HISTORIA DEL CINE EN URUGUAY: ANTES DEL CINE

1840-1898

Se sabe que las primeras filmaciones “uruguayas” fueron las de Félix Oliver, un empresario catalán radicado en Montevideo que en 1898 trajo de Europa un cinematógrafo y se dedicó a registrar distintos acontecimientos. El primero de ellos fue Carrera de bicicletas en el Velódromo de Arroyo Seco (1898), al que siguieron otras diez filmaciones, entre ellas,un spot de animación al estilo Méliès para promocionar su comercio de pinturas.

El cinematógrafo había sido presentado al público por primera vez en diciembre de 1895, en un salón parisino, y seis meses después ya se enseñaba en el Salón Rouge de Montevideo, un local de espectáculos de la Ciudad Vieja. En una nota del diario El Día se detallan algunas de las “vistas” que mayor impacto causaron: “la llegada de un tren, (…) la salida de los operarios de una fábrica, (…) algunos ciclistas pasan de carrera, sale un coche a todo escape, un carro más atrás. Se ven también escenas callejeras, un baile al son de un organillo…”.

Las primeras que se mencionan son las famosas imágenes registradas por los hermanos Lumière a la que se agregaban nuevos cuadros de diversa procedencia. Esta modalidad, muy extendida en todo el mundo, se debió en parte a la proyección industrial de los propios Lumière que, una vez patentado su invento, enviaron operarios a los puntos más lejanos del planeta para enseñar lo que era capaz de hacer el cinematógrafo.

Los que llegaron a Montevideo sumaron a las vistas traídas desde Europa y otros países de América, las filmaciones realizadas en la capital uruguaya. Siguiendo una costumbre extendida en cada país al que viajaban, lo primero que filmaron fue el movimiento ciudadano, en especial las muchedumbres, imagen irrevocable de la Modernidad de la que el cinematógrafo era una extensión. Una nota de prensa detalla el programa: gente saliendo de la misa en la Catedral, un tranvía cruzando el centro de Montevideo, la Plaza Independencia y la calle Sarandí, una feria en la Avenida Rondeau, el muelle detrás del teatro Solís, un desfile militar, entre otras cosas.

De ese modo, los uruguayos podían verse a sí mismos “reflejados” en la gran pantalla, fenómeno que causó gran sensación pero que no fue totalmente inédito. Hacía unas cuantas décadas que en Uruguay se estaba gestando un imperio de la imagen capaz de jugar con el mimetismo y la imaginación.

Una función proyectada con linterna mágica.

Ya en 1840 el Circo Olímpico proyectaba sombras chinas que recreaban cuadros históricos del pasado nacional, como los enfrentamientos entre blancos y colorados. Ese mismo año, el abate Louis Comte importó a Uruguay el daguerrotipo, patentado en Francia unos meses antes, y se dedicó a la labor instruido por el propio Daguerre, como informaba un anuncio de la época. Él fue quien tomó la primera fotografía en el país −el 29 de febrero− frente a la comunidad francesa, como forma de auspiciar su negocio. También en 1840, aparecieron los primeros “Gabinetes” inspirados en el Praxinoscopio de Émile Reynaud. Presentaban imágenes que se reflejaban a contraluz en un espejo y se proyectaban en la pantalla con cierto aire de movimiento. Un anuncio de prensa detallaba las atracciones: “el asalto a la casa de los Comunes en el París de la Revolución”, “la llegada de Napoleón a Francia en 1815”, “el pueblo natal de Cristóbal Colón en Génova”, entre otras.

El praxinoscopio con proyección.

En 1842 se exhibían imágenes de un show de gimnasia en la Plaza Matriz de Montevideo, tomadas en Agosto, bajo el persuasivo título “Viaje de ilusión”. Para mediados de siglo, convivían en Montevideo otros procedimientos similares como el diorama, el silforama, el microscopio dióptrico, el estereoscopio o el polyorama, que enseñaban, entre otras, vistas del naufragio de un buque en la playa de Punta Carretas. Incluso el Teatro Solís (por aquel entonces propiedad de José y Luis Crodara) realizó en 1861, funciones de prestidigitación a cargo del brasileño Julio dos Santos Pereira y siete años después, el 5 de enero de 1868, exhibió por primera vez el silforama.

Por su parte, el kinetoscopio llegó a la capital uruguaya poco después de su aparición, de la mano del checo Federico Figner (que también lo presentó en Buenos Aires) y se exhibió en un salón de la Ciudad Vieja en abril de 1895. Un anuncio en la prensa aseguraba: “20.000 fotografías en diez minutos, las cuales pasan tan ligero que producen escenas vivas”. En efecto, se trataba de un aparato de considerables dimensiones que permitía la visión individual de series de películas en bucle que emitían unas cuarenta imágenes por segundo pero que no permitía la proyección en pantalla.

