Mariana Viñoles estrenó su anterior largometraje El gran viaje al país pequeño en la Sala Zitarrosa exactamente el día antes de que se decretara el estado de alarma ocasionado por la pandemia del COVID-19. El pasado sábado 12 de octubre, en la misma Sala Zitarrosa, tuvo lugar la ceremonia de apertura del 12° Festival de Cine Nuevo Detour, que concluyó con el estreno de la nueva película de la directora. Ni siquiera las flores es un largometraje documental que se adentra en la complejidad de la vida cotidiana durante un periodo de aislamiento y transformación social.
Se parte de un concepto con enfoque observacional: retratar lo que ve la directora desde la ventana de su casa, con una volqueta de basura como punto focal. De primera impresión, puede sentirse como una obra que intenta representar la belleza de lo cotidiano. Se presenta a la película (y al hecho de grabarla) como forma de efugio de lo que se está viviendo (tanto dentro como fuera de la casa); sin poder salir a la calle, mirarla desde la ventana es un buen entretenimiento.
El documental logra familiarizar a la audiencia con el escenario que se muestra. Se lo ve en distintos horarios, distintas estaciones, distintos estados de limpieza y, sobre todo, con diferentes personas transitándolo. El filme invita a analizar el lugar, a apreciarlo, a ver los grafitis (¿qué dice la volqueta? ¿”Té DONA”?) o la pared del fondo, que tiene nombres como “Diego”, “Ruben”, la palabra “LOCURA” en mayúsculas y logos tachados de equipos de fútbol.
Ni siquiera las flores va más allá de eso: no es sólo un retrato de lo que pasa afuera, sino que también lo es de lo que pasa adentro. El largometraje se presenta desde dos planos: el visual (la calle, la esquina de la volqueta) y el sonoro (lo que ocurre dentro de la casa). Durante todo el filme se puede ver lo que pasa afuera pero no puede escucharse; se muestra gente charlando pero nunca se sabe qué es lo que están diciendo. De la misma forma, en todo momento puede escucharse lo que pasa adentro de la casa pero, salvo en algún vago reflejo, nunca puede verse a quienes producen los sonidos que acompañan al video.
Lo que inicia como un documental ameno de observación callejera toma un tono “hostil” cuando empiezan a escucharse los conflictos dentro de la casa. La directora y sus hijos gritándose entre sí presentan la realidad de un hogar que lidia con la tensión de la pandemia y las exigencias de la maternidad. Los gritos de los niños, las preguntas sobre las actividades del día y las interacciones desbordadas revelan la presión de un espacio donde las emociones fluyen y chocan.
La decisión de Viñoles de mostrar sus propios gritos es una señal de transparencia; es sumar a la idea de que lo que se ve es algo real, sincero. Su enojo, en muchas ocasiones, está ligado a sus hijos interfiriendo en la grabación del metraje; el documental, que es la forma de la directora de mantenerse creando en el poco tiempo libre que le queda, es motivo de conflicto en el hogar. Este enfoque metarreflexivo convierte al documental en una obra que no sólo retrata la vida cotidiana en un contexto de aislamiento, sino también las dificultades y tensiones que surgen al intentar documentarla. Los gritos y conflictos dentro de su hogar, en especial con sus hijos, no son eliminados o suavizados, sino que forman parte del relato. La cámara no es un escudo, sino una extensión de su realidad.
Esta hostilidad no se da solo en el plano interior: la cámara capta constantemente a gente buscando entre la basura, recicladores y personas en situación de calle que dependen de lo que encuentran para subsistir. Esta imagen se repite como un recordatorio de las profundas desigualdades que la crisis sanitaria y económica solo ha exacerbado. La volqueta, como escenario, se convierte en un microcosmos que retrata, de manera particular, el estado general del país.
En un momento de la película, puede escucharse un fragmento de un comunicado del presidente que habla sobre lo bien que está lidiando el país con la pandemia. El contraste entre el mensaje optimista de Lacalle Pou y las imágenes de personas hurgando en la basura para sobrevivir, subraya las contradicciones de una sociedad que no logra proteger a sus sectores más vulnerables. Viñoles captura esta dualidad con crudeza, mostrándonos cómo, más allá de las declaraciones oficiales, la realidad de la calle revela un sistema que se desmorona, incapaz de ofrecer respuestas ante la desigualdad estructural. La película convierte estos momentos en una reflexión crítica sobre las consecuencias del aislamiento y la crisis económica, haciendo visible lo que muchos preferirían ignorar.
Ni siquiera las flores es un testimonio visual que trasciende lo personal y lo colectivo, exponiendo las tensiones entre lo íntimo y lo público en un contexto de crisis. Al centrar su mirada en la cotidianidad desde una perspectiva observacional, Viñoles invita a reflexionar sobre los efectos del aislamiento y las desigualdades sociales. La volqueta se erige como un símbolo que encapsula tanto la belleza como la precariedad de la vida diaria. La película explora no sólo la lucha por la supervivencia material, sino también el intento por no derrumbarse en medio de la adversidad.