Este domingo 16 de julio falleció el director independiente George A. Romero, conocido principalmente por ser el mayor exponente de los zombies en el mundo del cine. Inspirado por Los cuentos de Hoffmann (Powell & Pressburger, 1951) y la novela Soy leyenda (1954) de Richard Matheson, Romero realizó su debut directoral a los 27 años con La noche de los muertos vivientes (1968), película de bajo presupuesto que fue un gran éxito de taquilla y la cual ya reúne varias de las características de sus futuros proyectos: filmes de género independientes, usualmente de terror, con una clara impronta de crítica social. Neoyorkino de nacimiento, filmó con asiduidad en Pittsburgh y más tarde se mudó a Toronto, Canadá. Falleció en su casa después de una breve pero feroz lucha contra el cáncer de pulmón, escuchando con su familia la banda sonora de una de sus películas favoritas, El hombre quieto (John Ford, 1952). Antes de morir, estaba destinado a viajar al Fantasia International Film Festival (Montreal, Canadá) y tratar de conseguir más fondos para lo que podrá ser la séptima entrega de su saga de zombies, Road of the Dead, si bien solo iba a participar como productor y co-guionista.
Romero empezó haciendo cortos amateur cuando era adolescente con la cámara de 8mm que su tío le prestaba. Más adelante, con amigos de la secundaria y otros que conoció en la universidad, fundó una oficina de producción en un Nueva York que no tenía muchas productoras de bajo costo. Sus primeros trabajos fueron eventos familiares especiales (por ejemplo, comuniones) pero más tarde les ofrecieron un par de comerciales para televisión. Intuyendo que tenían una mejor chance de tener éxito haciendo una película de terror, juntaron el dinero y el equipo para realizar La noche de los muertos vivientes, filmada más que nada en una casa de campo. Si bien los zombies aparecieron en el cine primero en 1932 en la película de Victor Halperin White zombie y en 1966 hay un antecedente que claramente influyó a Romero, La plaga de los zombies (John Gilling, 1966) de la productora británica Hammer Film Productions, hasta 1968 la criatura no se había separado de su contexto de origen, el vudú (la palabra proviene de Haití, donde hay cultos vuduistas cuyos aspectos a su vez se mezclan con las religiones más tradicionales).
El joven realizador se desprendió de la magia o de cualquier causante sobrenatural y no hizo mucho énfasis en la fuente de la misteriosa reanimación cadavérica excepto mencionar una sonda espacial con radiación que fue destruida en la atmósfera de la Tierra (1968 está, vale mencionar, en el medio de la Guerra Fría). Además de trabajar para asustar, las miras de Romero estaban sobre las interacciones de los personajes, muy diferentes entre sí y aprisionados en un mismo espacio. En esa bomba de tiempo de conflictos religiosos, raciales, sociales y culturales, el esfuerzo grupal para sobrevivir la crisis se va desmoronando poco a poco, y no porque ellos sean malos en resistir el avance zombie; el peor contratiempo que enfrentan son las barreras personales que interfieren cuando más necesitan colaborar entre sí, las creencias o ambiciones propias que ponen por encima del bienestar grupal. El aspecto más chocante de La noche de los muertos vivientes es ese final horripilante que remite a épocas más oscuras del racismo en Estados Unidos. El brote zombie es solo una escala más de horror en un mundo ya pesadillesco. Basta ver como el campo se llena de hombres y mujeres armados, contentos con el nuevo orden de cosas en el que no necesitan pretextos para gatillar libremente.
Para llenar el resto de la saga zombie llegaron, en orden: El amanecer de los muertos (1978), El día de los muertos (1985), La tierra de los muertos (2005), El diario de los muertos (2007) y Supervivencia de los muertos (2009). Se podrían separar en dos trilogías, las hechas antes del año 2000 y las que se hicieron después. Esto no es solo conveniente sino también propicio para evaluar su lugar como artista en el medio cinematográfico en las diferentes épocas. Las primeras tres entregas son el reflejo de un Romero con independencia creativa y en total control del medio en el que se expresa. Es, además, la época en que solo contaba con efectos prácticos, provistos por el genial Tom Savini en El amanecer de los muertos y El día de los muertos.
