La Banda de las Chicas o Girlhood (como la bautizaron astutamente en Estados Unidos un año después del éxito de la de Linklater) es una de esas películas que se proponen hacer todo diferente, logrando confluir la estética pop y saturada de Spring Breakers (Korine, 2012) con el tratamiento realista de películas como Rosetta (Hnos. Dardenne, 1999). De esta manera, contradiciendo o usando a favor las ideas y estéticas de sus contemporáneos, la directora Céline Sciamma logra juntar todo y crear una obra sólida y única.
Es la historia de Marieme, una adolescente francesa a quien le va muy mal en el liceo y tras ser notificada de que repitió por tercera vez el mismo año y sus chances de seguir cursando son casi inexistentes, decide dar un paso hacia afuera: hacerse amiga de las chicas malas del barrio, e intentar encontrar la libertad necesaria para estar bien haciendo lo que le parece que quiere hacer con su vida. Así se descubre soltándose el pelo, peleando contra una chica de otra banda enemiga, vistiéndose diferente, vendiendo drogas, y un largo etcétera relativamente usual en filmes sobre todo europeos que abordan la adolescencia y que afirman que sí, que crecer siempre es muy complicado. Pero en La Banda de las Chicas como sucede en las buenas películas, lo más importante no es el qué sino el cómo.
Primero que nada la elección fundamental de la directora de utilizar como protagonistas solamente a mujeres negras, diferencia a su película de las anteriormente mencionadas y de la mayoría de los dramas europeos y puntualmente franceses (La Vida de Adèle, Kechiche, 2013) que tienen como protagonistas a personas blancas y donde los negros están, generalmente, para cumplir roles secundarios pero no para ser desarrollados como personajes principales, según la propia directora.
Luego está lo femenino emparentado con la fuerza bruta y con un espíritu guerrero que comparte Marieme con la protagonista de Rosetta. Las chicas de esta película juegan al fútbol americano, hacen peleas callejeras, usan navajas y hacen todo eso que en algún momento en el cine perteneció solo al mundo de los chicos. Pero la película no busca hacer de ellas sujetos varoniles. Las mismas chicas rudas de la banda son las que luego se encierran en un cuarto de hotel a probarse vestidos. Hay una idea de la violencia y del género que responde a una realidad y no a explicaciones de agenda política, y eso la hace auténtica. Marieme es ruda porque hay cosas a las que se debe enfrentar: vive en un suburbio donde la violencia es cotidiana, y su propio entorno la impulsa y la obliga a hacerse cargo de lo que le tocó.
Mientras la cámara en mano y el realismo podrían considerarse casi un canon en el cine de los suburbios franceses (banlieu) la directora decide usar los planos fijos y los decorados a su favor para componer de forma preciosista y delicada todas sus imágenes. El uso de la luz no imita lo accidental sino que refuerza una evidente artificialidad, cuando bailan la canción de Rihanna o cuando Marieme se desnuda frente a su novio.
La banda de las chicas es una película difícil de encasillar. Céline Sciamma logra llenar de humor y esperanza los ojos de sus protagonistas, en una película que es en realidad durísima y sentenciosa en su planteo; para Marieme y sus amigas no hay mucho futuro. Las presiones les llegan por todos lados y Marieme de una forma u otra termina sacrificando algo o a alguien que quiere por conseguir un poco más de libertad. Esa libertad de emborracharse, bailar, y poder hacer lo que tiene ganas.
FUNCIONES: Life 21 – 24/3 a las 17:40hs