TENÉIS QUE VENIR A VERLA (2022) – Haz de cambiar tu vida

Truffaut decía que mientras ellos, los cineastas de la Nouvelle Vague, hacían películas para seguir siendo jóvenes, Rosellini era el único que hacía películas para volverse adulto. Siguiendo este razonamiento, Jonás Trueba filmó su película para convertirse en adulto, una película sobre la adultez: Tenéis que venir (2022).  No es casualidad que está pequeña película, de apenas una hora, filmada en pocos días, con sólo cuatro personajes y casi dos únicas locaciones, venga luego de Quién lo impide (2021) esa épica sobre la adolescencia -humilde, que siempre se abre, siempre escucha, nunca se impone ni sobre sus personajes ni sobre el espectador-, cuadro coral, filmada durante varios años en diversas comunidades y hasta países, que dura más de tres horas y media, y contiene varias tramas. Qué bien que haya directores que sigan funcionando por espíritu de contradicción.

Después de ese punto cúlmine, Tenéis que venir parece ser un viraje en su obra. Si hasta ahora había filmado la pasión aquí tenemos lo que viene después, si antes teníamos melancolía ahora tenemos angustia, angustia porque los amigos no son tan divertidos, por el tedio de salir y por el tedio de quedarse, porque nunca conocemos realmente las intenciones del otro, porque nunca queremos exactamente lo mismo que el otro, porque las charlas nunca sabemos si son ridículas o interesantes, porque irse afuera de Madrid no parece ser la solución pero tampoco quedarse (“volver no tiene sentido tampoco vivir allí”), porque tener un hijo parece ser tan terrible como no tenerlo, por la hipocresía de plantearse otra vida,  por la hipocresía de vivir esta. Por ni siquiera saber si el paisaje por el que caminan es bonito o no. Todo esto, con la post-pandemia de fondo (¿o de frente?, eso tan visible que ya ni vemos), en la que todo cambio todo, o no, en la que todos cambiamos, o no, vaya uno saber.

Trueba filma los silencios, los gestos (¡Itsaso Arana rascándose el cuello mientras escucha al pianista!) las pausas y la verborragia, y también los pocos  momentos de contacto (entre los personajes femeninos, principalmente) como ya casi nadie puede filmarlos. (¿Es su film más bergmaniano? Ver por ejemplo la escena de ellos dos en su apartamento madrileño mientras ella le cambia el agua a las flores -las flores, motivo recurrente del film). En fin, la vida cotidiana cuando parece que ya es muy tarde (¿tarde para qué?), marcada por esa narrativa casi inexistente (qué maravilla que nunca se sugiera infidelidades, amoríos entre las parejas, etc). Qué triste, qué familiar y cotidiano el trayecto en auto en el que el amigo le presenta el pueblo, esto por la certeza de que su vida no debe ser mucho más excitante en Madrid.

Queda el comienzo y el final, la música y el cine (un Kiarostami en reversa, signo del paso de los tiempos para el cine también: la ficción en digital, el documental en analógico) como comunión. Quizás no es mucho, pero es algo. Pero lo que realmente (me) queda es el plano de ella meando y riéndose… ¿ de qué, exactamente?

Haz de cambiar tu vida, le indica un torso arcaico de Apolo a Rilke, o al yo lirico, en un poema citado. ¿Pero qué puede hacer que cambiemos nuestras vidas?  ¿Una película -por ejemplo esta- puede tener realmente un efecto hoy en día, más allá del disfrute, de la reflexión y discusión posterior? ¿Más allá de esta nota? La única afirmación que saco entre tantas preguntas es que, para no eludir finalmente la inevitable frase, es que sí, que hay ir a verla.

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