A partir de La tierra de los muertos, muchos de los efectos especiales relacionados con la sangre, disparos y explosiones, se hicieron de forma digital, seguramente por cuestiones de costo. Las últimas dos entregas, de 2007 y 2009, no son sus mejores guiones y además sufren en calidad visual por su propia condición de ser películas de bajo presupuesto en la era digital; no es lo mismo, ni que hablar, sin la textura del acetato de celulosa o la habilidad de un buen mago de efectos especiales. De todas maneras, todas ellas son fuente de comentario sociopolítico sobre los años que les tocó nacer. En El amanecer de los muertos, reina de taquilla entre sus hermanas, el grupo de sobrevivientes toma refugio en un centro comercial. A diferencia del remake de Zach Snyder, los zombies de Romero no corren y están en el shopping más por el hábito de consumir cuando eran personas que por el hambre de carne humana. El día de los muertos, la favorita del director y la más oscura, claustrofóbica y sanguinaria de todas, pone a la protagonista en una base militar bajo tierra con funcionarios, oficiales, y un doctor medio científico loco que busca re-civilizar a los zombies. No es la primera vez que Romero invoca a la institución militar; en The Crazies (1973) el ejército es el responsable de contener un virus que acecha a un pequeño pueblo.
Imperdible la banda sonora de El amanecer de los muertos:
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Y la intro de El día de los muertos:
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De seguro la película más lírica y emotiva de Romero es Knightriders (1981), sobre una compañía de artistas de feria renacentista que hacen justas en motocicleta para el público (entre los que aparece, de extra, Stephen King). Un joven Ed Harris interpreta a Billy (o Rey William), el responsable de mantener la brújula ética grupal siempre apuntando hacia la integridad del código caballeresco que sustenta su universo. Merlín (Brother Blue, un contador de cuentos profesional en la vida real) es su principal fuente de apoyo espiritual y el médico licenciado que le trata las heridas. Los diversos caballeros y performers (entre ellos Tom Savini y otros habituales del director) quedan divididos entre los que seguirían al líder a toda costa y quienes buscan aprovechar la oportunidad de crecer como emprendimiento comercial y dejarse financiar por patrocinadores. Tal vez Knightriders sea la única película de Romero que además de criticar la sociedad, propone una alternativa paradigmática; lo que está en peligro de ser devorado por las fauces comerciales del mundo no es solo un medio de subsistencia sino un modo de vida, una pequeña comunidad de amor libre y convivencia colaborativa, donde tener suficiente basta y la autoridad es más un recordatorio de valores importantes, un símbolo de inspiración, que un poder activo e irrevocable. La magia de este Camelot a motor está viva en las arquetípicas personalidades de quienes lo pueblan, de los sueños que se animan a tener y de la libertad de tener esos sueños sin importar que el mundo sea un lugar inhóspito para los de espíritu romántico.
Es el filme más épico de Romero (2h 26m), es una ingeniosa adaptación del mito del Rey Arturo y la obra suya que más se parece a un drama independiente. Refleja, además, sus fortalezas como un director-guionista-editor sumamente hábil a la hora de contar historias con diversos personajes en los que su humanismo se pone a prueba. El elenco, diverso y multicultural como en todas sus producciones, brilla por su desenvolvimiento poco refinado pero muy expresivo, ya que tienen varias instancias donde se les permite mostrarse en su simpleza más caracterizable. Entrevistado por el Village Voice en 1979, poco antes del estreno de El amanecer de los muertos, dijo: “No quiero hacer películas para poder vivir en Hollywood. No quiero hacer contratos para poder hacer películas. Quiero hacer películas. Punto.” Es en este sentido, tal vez, que más se parece al protagonista de Knightriders, y donde mejor se muestra como fue: un creador inquieto, observador y de una integridad tenaz.