suárez, Carmen Machi, Secun de la Rosa, Jaime Ordóñez, Terele Pávez, Alejandro Awada