Luis Ospina patenta con seguridad una obra que siempre merodea los lugares pocos comunes del cine latinoamericano. Esta seguridad fue fruto de las circunstancias, las cuales lo hicieron formar parte del llamado “Grupo de Cali”, conformado por artistas colombianos que excedían el ámbito del cine como fue el caso de Andrés Caicedo, escritor y principal exponente ideológico del grupo que tras su temprana muerte (le parecía insensato vivir más de 25 años) inundó de sentido a los jóvenes cineastas.
Ospina comenzó tempranamente a problematizar no sólo el cine que veía en las salas sino también el que veía rodar en las calles. Junto a Carlos Mayolo hurgaron la miseria que habita en el autor que filma y exporta la realidad fragmentada con el mediometraje Agarrando Pueblo (1977), el cual comentamos en nuestra sección blog-out. “Abra el ojo porque lo están filmando” es la frase que inmortaliza uno de los personajes de este (falso) documental de Ospina-Mayolo y es, además, un dilema a tener en cuenta para revisionar la obra de éste director. Estas intervenciones darán lugar a un documental sobre la vida de Andrés Caicedo titulado Unos pocos buenos amigos (1986), y su obra más compleja Un tigre de papel, estrenada en 2007.
La vida de Pedro Manrique Figueroa, personaje omnipresente que circula en el devenir de la historia colombiana, fue contada por varias personas (entre ellas Carlos Mayolo) pero escrita por nadie. Por lo tanto, Ospina se declina por la oralidad teniendo en cuenta sus (des)ventajas, y el espectador termina asistiendo a una biografía fuera de lo común. Precursor del collage en Colombia, nuestro personaje deambula por los principales círculos de artistas de su país, incursiona en la venta de estampas religiosas, se lo considera también un buen deportista y cuestiona los eventos políticos de las décadas de 1930 y 1940. Su papel en la política fue fruto de sus constantes días de trabajo en el tranvía que le ocasionaron ser partícipe de la muerte del político Jorge Eliécer Gaitán.
Dentro de las vanguardias artísticas se vinculó a la estética dadaísta y fue ampliamente elogiado por sus textos, destacando sus poemas “La coca” y “La lucha es despiadada”. Concretó cursos en Alemania Oriental, donde fue gran amigo de varios estudiantes, pero como todos sus hechos en vida, su estadía quedó truncamente documentada. Aquellos que no lo consideraban un gran amigo lo tildaban de extraño y ambicioso. Otros lo vieron incursionar en el ámbito del cine, quedando anonadados. Las artes culinarias también fueron de su agrado, marcando tendencia en un restaurante que manejó muy a gusto. Como queda plasmado, Pedro Manrique Figueroa forma parte no sólo de la historia de Colombia, sino del mundo.
La película de Ospina cuestiona el concepto de autoría y todo lo que conlleva ser un autor. Debate que también fue expuesto por Andrei Tarkovski en Andrei Rublev (1966) pero que el colombiano lleva hacia las entrañas del documental. El film fue presentado en Uruguay en el festival DocMontevideo (2013) de la mano del propio director y fue magnamente polémico en su proyección, causando la indignación de varios espectadores hacia los postulados de la obra.
Vale también recordar aquí a Verbal Kint, personaje de Los Sospechosos de Siempre (The Usual Suspects, Bryan Singer, 1995) quien hablando de Keyser Soze nos comentaba que “el mayor truco del diablo fue convencer al mundo de que no existía”. Pedro Manrique Figueroa sí que lo sabía: no es más que un tigre de papel.