Cortos (y una serie) que demuestran que en uruguay nos dan una cámara y hacemos magia

ESCONDIDA AL PIE del lugar donde los bondis van a dormir, se encuentra la Sala Camacuá. Lloviznaba, como si las olas del Río de la Plata rompieran, volaran por los aires y cayeran sobre mi cabeza. La vista sin duda era impresionante: la rambla más grande del mundo a unos metros de un centro cultural en el que se daría una función. ¿Qué iba a ver? Un ciclo de cortos cuyo concepto era “Miradas”. Fueron ocho cortos. Yo quiero hablar de cuatro que quedaron grabados en mi retina.

            El primero que voy a mencionar es No Mirar las Pinturas a Medianoche, un corto de terror hecho por los estudiantes del bachillerato UTU Audiovisual. Este tiene una premisa muy sencilla: en el museo de Historia de Arte, no podés mirar las pinturas a medianoche. Sin embargo, a esa idea a priori simple se le agregan capas de conflicto cuando se mezcla una irresoluta historia de culpa y pérdida. No lo quiero spoilear, porque la tensión que logra crear es algo que se arruinaría si te cuento lo que sucede, pero debo destacar el gran trabajo de la guionista y directora Romina Bentos a la hora de jugar con nuestra expectativa y la gran actuación que logra sacar de Facundo Rosa, quien se quiebra en un plano fijo con una genuinidad visceral. Asombroso que hayan hecho esto en el liceo, yo en esa época apenas podía hacer un arroz blanco sin que se queme.

            El siguiente que quiero destacar es un corto terciario hecho por gente de la ECU: Umbral, una historia de amor a lo Close(2022). Para mí, las similitudes con la película de Lukas Dhont son claras: desde decisiones estéticas como los colores o el aspect ratio, hasta la premisa, en la que se cuenta una complicada historia de amor en la pubertad. Este corto, sin embargo, es menos trágico que Close, algo que es un alivio porque con el clima londinense que había afuera me hubiera pegado un tiro. No quiere decir que las emociones que se transmitan sean menos contundentes, la manera que tiene este corto de contar la historia de amor entre las dos chicas es terriblemente emocionante. Me retracto de lo que dije antes, el aspect ratio y el color no son decisiones estéticas en este corto, sino que cumplen una función narrativo-emocional que dicen más que mil palabras. Los encuadres que la directora Helena Cantera logró cranear logran aislar a la protagonista poniéndola en la esquina inferior de la pantalla con abundante aire arriba, o usando poca profundidad de campo en una conversación con la chica que la moviliza (¡el mundo deja de existir si no son ellas! para bien o para mal). Esto sin dejar de ser preciosos, gracias a la dirección de arte y la excelente fotografía de Lalo Figueredo. Muy bueno, gran uso de sonido en una escena particular que si lo ven sabrán.

            Y de un corto con una gran fotografía pasamos a otro. Pareciera que el concepto del ciclo este de miradas es para hacer cosas estéticamente atractivas, pero no. En este caso es una mirada a un mundo muy lejano para el que se crió comiendo garrapiñada en dieciocho: el interior. Más específicamente Villa Soriano, en Soriano. La fotografía en cuestión es obra de Elisa Barbosa y nos atrapa desde el primer plano con la carmesí oscuridad de la noche, para contrastar con el azul amarillento del amanecer. Escuchame, no voy a perder tiempo describiendo los planos de Maleza, miralo y después me agradecés. La historia que cuenta es una real, de las que allá en Villa Soriano y en todo el interior abundan. Una historia de montes, cacería, amor y dificultades económicas. 

            La data de que esta historia es real la tengo porque después de la función pude entrevistar a Luis Ezequiel Sur Machín, protagonista del corto. Llamó mi atención nada más llegar a la sala, apartado, con la mirada fijada en el suelo, con la timidez propia del laburante del interior que llega a Montevideo. Como él conozco a muchos, entonces me emocionó verlo representado en la pantalla grande de la Camacuá. Él no es actor, sino que en realidad anda de changuero limpiando camiones y haciendo lo que se ofrece. Conoció al director Andrés Boero Madrid en la escuela y han sido amigos desde entonces. Un día él le comentó del corto y lo invitó a participar. Sin dudarlo, Luis aceptó, pensando que nunca se iba a realizar. Pero se terminó haciendo y la verdad es que el resultado es uno que merece la pena verse. Actualmente ambos trabajan en un largometraje en el que se planea que Luis sea el protagonista, pero eso dependerá de si se logra encontrar fondos a tiempo, pues el rol que Luis tiene reservado es uno más de gurí y el tiempo pasa irremediablemente. 

            Y de Villa Soriano pasamos a Paso Centurión, a unos kilómetros de Melo. Allí, Guillermo Wood grabó a Yeison, un niño chiquito que le pone nombre a sus corderos, a su yegua vieja (intercambiada por una potranca a su padrino) y a su bicicleta. El nombre de la última es el nombre del corto: Pedales. La inocencia y pureza de Yeison se ve retratada en la primera parte, filmada en un elegante plano secuencia en blanco y negro, que en un momento termina. En vez de venir los créditos, el corto se duplica y ahora vemos la reacción de los niños de Paso Centurión al corto, quienes ríen incrédulos. No soy fanático de esta última parte, si te voy a ser sincero. Creo que se alarga un poquito. Aunque eso son cosas mías nomás, en realidad es muy bonito el retrato de esa familia y nos recuerda la importancia de la representación en medios audiovisuales.

            Y de cerca de Melo pasamos a Melo. Bueno, no. Más o menos. Una vez terminado el ciclo Miradas, me fuí a Cinemateca a ver la avant premiere de la nueva serie de Paula Botana: La casa grande. Ella tiene familia de Melo, pero no sé si es de ahí propiamente. Bueno, no importa. A sala llena se pasaron cuatro capítulos de su serie en una fiesta del cine. Pocas veces he visto un ambiente así: como cien personas o más todos cagándonos de risa junto a esta serie. Graciela Inglod compone a Irina, que con veintinueve años es un desastre en todos los aspectos y además la van a correr de su casa. Por suerte para ella, una tía con la que no tenía mucho trato le hereda una casa grande y lo que siguen son una catarata de sucesos y personajes surrealistas con un guion bastante sólido (a partir del segundo capítulo, a quienes quieran verla, si el piloto no los convence, sigan viendo) y actuaciones formidables. Grandísimos los protagonistas, Graciela Ingold y Franco Rilla.

            Cuando volvía a casa, había dejado de llover.

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