La ópera prima cinematográfica de Roberto Suárez, codirigida por Germán Tejeira, es una de las mejores películas de la cinematografía nacional por su solidez conceptual y estética. Ojos de Madera parte de un guión perturbado, al que le corresponden actuaciones, fotografía, sonido y arte perturbadores.
La película se mueve todo el tiempo desde el punto de vista de su protagonista Victor (Pedro Cruz), cada vez nos metemos más en la psiquis de este niño cuya inocencia va quedando diluida a medida que la película avanza. Victor es ominoso: un niño, figura que nos es familiar, pero que presenta una característica extraña que lo vuelve siniestro. Lo ominoso aparece cuando combinamos cosas que se suponen que no pertenecen a un mismo contexto. ¿Qué nos pasa cuando vemos un espacio que nos es super conocido, enmarcado en un ambiente totalmente amenazador? Lo familiar en la película de Suárez y Tejeira juega un papel central en esto de lo siniestro: cada recoveco de la casa, cada rostro, cada diálogo están empapados de oscuridad y misterio. La película te llega a un nivel emocional más que racional, donde algo está sucediendo, aunque no puedas precisar bien qué es. Al verla nos adentramos en un viaje sensorial extraño y desgarrador al mundo del inconsciente y la imaginación.
Esa temática siniestra en la que se mueven los personajes genera un extrañamiento muy particular en el espectador. Extrañamiento gratificante por su precisión y coherencia. Teatro, personajes de circo, máscaras, monjas, marionetas, pollos desplumados, casas corroídas donde la humedad parece apoderarse de todo. Ese universo logra consistencia gracias al trabajo de fotografía de Arauco Hernández, al arte de Paula Villalba, la música de Nicolás Rodriguez Mieres y Manuel Scabone, y el montaje de Guillermo Casanova. Además de las actuaciones, donde Pedro Cruz se lleva la mayor atención en su trabajo que juega con recursos cinematográficos, como ser las miradas y los pequeños gestos. Las decisiones formales construyen este mundo opresivo que nunca estaría completo si la propuesta fuese realista. La fotografía de Hernández es espectacular porque los más mínimos aspectos técnicos tienen una relación con el tema. Decía que lo ominoso tiene que ver con algo que es familiar, pero por la aparición de un elemento extraño se vuelve siniestro. La iluminación juega con eso, ya que los espacios están iluminados de una forma que no oculta el dispositivo. Un ejemplo: Victor está sentado en su cama muy asustado luego de ver una señora por la ventana. La luz de la mesita está prendida pero no es el foco de luz principal de la escena, hay una luz que proviene de otro lugar (que no se explica) y que proyecta la sombra de Victor en la pared. ¿Qué rol juega esa luz? Su presencia es la que devela que algo que “está mal” y la sombra que proyecta lo redobla. Hay algo que no es normal en ese cuarto. No hay nada que este iluminado con realismo y la sensación que provoca es la de sentirnos desestabilizados, un estrategia que va calando en el inconsciente. Vemos esa habitación con otros ojos. ¿De dónde viene la luz? ¿Dónde estamos?
El blanco y negro aporta también al clima denso que tiene la película. Además, colabora con una sensación -que crece minuto a minuto- que es la de ensoñación. Ojos de Madera es como estar en la pesadilla de otro; el film se mueve en los términos que lo hacen los sueños: no hay un marco espacio-temporal muy definido. Los personajes van y vienen en los lugares, aparecen, desaparecen. Los eventos ocurren sin una clara explicación causal. El trabajo de arte de Villalba va de la mano con esto, ya que mezcla elementos de distintas épocas del Uruguay, construyendo como una especie de combo de nuestro imaginario. El arte, por otro lado, juega mucho con el concepto de lo teatral. Este aspecto, además de generar un discurso intertextual entre esta obra y las obras de teatro dirigidas por Suárez, habla sobre los personajes en sí. ¿Qué hay de teatral en sus vidas? ¿Qué hay de representación en la visión de Victor? Cada aspecto cinematográfico parece tener una fuerte vinculación entre sí y, aunque algunas cosas no se puedan explicar desde la razón, hay un espacio de la mente que las alberga y las comprende a su manera.
Lo siniestro y el inconsciente son los hilos conductores del film. Tanto por la temática como por las decisiones formales para reflejarla, Ojos de Madera te lleva a pensar en otras películas con las cuales comparte aspectos. Por ejemplo, Eraserhead (1977) de Lynch, o Repulsion (1965) de Polanski. Espacios cerrados, familias destruidas y perturbadas, personajes inestables y viajes mentales. El trabajo de sonido es muy minucioso, y de a momentos muy similar al trabajo que hay en Eraserhead. El sonido resulta fundamental para construir esos espacios tan extraños porque, cuando el sonido está bien hecho, no te das cuenta qué cosas están operando para que vos te sientas como te sentís. Algunos elementos refieren a Fellini en 8 ½ (1963) o Roma (1972). No es casual que estas películas que se recuerdan al mirar Ojos de Madera sean de la época de la cual se toman algunos elementos para construir el mundo infantil de Victor. Sin embargo, la película se distancia de estas posibles referencias y recorre un camino muy propio y personal.
Son un montón de las cosas que se pueden decir de Ojos de Madera, y la sensación es la de nunca se podría terminar de enumerar cuáles son los elementos que te hacen sentir esas cosas. Al fin y al cabo, esa es la gracia de lo perturbador, lo extraño y lo ominoso, que nos afecte sin que sepamos bien por qué.
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Título: Ojos de Madera. / Año: 2017. / Duración: 63 minutos. / País: Uruguay. / Dirección: Roberto Suárez. / Codirección: Germán Tejeira. / Producción: Guillermo Casanova, Francisco Garay (Lavorágine Films) / Fotografía: Arauco Hernández. / Música: Nicolas Rodriguez Mieres y Manuel Scabone. / Arte: Paula Villalba, Francisco Garay. / Elenco: Pedro Cruz, Cesár Troncoso, Florencia Zabaleta.