Es como cuando escucho El hombre de la calle o cuando veo una foto en la que yo era joven. Siento nostalgia, melancolía, tristeza. Porque nadie puede negar que escuchar a Jaime es como bañarse en un lago de agua estancada que no se pudre porque la melancolía, cual camalote, la mantiene con vida. Después de una canción de Jaime lo único que queda es tirar el reloj por la ventana, desconectarse del mundo, encerrarse hasta quedar dormido y de ojos cerrados ver un túnel con luz blanca.
Si me perdonan la expresión, acá el cine tiene que desaparecer. Ya se hicieron todas las películas que se tenían que hacer. No se necesitan más. Ahora, para que el país progrese, hay que apuntar al entretenimiento, al jolgorio masivo. El que realmente sienta cariño y amor por el cine, sabe que la única opción en ese sentido es apuntar al extranjero. La gente necesita lo que no tiene, por eso que vengan los Transformers, los Wolverine, los últimos Woody Allen y los Adam Sandlers. A esta altura cualquiera debería saber que la gente necesita espectáculo y no reflexión. Sino que le pregunten a Tabárez.
Acá ya se hizo La espera, Alma Mater y 25 Watts, en serio, no se necesita más. Recuerden que después vino Whisky y fue como escuchar a Jaime. “Sigue yendo a trabajar / porfiado de sombrero / más allá de un temporal”.
¿Me van a decir que falta una película en un ómnibus de CUTCSA? ¿Acaso eso es cierto? Cutcsa no es cine, Cutcsa es Jaime. “No me hablen más de él / que yo lo veo en cada esquina / y lo escucho en el café”.
El coronel Amorín, mi finado padre, siempre me decía: “En este país, el que quiera progresar sin vender vacas está condenado al tiempo”. Confieso que me costó comprender el significado. Pero cuando vi que al cine nacional llegaron figuras como Coco Echague o que salieron películas como Jugadores con Patente, ahí me di cuenta: el karma de Uruguay no es la gente, el karma de Uruguay es el tiempo. Acá la gente queda sometida a un ómnibus. O a un paro de ómnibus que es algo mucho peor.
No soy de dar consejos, pero me parece claro que como nación no debemos insistir en probar suerte en disciplinas tan bien desarrolladas en los países del norte.
Nunca entiendo a esos que se quejan de la comercialidad de Hollywood. Ellos venden películas, nosotros vendemos jugadores. Entonces me pregunto: ¿es necesario aclarar que las películas no muerden?
Yo quiero el cine épico, el de imperios que se caen y se levantan mucho más implacables. El de revoluciones cibernéticas. Quiero el cine de travestis que dan clases en las facultades. Claro que para eso se necesita historia pero acá sólo somos treinta y tres gauchos.
Entonces, señor, señora, no me rompan más con el cine nacional y tráiganme los containers con Hulks y X-Men. Hasta prefiero esa remake horrible de Perros de Paja. Con eso digo todo. Pero si quieren más, aclaro que prefiero quedar encerrado en una sala trasnoche viendo Godzilla que correr el riesgo de encontrar una película con un protagónico para Maxi de la Cruz.
La próxima vez que vaya al cine para ver algo nacional, será para enterarme que acá tuvo lugar una guerra nuclear o que un paisano del norte se enamoró de una oveja y le enseñó a hablar, y ahora la oveja escribe haikus. Si no es para eso, entonces ni me molesten. Ah, yo también entendí El dirigible.