El kinetoscopio, inventado en 1894 por Thomas A. Edison, llegó a Uruguay en 1895.

Todos estos artefactos permitían −ya fuera mediante la articulación manual o mecánica−  la visualización de la realidad como un constructo imaginario, cuyos límites se diluían y confundían, colaborando con esa extensa tradición artística que une lo ficticio y lo real. Como puede verse, previo a la aparición del cinematógrafo, la sociedad uruguaya (especialmente la montevideana) tenía un asiduo contacto con la vasta maquinaria de efectos visuales de la época, que constituye un acervo elaborado sobre la imaginería visual del momento. El espectador que se enfrentó a las primeras películas de los hermanos Lumière ya había visto (casi con total seguridad) la sucesión de imágenes que mediante efectos especiales y elaboradas puestas en escena, constituían verdaderas animaciones y trucos ópticos.

En ese final de siglo no existían las salas de cine, espacio que aparecerá como tal varios años después. Por el contrario, lo habitual era convertir los teatros o las salas de usos múltiples (los salones) en lugares de exhibición cinematográfica. Se colocaba un telón blanco en el escenario o en la pared del fondo, unas cuantas sillas simulando una platea y se proyectaban los rollos de película en completa oscuridad, tema que significó un extenso debate en varias partes del planeta debido a la peligrosidad para la salud de los ojos y el riesgo que corrían las mujeres de ser atacadas sin que nadie lo notara.

A las exhibiciones del Salón Rouge en Montevideo, le siguieron las del Teatro San Felipe, el 8 de octubre de 1898. El catálogo muestra que a los registros de los Lumière realizados en Francia, se sumaban otros provenientes de distintos puntos. Ese eclecticismo en la selección de las imágenes fue el primer peldaño que permitió al espectador de la época moverse figuradamente en el espacio sin salir de la sala de cine. De ese modo, un montevideano que nunca había estado fuera de Uruguay podía ver tomas de ciudades europeas, personajes ilustres de Rusia o México y ficciones producidas en Estados Unidos.

Cinematógrafo parlante en el Solís (Foto: CdF)

El realismo de las imágenes fue, en ese momento, el principal motivo de admiración. La búsqueda de la naturalidad mimética condujo a innumerables investigaciones en torno a la belleza y la materialidad de la imagen, que rápidamente desembocaron en las películas a color, presentadas también en el Teatro San Felipe en marzo de 1902, al que le siguió inmediatamente el Salón Edison.

Para el cambio de siglo, se multiplicó el número de salas teatrales convertidas en exhibidoras de películas. En 1900 había nueve salas en Montevideo mientras que en 1910 ya pasaban de la treintena. La novedad empezaba a convertirse en negocio. A las filmaciones de Oliver se sumarían las de otros inmigrantes que darían forma a la naciente industria cinematográfica, ya sea desde la producción, la distribución, la difusión periodística y publicitaria o la creación de un circuito de salas. El Uruguay del Novecientos se ponía a la vanguardia en cuanto a cultura cinematográfica, interés por lo acontecido en otras partes del mundo (muy especialmente en Europa, dado el alto nivel de inmigración) y circulación de noticias y películas.

Cuando Oliver dejó de filmar en 1905, debido a la dificultad para hacerse de material virgen y a las presiones de la Intendencia por carecer de medidas suficientes para sofocar un posible incendio en la sala que había abierto y donde exhibía susfilmaciones (cosa muy usual en la época), el camino ya estaba trazado. Tanto sus películas como las de los otros realizadores de la época aportaron una nueva conciencia global conformada por un catálogo de habitantes y paisajes de todo el planeta, al que se agregaban los espacios públicos y los habitantes locales. El mundo entero se abría y se multiplicaba en la gran pantalla.

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Bibliografía

Álvarez, José Carlos (1965) “Historia del cine uruguayo” en Tiempo de cine, nº 20 y 21.

Duarte, Jacinto (1952) Dos siglos de publicidad en la historia del Uruguay, Montevideo, Talleres Gráficos Sur.

Hintz, Eugenio y Dacosta, Graciela (1988). Historia y filmografía del cine uruguayo. Montevideo, Ediciones de la Plaza.

Raimondo, Mario (2010) Una historia del cine en Uruguay,Montevideo, Planeta.

Zapiola, Guillermo (1992) “El cine mudo en Uruguay”, en Héctor García Mesa (coord.), Cine Latinoamericano 1896-1930, Caracas, Fundación del nuevo Cine Latinoamericano.

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