En diciembre de 2024, se llevará a cabo un ciclo de cine quinqui en el Cine Universitario, que recorrerá algunos de los títulos más representativos de este subgénero que marcó la España de la Transición. La programación incluirá proyecciones de Colegas (1982), El Pico (1983), El Pico 2 (1984) y La estanquera de Vallecas (1987) de Eloy de la Iglesia, que nos sumergen en las realidades de la juventud marginal, enfrentada a la pobreza y la violencia. También se proyectará Deprisa, deprisa (1981), la obra maestra de Carlos Saura que da una visión única de los sueños y frustraciones de los jóvenes de la época. Perros callejeros (1977) de José Antonio de la Loma y Maravillas (1981) de Manuel Gutiérrez Aragón completarán el ciclo, ofreciendo una mirada cruda y sin adornos sobre la delincuencia y la lucha por sobrevivir en un sistema desigual.
Este ciclo es una oportunidad para redescubrir las voces del cine quinqui y reflexionar sobre su impacto cultural y social. No solo recupera obras que marcaron una época, sino que invita a reflexionar sobre un cine que fue espejo de las contradicciones de la Transición, documentando de manera única las vivencias de los más desfavorecidos y el impacto de las políticas sociales de la época.
El movimiento surge en un momento de grandes transformaciones para España: la transición a la democracia tras la dictadura franquista. Este periodo, aunque lleno de esperanzas, también evidenció profundas desigualdades sociales. En las periferias urbanas, especialmente en ciudades como Madrid y Barcelona, las políticas de realojo durante el franquismo habían dado lugar a barrios marginales, mal planificados y carentes de servicios básicos. En estos entornos crecieron generaciones marcadas por el desempleo, la pobreza y la heroína, que se convirtió en una de las principales causas de la degradación social en los años 80. El término “quinqui” se usaba para describir de manera peyorativa a quienes vivían de la delincuencia en ambientes marginales, aunque con el tiempo esta etiqueta se convirtió en un símbolo de identidad para muchos de los jóvenes de esa época.
Este contexto dio lugar al cine quinqui, un subgénero que capturó la vida en los márgenes con una crudeza pocas veces vista en el cine español. Historias basadas en hechos reales y protagonizadas, en muchos casos, por delincuentes reales, dotaron a estas películas de un realismo descarnado que conectó con el público, especialmente con aquellos que vivían estas mismas circunstancias. Se mostraba sin concesiones los problemas estructurales que afectaban a una parte significativa de la población, como el desempleo juvenil, la falta de perspectivas de futuro y las fallas del sistema educativo y de protección social. Este subgénero, nacido a finales de los años 70, tuvo su auge en la década de los 80 y se agotó rápidamente, dejando tras de sí una treintena de películas que hoy se consideran documentos históricos y culturales esenciales.
El cine quinqui tuvo en Carlos Saura, Eloy de la Iglesia y José Antonio de la Loma a tres de sus principales referentes, cada uno aportando un enfoque único al género. Estas películas no solo capturaron la marginalidad de la España de la Transición, sino que también reflejaron problemáticas universales como la juventud, la rebeldía y el impacto de las desigualdades sociales.
Carlos Saura, un director con una prolífica carrera en el cine de autor, logró con Deprisa, deprisa un retrato único del espíritu del cine quinqui. La película sigue a cuatro jóvenes que buscan escapar de la pobreza y la rutina de su barrio marginal mediante robos a pequeña escala. Ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín, este filme destaca por su enfoque humanista: los personajes son tratados con sensibilidad, sin moralismos ni juicios, y la música (la rumba de Los Chunguitos, quienes supieron ser la principal banda sonora de los barrios marginales de la época) se convierte en una parte esencial del relato. Saura no solo documenta la marginalidad, sino también las aspiraciones, contradicciones y sueños de los protagonistas.
José Antonio Valdelomar, uno de los protagonistas de Deprisa, deprisa, es el reflejo más crudo de la conexión entre el cine quinqui y la realidad que representaba. Carlos Saura lo sacó de las calles para darle el papel de Pablo, y Valdelomar encarnó con una honestidad conmovedora a un joven atrapado en un mundo sin salidas. Su mirada tierna y vulnerable en la película contrasta dolorosamente con su destino real: antes del estreno del filme, fue encarcelado por un atraco a un banco, y en 1992 murió por sobredosis en prisión. El cine quinqui era más que una representación de la marginalidad; era una radiografía de una generación rota, donde el verdadero villano no eran los protagonistas de estas historias, sino el sistema.
Eloy de la Iglesia es el cineasta más representativo del género, conocido por su valentía para abordar temas incómodos como la drogadicción, la corrupción y la homosexualidad. El pico (1983) es quizás su película más icónica, y aborda la adicción a la heroína a través de dos jóvenes de familias enfrentadas: uno es hijo de un guardia civil y el otro de un político nacionalista vasco. Con su mezcla de denuncia social y narrativa desgarradora, El pico se convirtió en un emblema del género.
El cine quinqui no solo es un género cinematográfico, sino también un documento histórico que captura el espíritu de una sociedad en transición. Las películas del cine quinqui no idealizan a sus personajes ni suavizan su realidad. Mostraron sin filtros la dureza de los barrios periféricos: drogadicción, violencia policial, delincuencia juvenil y una falta absoluta de oportunidades. Se tocan temas universales, como el deseo de escapar, la búsqueda de identidad y el enfrentamiento con un sistema que excluye y margina.
Aunque el cine quinqui tuvo su auge hace décadas, los temas que aborda siguen siendo relevantes. Problemas como la exclusión social, el desempleo juvenil o la falta de acceso a la vivienda continúan presentes, y este ciclo se convierte en una oportunidad para iniciar conversaciones intergeneracionales sobre las raíces de estas desigualdades. Además, se está entrando en una era del “cine quinqui 2.0”, con películas como Criando ratas o Ártico, el género está siendo reinterpretado por nuevos cineastas que actualizan sus historias para las generaciones actuales.
El cine quinqui, en su mezcla de denuncia social y narrativas desgarradoras, permanece como una ventana a un pasado que aún tiene ecos en el presente. Es una oportunidad para redescubrir un cine que fue tan incómodo como necesario.