Sirviendo de profeta el filósofo Walter Benjamin advirtió en su trabajo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, que el arte estaba perdiendo su punto esencial: el aura.
Al desaparecer la misma, el objeto en cuestión pierde la originalidad y solo queda la copia. Ante este postulado, el director chileno Carlos Flores del Pino exhibe a un hombre que por cuestiones meramente naturales (o accidentales), es idéntico al actor estadounidense Charles Bronson.
Quizá la ayuda del advenimiento de la Aldea Global que promulgaba Marshall Mcluhan, ese sentir inmediato de todo tipo de evento comunicacional, haya posibilitado lo que posteriormente el artista Andy Warhol denominaría como “los 15 minutos de fama”. Dentro de toda esta rama de posibilidades se encuentra nuestro personaje, símil Bronson, llamado Fenelón Guajardo López.
Presuntamente conocido, según él, por sus habilidades pugilísticas, tras largas conversaciones que concede sin entender el origen de su fama, cuenta con lujo de detalles peleas y encuentros con celebridades de época. Porque a diferencia de lo que se dice del verdadero Charles Bronson, hombre con marcado carácter y pocas palabras, Fenelón (que prefiere ser llamado Fernando o Julio) no pierde el tiempo para soltar la lengua. Su verborragia queda expresada en cada momento en que el director aparta la cámara de Fenelón y se sitúa en los rostros, cansados o incómodos, de los acompañantes del set de filmación mientras la voz en off del personaje continúa. Nos comenta que tuvo una infinidad de trabajos, que su padre siempre fue su ejemplo de vida y curiosidades como su estadía en Uruguay siendo el mayordomo del ex-presidente José Serrato. Una vida mucho más cerca de Forrest Gump que de Charles Bronson.
El director propone en cierto momento un ejercicio similar al que Luis Ospina utilizará en Unos pocos buenos amigos (1986), mientras que Ospina consulta a las personas que caminan por la calle si conocen a Andres Caicedo, Carlos Flores del Pino llama la atención de los transeúntes mientras presenta por las calles a Bronson.
El fenómeno de la copia no parece afectar a Fenelón, mientras que su familia lo toma de forma jocosa. La singular situación deviene en besos de fans y en firmas de autógrafos, situación bastante casual en nuestra actualidad, pero bajo la funcionalidad del film, un registro extraordinario del emergente poder de la televisión y la mediatización.
Quizá lo más interesante es ver a Fenelón siendo Charles Bronson frente a cámaras, situación que sucede no sólo cuando se entrevista a Fenelón, sino también como cierta forma lúdica que Flores del Pino accede a filmar: una recreación de escena dirigida por Fenelón.
El carisma del personaje, sumado a la coetaneidad de ambos “Charles Bronson” (norteamericano y chileno) distinguen y enmarcan a una sociedad en vías de potenciar el valor de la imagen, de convertir lo convencional en pop y de enriquecer (aunque sea por 15 minutos) a la copia ante el original.
Aquí el documental: