Ya está en distribución entre nuestros suscriptores el Nº6 de nuestra colección impresa. El número está dedicado a la Producción y Creación de cine en Uruguay y cuenta con 128 páginas impresas a dos tintas. Incluye entrevistas a Manuel Facal, Adrián Biniez y Agustín Ferrando, además de artículos de Guillermo Zapiola, Luis Elbert, Gabriel Sosa, Aguastín Fernández, Andrea Pérez, Juan Andrés Belo, Micaela Dominguez Prost y Flavio Lira.
El Nº6 representa un logro inmenso para el equipo de esta publicación porque es el primero realizado (casi) sin fondos públicos, financiado por los suscriptores y el apoyo de Brecha Bar y la Oficina de Locaciones Montevideanas de la Intendencia de Montevideo. Los suscriptores reciben éste y el próximo número en su hogar por $450. Estará disponible en librerías a partir del mes de Diciembre.
Les compartimos el editorial del número y algunas páginas del número.
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La producción de cine en Uruguay fue un largo imposible para generaciones de cinéfilos y realizadores. Guillermo Zapiola, en el primer artículo de este número, narra varios de los esfuerzos – fructíferos y no tanto- que hicieron posible las producciones nacionales a lo largo del siglo pasado -algunas conservadas, otras perdidas para siempre, otras olvidables. Reconoce un año “de gracia”: una fecha paradójicamente cinéfila (el 2001) en la que se estrenaron cinco películas autóctonas (Los Desconocidos, Maldita Cocaína, 25 Watts, En la Puta Vida y Llamada para un Cartero), con una batiendo todos los records históricos de taquilla local (En la Puta Vida) y otra recibiendo los primeros grandes reconocimientos internacionales de la cinematografía uruguaya (25 Watts, premiada en media docena de festivales, entre ellos Rotterdam y BAFICI). Desde ese año, decía el crítico Ronald Melzer, se dejó de hablar de “películas uruguayas” y se empezó a hablar de “cine uruguayo”. Aleluya, hermanas y hermanos.
Nunca hubo tanto cine uruguayo, tanta producción continua y sonante, como en los últimos 17 años. Viendo los créditos de las películas, se nota que esto se debe a la creación, primero, del Premio FONA en 1995 (creado por la Intendencia de Montevideo) y, luego, a la aprobación de la ley de cine en el 2008, cuyo Fondo de Fomento reparte anualmente algunos millones de pesos para respaldar la producción y el desarrollo de películas, y que a su vez reglamentó la creación de la Dirección del Cine y el Audiovisual Uruguayo (ICAU), la primera oficina nacional dedicada en exclusiva a este sector. Guste o no, la participación del Estado, a nivel departamental primero y nacional después, tuvo mucho que ver con la realidad actual del cine en Uruguay.
No fue lo único, por supuesto. El cambio de siglo presentó toda una serie de transformaciones que hicieron posible la producción sostenida. Aparecieron los profesionales en Comunicación Audiovisual y se retomó la formación en Cinemateca (detenida durante la dictadura), se desarrolló la imagen en movimiento digital, se democratizó esta tecnología, apareció internet y un nuevo orden respecto al tráfico y acceso de información. Todas herramientas que hacen al cine algo menos descabellado en un país con un mercado (supuestamente) insuficiente.
Sin embargo, el segundo artículo de este número, escrito por Micaela Domínguez Prost, plantea que, aunque posible, la producción de cine en Uruguay sigue siendo problemática. La imagen de un Quijote en cuya lanza hay un micrófono, mientras un Sancho camarógrafo lo acompaña a pie, sigue figurándose en la mente de quien escucha los cuentos del tiempo, inversión y esfuerzo que lleva sacar una película adelante.
Lograr que el Fondo de Fomento se actualice automáticamente año a año por el IPC (Índice de Precios al Consumidor) fue una lucha para la Asociación de Productores de Cine del Uruguay (ASOPROD) y otros gremios, y todavía está en veremos (al cierre de este número, la corrección de la ley había sido aprobada por diputados y estaba a la espera de su aprobación en el senado). El reclamo sostenido permitió algunos logros (como la actualización del fondo en el 2015) y algunos encontronazos, entre los que cabe destacar la ilustrativa respuesta de la actual ministra de Cultura, Dra. María Julia Muñoz, que contestó al pedido de actualización del fondo dirigiéndose “a los señores cineastas”, omitiendo el registro que su propio ministerio lleva y en el que se cuentan cerca de 5.000 empresas y personas asociadas al sector. Mientras los productores locales se agarran la cabeza, las empresas distribuidoras de cine no pagan impuestos al traer y promocionar los blockbusaters, amparadas en una reglamentación que (se supone) respalda al cine nacional pero que, en realidad, no hace más que beneficiar en cifras astronómicas al conglomerado que maneja los circuitos de distribución cinematográfica en Uruguay. Del mismo modo, la Ley de Medios sigue implementándose a regañadientes: los canales privados siguen siendo intocables. Mario Handler dijo alguna vez que la gente de cine no es querida por los gobernantes de nuestro país. Por algo lo habrá dicho.
Quisimos hacer un artículo de investigación periodística para comprender mejor esta realidad, pero no pudimos. Esa falta se compensa, empero, con la Crónica de un Plano, donde se deja entrever el potencial que tiene Uruguay en la industria global de contenidos audiovisuales y la necesidad de una política que atienda con seriedad ese potencial, contrarrestando las dificultades del sector para explotarlo. Tampoco quisimos hacer un número centrado en las etapas y documentos de producción, en los roles y todo lo que ya se conoce sobre producir cine.
Más bien lo contrario. Nos interesó atender la plástica cinematográfica y definirla con el rigor propio de un estudioso como Luis Elbert. Conversar con realizadores sobre sus procesos creativos, sus hábitos de trabajo y sus ideas más disruptivas respecto a cómo producir cine en nuestro país. También quisimos abrir el abanico (dijimos que lo haríamos desde nuestro Nº1) a los nuevos medios y espacios para la creación audiovisual y allí Agustín Ferrando es sin duda el creador más importante de nuestro país, trabajando desde hace cuatro temporadas para el canal de dibujos animados más importante del mundo. Flavio Lira y Agustín Fernández agrupan hacia el final algunos modelos de producción que escapan, justamente, al modelo tradicional, atendiendo a casos nacionales e internacionales. Al cierre, Gabriel Sosa despotrica contra todos, reclamando desde la nostalgia de un periodista cinéfilo, más y mejores películas.
Esa parte, donde se entretejen ideas para que hacer cine y películas no dependa (o dependa menos) del estado, de los conglomerados y de quien quiera ponerse en medio del creador y su obra, son la parte central de este número. Al fin y al cabo, es eso lo que hoy es por primera vez posible.
Juan Andrés Belo
Editor