El pasado miércoles 16 en la Sala Camacuá se proyectó el bloque “MASCULINO-FEMENINO: Un diálogo”. El bloque, programado por Clara Vázquez y Carolina Vázquez, proponía establecer diferencias y patrones entre cortometrajes de temática similar, unos dirigidos por hombres y otros por mujeres.
Se establecieron tres temáticas claras: Duelo, que contaba con las obras Falco y Lobos; Vínculos/Relaciones, que contaba con las obras Ánimos (De qué) y Contacto Cero; y Depresión, que contaba con las obras El nihilista y la obra de la que habla este texto: La escondida (Victoria Pérez).
Sin intención de atacar a los varones que dirigieron estos cortometrajes, la diferencia entre las visiones masculinas y femeninas era clara. El nihilista, Ánimos (De qué) y Falco parten de una perspectiva más individualista del estilo de “Yo, hombre, sufro y mi dolor es el que importa”; los tres presentan personajes femeninos vacíos, y específicamente en el caso de El nihilista y Falco, personajes angelicales que intentan ayudar al protagonista, que no se deja ayudar porque está sufriendo (por si no quedó claro).
Para hablar de La escondida es muy importante esta diferenciación porque la forma en la que retrata el sufrimiento es lo que lo hace tan especial. Se habla de un sufrimiento ajeno, y de los peores sufrimientos que pueden experimentarse, el sufrimiento de una madre.
La escondida es un cortometraje de falso documental cuya premisa es una hija (Victoria) haciendo un documental sobre su madre. La madre (interpretada por una excelente Laura Schneider) perdió a su esposo y tiene un hijo desaparecido desde el 1999; vive sola en Canelones con su perra.
No hay formato más acertado posible para contar lo que se cuenta. El corto muestra a Victoria apabullando a su madre con preguntas que no quiere responder y es ahí donde juega la cámara como personaje. La cámara nunca muestra quien graba porque Victoria, como personaje, no quiere que la conversación trate sobre ella. Victoria quiere saber cómo se siente su madre y no quiere dejarla evadir sus preguntas; la cámara asfixia a la madre de la misma forma que lo está haciendo ella. Victoria busca hacer un retrato interior de su madre (a través de sus preguntas) que funciona como paralelismo con el retrato exterior que está construyendo con la cámara.
Se retrata una situación muy específica no muchas veces representada, y con la que muchos/as podemos sentirnos identificados/as. Muchas veces se ha hablado de la represión de sentimientos en el cine pero nunca he visto que se represente de esta forma; una hija notando a su madre reprimida y esforzándose por ayudarla, y la madre esforzándose en seguir reprimiendo las cosas por mucho que su hija intente removerlas. La obra apunta a que la audiencia se sienta mal por la madre al verla siendo obligada a hablar de cosas que no quiere (porque está en su derecho), al mismo tiempo que logra demostrar que Victoria tiene un punto, haciendo inevitable entenderla.
En la obra puede verse a Victoria enojarse con su madre. Desde la audiencia se observa esto con impotencia porque se sabe que la madre tampoco tiene la culpa de no querer afrontar estos sentimientos, y que su forma de lidiar con ellos es reprimiéndolos; al mismo tiempo, también se entiende el enojo de Victoria porque también genera impotencia que la madre viva triste por miedo a enfrentarse a las cosas que le provocan esta tristeza. Victoria quiere lo mejor para su madre y se enoja al ver que su madre no colabora, de igual forma que la madre se enoja con Victoria por estar haciéndola remover sentimientos que tenía tan asentados en el fondo de su cabeza.
Muchos diálogos, incluso cuando no se habla de la desaparición del hijo, suman a esta idea de la madre estando deprimida. Lo primero que se ve en el corto es a la madre preguntándole a su hija que por qué la graba, si no tiene nada interesante para decir, nada interesante para mostrar; en otro momento comenta que no tiene muchas amigas y en general menciona que lo único que tiene es a su perra. El cortometraje muestra a una señora muerta en vida, que hace “lo que tiene que hacer” pero que se presenta como una persona vacía.
Laura Schneider, quien también aportó en la escritura del guion, hace un trabajo increíble interpretando a la madre. Logra evocar el dolor de su personaje de manera contenida, sosteniendo una actitud evasiva que termina de sellar la obra. La actriz consigue captar la profundidad de los sentimientos reprimidos mediante sus sonrisas, que logran sentirse falsas, la forma en la que trabaja con su voz, que está siempre al borde de romperse y, cuando el personaje explota, su forma de expresar la preocupación es desgarradora. En general logró una interpretación lineal, profunda y humana.
Es cierto que en momentos (el final, por ejemplo) la obra puede pecar de pasarse de cursi o puede mostrar hilachas de falso documental que, de alguna forma, le quitan algo de genuinidad al cortometraje; pero eso no desmerece el valor emocional que transmite. La escondida logra tocar fibras sensibles al abordar el duelo desde una óptica poco explorada: el deseo de ayudar a alguien que se aferra a su tristeza como un mecanismo de supervivencia.
La escondida es una obra que trasciende el simple relato de una persona rota por la pérdida. El cortometraje tiene la capacidad de incomodar al espectador, generando una tensión entre madre e hija, donde ambas parecen atrapadas en un círculo de dolor y represión. Es una reflexión sobre el duelo, la represión emocional y las complejidades de intentar ayudar a alguien que no está pronto para ser ayudado.
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