CRÓNICA DE UN DOMINGO EN EL DETOUR

ANTES DE ENTRAR a ver las dos películas que posteriormente terminé viendo, me tomé un café irlandés. ¿Sabés lo que es un café irlandés? Por si no sabés, es un café con whisky. El whisky es de las bebidas alcohólicas que más tiempo se dejan fermentar, es necesario esperar al menos tres años antes de poder beber un sorbo, y para que esté rico, aún más. También se dejaron fermentar hermosamente las películas que terminé viendo en el Detour: retratos de tiempos pasados, a los que se le agrega elementos nuevos que le dan un nuevo sabor, tal y como el café que se le agrega al whisky.

            Sentado frente a la imponente pantalla de Cinemateca, me preguntaba impaciente cómo se vería la película que estaba por empezar. La función era un conjunto de mediometrajes de la realizadora uruguaya Gabriela Guillermo. El primero era El regalo, que se proyectaba en el formato que había sido filmado: 16 milímetros. Había visto películas en 35 milímetros, pero nunca en uno que medía, más o menos, la mitad. Así que mi sorpresa fue total cuando el proyector comenzó a sonar y la imagen que me encontré enfrente era un cuadradito chiquito, cargado de una textura y un aroma a tiempos pasados, como si fuera una pequeña rendija que nos permitía ver a través del inclemente muro del tiempo. Me maravilló ver a la ciudad de Montevideo como la veían cuando este mediometraje se estrenó 25 años atrás: las oficinas de El País en la Plaza Cagancha, ferias en el entrevero en la que la gente conversaba sin acceso al entretenimiento instantáneo del celular y cartones que rellenar para el Cinco de Oro, antes de que la timba diera el salto al digital.

            Bueno, sobre eso último trata El regalo. No, no trata sobre el salto de la timba del físico al digital, quiero decir que trata sobre un cartón del Cinco de Oro y la tragedia que trae consigo. La película comienza con imágenes del carnaval del ´99, en la que la vedette Lila (Rosana Giménez)  baila con una alegría propia de esos días de febrero. Lamentablemente, esa alegría dura poco, pues enseguida se pasa al día siguiente y cómo es el día a día de ella y su pareja, Rubén (un gran Eduardo Méndez, quién se presentó al Q&A después de la película). El foco pasa a ser cómo ambos se ganan la vida alejados de la euforia carnavalesca. Ella trabaja limpiando la casa de una estirada pareja de Carrasco y él vende medallitas en la calle. Aun así, el arte encuentra como filtrarse en sus vidas, en dos hermosas escenas: en una, Lila aprovecha que su jefa está en otra para bailar un poquito de samba que suena en la radio y en la otra, Rubén presencia una performance tanguesca cuya música seguirá sonando en un precioso montaje en el que se lo muestra trabajando de vendedor en la Plaza Cagancha. La posta es que esa felicidad durará poco, pues gracias a un regalo de la patrona de Lila, se desencadenarán una serie de sucesos que llevarán al asesinato de Lila en manos de Rubén. ¿Qué tiene que ver el cartón del Cinco de Oro en esto? ¿Hay una escena de Rubén corriendo en calzoncillos en medio del corso? ¿Te acabo de spoilear toda la película contando que el tipo mata a la tipa? Si querés saber las respuestas a esas preguntas mirá El Regalo, que se encuentra en Youtube, dura sólo cuarenta minutos y no tiene desperdicio.

            Una vez se apagó el proyector 16 milímetros, comenzó la segunda película de Gabriela Guillermo. Algo que no comenté sobre El regalo es que a Guillermo le gusta darle una vista más documentalesca a sus obras de ficción. En el mediometraje del ´99, puso a Eduardo Méndez a vender en la calle mientras ella registraba a la distancia -fun fact sobre esta peli: Méndez contó en el Q&A que se enamoró de Guillermo grabando la película y fueron pareja durante años ¡y tuvieron dos hijos!- esta visión documental se ve ampliada en El nadador (2022), su más reciente película.

            Esta película se basa en un libro de Hiber Conteris. De esa novela se extraen largas y floreadas narraciones que se mostrarán como voz-en-off alrededor de la película. No hay diálogos entre personajes claros, no se ven las caras de los protagonistas y ni siquiera hay escenas con una puesta en cámara común: como si fuera algo salido de Hiroshima Mon Amour (1959), las narraciones se mechan con imágenes reales de los lugares donde sucede la historia, con planos del carajo, y otros en una torpe (aunque sincera) cámara en mano, que retratan la actualidad de Montevideo y Río (spoiler?). Así nos sumergimos en el mundo de nuestro protagonista, el putísimo Nadador (Agustín Urrutia), quien navega por distintas relaciones amorosas a principios de sus veinte y tras la muerte de sus padres. La posta es que esta peli es bastante experimental, como audiencia vemos lo que el personaje ve y escuchamos lo que él piensa. No puedo decir que no funcione, pero considero que en momentos se perdía un poco el hilo de lo que sucedía: particularmente con la secuencia del carnaval. Aunque aplaudo la osadía de esta adaptación, que toma una historia de los sesenta y la adapta perfectamente a la actualidad. La recomiendo fuertemente si no sos un cagón que se encierra en las películas convencionales.

            Una vez salí de la sala, rellené mi botellita de agua, a falta de una canilla libre de güisqui en Cinemateca, y volví a entrar. La siguiente función se trataba de la avant premiere de una coproducción uruguayo-francesa: Para no olvidar. Este mediometraje documental se trata de un retrato del padre de la directora (Laura Gabay) quien, a raíz de la dictadura, se vio obligado a huir del país a la orilla del Río de los Pájaros Pintados. El padre de Laura (cuyo nombre no puedo recordar, maldito faso), era un artista que le gustaba mantener registro de las cosas que sucedían en su vida en Súper 8 y posteriormente VHS, material que será lo que veremos durante la película. Las imágenes que capta son de una textura y belleza imponentes: performances en Francia en los sesenta, el mar mediterráneo en los setenta y un pueblito de Brasil. Pero también son de una pena inabarcable: una pena de una familia separada por la Dictadura y la pena de una hija que no quiere que el recuerdo de su viejo caiga en las fauces del olvido. El motor de estas imágenes son una voz-en-off de la directora, grabaciones de voz que su padre y su tía se enviaban mientras se encontraban a miles de kilómetros, así como también la banda sonora compuesta por Fernando Manassero, que pasa de tango a milonga, la música que el padre le mostraba a su hija en un arrebato de saudade por su pueblo.

            En el póster un pájaro blanco flota sobre oscuras nubes. Durante la película se ven multitud de planos de pájaros remontando vuelo y se lee una carta que añora el Río Uruguay, el de los pájaros pintados. Tuve la chance de preguntarle a Laura sobre el origen de estas imágenes tras la función y ella mencionó que estas surgen en la cantidad de archivo que había grabado su padre sobre estos. No es coincidencia, su familia es una de aves migratorias, quienes, obligados por los vientos de la vida, debieron volar de un país a otro. Eso sí, siempre libres. Esta es la poesía que abunda en Para no olvidar, un documental en el que se cuenta la historia de una familia, de un país y de un mundo sólo con la fuerza de las imágenes y el montaje. Creo que vale la pena verlo cuando se estrene la semana que viene en salas.

            Y así, mi domingo viendo obras en el Festival de Cine Nuevo Detour voló.

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